julio de 2025

PASABA POR AQUÍ / Julio Verne, te hemos superado

Detalle de la tumba de Urraca López de Haro, cuarta abadesa de la Abadía de Cañas (La Rioja). Talla de Ruy Martínez de Bureba (1272)

He leído muchísima ciencia ficción. Soy aficionado desde muy joven a las novelas, los relatos, los cómics o tebeos y las películas de ciencia ficción, en todas sus vertientes.

Ya de chico, casi aprendí a leer antes de ir al colegio, a fuerza de exigir que me leyesen mientras comía, entre otras cosas, los tebeos de Diego Valor, el Héroe del Espacio, que también se escuchaba en un serial de radio SER, allá por los años 50 del siglo pasado.

Y toda esta ciencia ficción, tan denostada a veces como plato literario menor por los pedantes academicistas que parecen haber desayunado siempre con la magdalena de Proust y cenado duelos y quebrantos del señor Cervantes, resulta que ya hablaban de días como estos, con libertades restringidas, locuras armamentísticas, dictadores terribles, genocidios, virus asesinos con encierros domiciliarios, calles abandonadas y fantasmagóricas.

En aquellos tebeos, aquellos libros y aquellas películas ya aparecían y siguen haciéndolo sociedades angustiadas por el miedo, la opresión, la incertidumbre y, aún más, panoramas apocalípticos de todo tipo.

No sólo pudimos ver los niños de entonces adelantos maravillosos en aquellas historias: que llevaríamos teléfonos en el bolsillo, que pasearíamos por el espacio, que tendríamos rayos láser, que estaríamos comunicados a nivel planetario, que las máquinas nos ayudarían en la enseñanza, en la medicina y en los hogares… También veríamos un planeta maltratado por nuestros malos usos, unos poderes totalitarios gobernando a las masas a través del miedo y los adelantos científicos más espléndidos utilizados para la maldad y la locura.

Además de extasiarnos con edificios espectaculares, robotizaciones sin cuento,  inteligencias artificiales de todos los colores, manipulaciones genéticas y video conferencias planetarias, también pudimos saber que el futuro podría depararnos extraños y apocalípticos escenarios en los que todos estaríamos a merced de corporaciones y poderosos sin escrúpulos, nos machacarían con falsas democracias para tenernos sujetos y obedientes, y hasta deberíamos cumplir normas de confinamiento y pérdida de autonomía —las pandemias para eso se las pintan solas—, so riesgo de ser perseguidos, multados y hasta encarcelados.

Algunos de nuestros mayores, las gentes serias y responsables, nos trataban de visionarios, de poco prácticos, de fantasiosos y extravagantes; y mira tú por dónde, no hacíamos más que adelantarnos al futuro, que es ya nuestro presente en muchas cosas, de la mano de Isaac Asimov, H.G. Wells, Ray Bradbury, Arthur C. Clarke, Orwell, Huxley o Philip José Farmer, por citar sólo extranjeros.

Éramos unos adelantados, gozosamente en los avances tecnológicos y tristemente en las situaciones desastrosas como las guerras, amenazas y pandemias que ahora nos ocupan. Si muchos de nosotros aprendimos bastante en aquellas aventuras de ficción, cabe preguntarse si ahora, en la aventura real, aprenderemos también a ser mejores o, cuando pase esta especie de III Guerra Mundial con más patas que un pulpo —guerras asesinas, virus atroces, diferencias sociales indeseables y amenazas de que todo se repita más tarde o más temprano—, volveremos a las andadas del capitalismo salvaje, los intereses bastardos y la insolidaridad universal que son los principios de todas aquella salvajadas.

Nosotros, los aficionados a la ciencia ficción no decimos aquello de «¿quién nos lo iba a decir?». Nosotros ya sabíamos que un día ocurrirían estas cosas, que un virus escapado de algún siniestro laboratorio, o ayudado a escapar no se sabe con qué aviesas intenciones, nos dejaría a muchos muriendo, a la mayoría encerrados y a todos en manos de temor, la incertidumbre y la sospecha de que nuestro mundo no volverá a ser igual.

Nosotros ya sabemos que cuando los poderosos del mundo deciden que para defender sus intereses hay que tirarse las bombas y la economía a la cabeza, tendremos que reinventarnos para sobrevivir en un mundo diferente que se alejará, como siempre, del mejor de los mundos posibles.

Querido Julio Verne, te hemos superado con creces y no siempre en las cosas buenas, también en la miseria que provoca nuestra propia locura o, más bien, la locura y la maldad, por qué no decirlo, de los que manejan los hilos en la sombra.

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Archivo Entreletras

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