marzo de 2024 - VIII Año

Orgía y revolución en «Coronada y el toro», de Francisco Nieva

En el prólogo a la edición de «El baile de los ardientes» y «La señora tártara», de Francisco Nieva, publicadas por Espasa Calpe (Austral) en 1996, intentaba yo definir el teatro de Nieva bajo el título genérico de «Estética de la contradicción» y fijaba esta «contradicción» en cuatro principios básicos: «estética y vitalismo», «orgía y revolución», «palabra y escena» y «la palabra: construcción y destrucción».

Intentar llevar a la escena estas cuatro contradicciones, inherentes al teatro de Nieva, no es tarea fácil. Es necesario un notable proceso de inmersión en sus textos, en la fuerza de sus símbolos, en esa capacidad para comprender que no hay mejor manera de encarnar la protesta rebelde que a través del «reventón de los instintos», como dice Ruiz Ramón (Historia del teatro español. Siglo XX).

Y esto es, precisamente, lo que ha sabido hacer Rakel Camacho y todo el equipo que la ha acompañado en la puesta en escena de «Coronada y el toro» en la sala Max Aub de las Naves del Matadero del Teatro Español. El simbolismo del teatro de Nieva deambula por la sala entre las figuras de Zebedeo, Coronada, Maraúña o Mairena y se funde con todo un complejo mundo onírico maravillosamente conseguido por medio de los efectos escénicos.

La orgía mítica y mística ha entrañado siempre una actitud revolucionaria en cuanto que quiebra el orden, los valores establecidos por los imperantes. Y el teatro, como catarsis del pueblo, se convierte en una vía de escape, pero no hacia la pura evasión sino hacia un proceso de concienciación social que despierta en las más profundas raíces emocionales los afanes eternos de la libertad. Y ésta se encuentra siempre en el instinto, nunca en la manifestación racionalizada de las estructuras mentales que son las ideologías.

Este teatro «alucinado e intenso», como debe ser el teatro, según el propio Nieva, explota con la fuerza de la imagen para romper cualquier viso de racionalismo realista y sumergirse en la emoción más desbordante. Rakel ha conseguido plenamente romper la capacidad de comunicación meramente verbal para alcanzar el éxtasis de la palabra «vivida» en cada una de las escenas de «Coronada y el toro». La fusión de «palabra y escena» se alcanza cuando la palabra creadora de Nieva, plagada de dobles sentidos, de simbolismos, de referencias populares y vanguardistas, no solo no se diluye en el «jolgorio» de la imagen orgiástica, sino que suena con fuerza en boca de los personajes para completar con energía el mensaje revolucionario del teatro de Nieva.

El monólogo de Coronada, uno de los aciertos teatrales de Nieva, donde se funden atavismo, sexo y rebeldía, suena constante, coherente, rítmico, casi poético, en boca de Nerea Moreno, sin que la imagen trasgresora de la masturbación quiebre la palabra que alcanza, en la propia masturbación con el mantón de Manila, uno de los momentos sublimes y más significativos de la obra.

Ese mantón de Manila, junto con el toro, la fiesta -simbolizada además con la disposición de las gradas como un coso taurino- son algunos de los elementos que introducen esta obra en las raíces de lo popular español. «Un pericón lleno de temas españoles exaltadamente deformados: la gitana, el torero, el alcalde cacique, el toro con sentido religioso de Minotauro, la justicia y Dios en persona. Una descarada regresión a los principios de la comedia arcaica, otra vez la comedia griega y aristofánica, con trozos líricos, grotescos o revisteriles», afirma el mismo Nieva. Y todos esos elementos explotan en el escenario con la fuerza del «auto sacramental», como bien ha sabido comprender Rakel, al mismo tiempo que, con el ramalazo de Valle Inclán, los va convirtiendo en esperpentos de sí mismos.

Zebedeo (Chani Martín) impone contundentemente la fuerza y el poder irracional de los «alticolocados»; Coronada (Nerea Moreno) es el sensualismo personificado en el monólogo, como he indicado. Representa «a la mujer como víctima superior» manteniendo la arrogancia, el orgullo y la rebelión, que caracteriza a este tipo de personajes, hasta alcanzar la dimensión trágica de la heroína. Juanfra Juárez, como don Cerezo, se mueve con acierto por el escenario como un pelele a la sombra de Zebedeo. Eva Caballero dota la gitana Mairena de una fuerza y de un brío sorprendente. Su presencia se dirige básicamente a la creación del espectáculo teatral: baila, se contonea, canta… y sus posturas introducen una dimensión plástica que acrecienta el sentido ceremonial y escatológico de la obra.  La ambigüedad sexual de El hombre-monja está perfectamente conseguida por el vestuario, la actuación y la dicción de Jorge Kent. Del mismo modo el simbolismo de víctima, con ese matiz religioso y trasgresor de Maraúña, es todo un acierto representado por Pedro Ángel Roca. Las dos «parejas unánimes» o «personajes dobles», tan frecuentes en el teatro de Nieva, contribuyen a la fiesta orgiástica desde las dos esferas contradictorias: el feminismo de la Melga y la Dalga (Lorena Benito y Sanna Toivanen) y los secuaces del poder Panzanegra y Tenazo (Antonio Sansano y Germán Vigara).

