mayo de 2025

‘Las Transformaciones’, de Manuel Toranzo

Las Transformaciones
Manuel Toranzo
Ediciones En Huida, 2025

Colección Extravaganza

LAS TRANSFORMACIONES DE MANUEL TORANZO. Las diferentes etapas del ser humano en su trayectoria existencial.

Las Transformaciones es el segundo poemario publicado por Manuel Toranzo, profesor de Filosofía en la Enseñanza Secundaria, quien obtuvo el IX Premio de Poesía Noches del Baratillo con su primera obra, Esta quintaesencia del polvo.

En esta obra se dan cita la vivencia —la suya personal, que adquiere condición de genérica—, la filosofía y la poesía. Decía Heidegger que para comprenderse el hombre podía partir, o bien de sí mismo, o bien del mundo y del resto de los hombres, pero solo la primera perspectiva te da una comprensión auténtica.

El autor manifiesta expresamente en la solapa de la contraportada que este libro se relaciona con el discurso de Así habló Zaratustra de Nietzsche, en concreto con De las tres transformaciones, de modo que el texto se estructura en tres partes: El camello, El León y El niño.

Su título nos trae a colación el pensamiento heraclitiano del continuo fluir de todo, “nadie puede bañarse dos veces en el mismo río”, idea que podemos relacionar con el soneto que abre el libro, Ascesis, una introducción al tema principal: las metamorfosis y pequeñas muertes que sufrimos durante nuestro trayecto vital y que van conformando nuestra identidad. Las etapas que atraviesa el ser humano durante su transitoria existencia, cuya patria viene a ser la infancia, “Madurar es sabernos siempre niños”.

La primera parte, El camello, empieza con el propio nacimiento y la conciencia de nuestra finitud y de lo que supone la experiencia existencial: la náusea, los miedos, la angustia. Comprende la necesidad que tenemos de construir un relato con los fragmentos de nuestros recuerdos, “una mitología / en que poder mirarnos”; el feroz y desapercibido paso del tiempo; lamentablemente, sufre la experiencia de la pérdida, la muerte de la madre, “y mi carne, que es esta herida seca, / que yo soy desde el día que te fuiste”. Dolor y duelo. El vacío.

En El León el individuo se aferra a sus recuerdos felices, como un día de playa en su infancia rodeado del cariño de su familia (poema Mediodía). Tiene ante sí la vida, le zozobra las cavilaciones sobre la razón de existir y cuál el sentido cuando debe afrontar la soledad, la rutina, el daño. Le acecha la nihilidad de la existencia. No obstante, se encamina libre en busca de calma. Habla de la calidez y acogimiento de su casa, de su biblioteca: “La biblioteca es un árbol que crece / con sus ramas repletas de tratados teóricos / y los libros de Freud”. Sabe que podemos vivir con nuestras cicatrices.  Concibe la vida en común de los hombres, “somos un punto entre otros puntos”. Arraiga fuerte el deseo de vivir. Está recorriendo el camino de la madurez, el aprendizaje de vivir, en el que predomina un sentido vitalista y un querer disfrutar los buenos momentos y agradecerlos.

El amor está omnipresente en su última parte, El niño, un amor correspondido que abre la puerta a una vida con más altura y emoción y a un futuro compartido. La ilusión de crear proyectos juntos, como la construcción de una casa común, donde “la rutina que no pesa en los labios / ni en la piel, ni se nos mete en los ojos”. Aunque sepa que “no todo es verte en este / azul casi de nieve” y presienta dificultades y tropiezos y tema la pérdida de la amada, se siente feliz a su lado, la dicha de “una vida trenzada en otra vida”.  Futuro y proyección.

Su lenguaje es coloquial y cercano, en versos de ritmo endecasílabo. Poesía realista, con cierta narratividad y pinceladas de imágenes líricas, como las que encontramos en el poema Atardecer: “A lo lejos, el sol, como una bestia / derrotada, se tumba silencioso / en el vientre encarnado de la tarde”. Se caracteriza por la claridad. Si acudimos a las fuentes de nuestra cultura, Aristóteles manifestaba en su obra Poética que lo esencial de la elocutio era que fuese clara sin ser baja, elevación y claridad serán los rasgos del gusto clásico, y esta idea que el filósofo griego exponía para la tragedia, los clasicistas la toman como norma general. Claridad para referirse al sentir existencialista porque, como decía Heidegger: “La esencia del hombre es la existencia”, un complejo de posibilidades entre las que tendrá que elegir. Una existencia indeterminada que cada uno va perfilando con sus decisiones, tareas, intereses. Enfrentándose a la nada para iluminar de sentido los días, para conocer el valor de la vida: el cariño, el amor, la amistad, los buenos recuerdos, la familia, los libros. Un viaje por las diferentes fases del ser humano en su aprendizaje en el arte de existir.

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