Quiero destacar de forma especial el acompañamiento musical de la obra. Los poemas postistas se han convertido en unas preciosas canciones que, sin lugar a duda, incrementan el sentido festivo de la obra. La música original de Pablo Peña y la voz de Álvaro Romero envuelven algunas de las escenas y las justifican.

Figurín de F. Nieva para «Coronada y el toro»

Pero el gran acierto de la obra se basa en el maravilloso espectáculo conseguido por medio de los efectos escénicos. La plaza de toros apenas deja cauce para la escenografía, pero el continuo movimiento de los actores y la acumulación de objetos, figuras y símbolos van creando sorpresa tras sorpresa para deslumbrar al espectador. No es fácil llevar a la escena las acotaciones de Nieva. Fijémonos, por ejemplo, en una de las finales de la obra: «Sale, a un gesto del Hombre Monja, un chorro seminal, de fuego desde el seno de la tumba, mientras se es­cuchan otros mugidos horrísonos que se van acercando»… «Llega el Toro de la Nieve, inmenso, como una carroza compuesta de cendales de una sutileza nebilosa. Va coronado de flores blancas y de sus inmensos cuernos cuelga una guitarra emblemática».

El surrealismo del texto se tiñe de imágenes irracionales pero en la puesta en escena todo el simbolismo de la obra está muy bien conseguido por medio de una imaginación sorprendente: el enorme cuerno colgado que desciende y asciende, ese final de nube de humo bajo la sábana blanca metidos en el ataúd de la muerte pero camino del ascenso a la inmortalidad, el dinamismo de la escena de los cojines… todo ello permite la sorpresa y captar toda la rebeldía que Nieva quiere lanzar con esta inmortal obra.

Sin lugar a duda, los aspectos de esta España negra se configuran como la base estructural de «Coronada y el toro» y constituyen el punto de partida para la recreación artística a que Nieva somete a los personajes, el ambiente festivo, la crítica política, la concienciación social, la orgía y la ceremonia. El excesivo racionalismo con que la historia ha sometido a la civilización española choca con ese impulso irracional y místico que subyace en la base popular de la sociedad provocando un contraste que explota en la tragedia y el esperpento de Nieva. Si toda su producción dramática se impregna de este sentido transcendente, sin lugar a duda, «Coronada y el toro» es una de sus manifestaciones más sorprendentes donde el teatro alcanza su auténtica dimensión de catarsis. «Porque -como dice Pérez Coterillo- ‘Coronada y el toro’ es un gran retablo español, un cruce de caminos y tradiciones donde las fiestas bárbaras de esta piel de toro, los ritos ancestrales, los autos sacramentales, y hasta la zarzuela se han puesto de acuerdo».

FICHA ARTÍSTICA
CORONADA Y EL TORO
de Francisco Nieva
Dirección: Rakel Camacho
Con Lorena Benito, Eva Caballero, Juanfra Juárez, Jorge Kent, Chani Martín, Nerea Moreno, Pedro Ángel Roca, Álvaro Romero, Antonio Sansano, Sanna Toivanen y Germán Vigara
Diseño de espacio escénico: José Luis Raymond
Ayudante de escenografía: Tomás González
Diseño de iluminación: Baltasar Patiño
Diseño de vestuario: Ikerne Giménez
Ayudante de vestuario: Tania Tajadura
Composición música original: Pablo Peña con la colaboración de Chani Martín “El Zurdo” con el tema J de Tinieblas
Adaptación musical letras de Francisco Nieva: Álvaro Romero
Movimiento escénico: Julia Monje
Ayudantes de producción: Javier Galán y Elena Martínez
Residente de ayudantía de dirección: Cristina Simón
Agradecimientos: José Pedreira, Guillermo Heras, Francisco Peña, Francisco Javier Flores Ruiz, Julio Jiménez, vecinos de Villarta de los Montes (Badajoz), Face2Face
Una producción de Teatro Español y SANRA Produce
(Marzo-abril 2023)

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Escrito por

Archivo Entreletras

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