Visto el modo como actualmente se viste la más amplia generalidad de las gentes en Europa y América, realmente sorprende el cambio producido en los años de la pandemia (2020-2021) y los inmediatamente posteriores, en lo relativo al aspecto personal. No es que se haya impuesto lo informal en la vestimenta, que también, lo que ya venía de antes, aunque no de un modo tan extendido, sino que se han generalizado las trazas estrafalarias, que parecen apostar casi por lo zarrapastroso como ideal. Los pantalones rotos en fábrica son el caso más llamativo, sobre todo si se tienen en cuenta sus elevados precios.
La célebre Boutique Me Cisco en la Moda
Antaño se decía que vestían en la famosa Boutique Me Cisco en la Moda aquellos que lo hacían con apreciable desaliño indumentario, o con formas extravagantes o estrafalarias. Pero, ¿qué hacer cuando la “moda” (si es que se le puede llamar así) consiste en la extravagancia del desaliño más exagerado y desarrapado? Indumentarias en las que abundan las camisetas deportivas o con publicidad, que van desplazando a las camisas, y las zapatillas deportivas, en proceso actualmente de sustituir a los tradicionales zapatos. Accesorios a lo que se ha unido en los últimos años el macuto o mochila, que antiguamente estaba reservado a excursionistas. Y se han generalizado extraños cortes y tintes de pelo, que más que de fantasía son de alucinación.
Es muy posible que en USA y en gran parte de Europa, se esté produciendo un creciente abandono, cuando no indiferencia total, hacia el cuidado del aspecto personal y hacia la cortesía en los comportamientos públicos. Porque no es ésta solo una más de las variaciones de la moda de las que tantas se han visto en los últimos cien o doscientos años. No se trata de lamentar con nostalgia cánones de comportamiento del pasado. Y tampoco se trata de que estemos asistiendo a una liberación necesaria de opresores modelos sociales obsoletos que, en otros tiempos, afectaron gravemente a la libertad personal y a la creatividad en el vestir.
Más bien se asiste en silenciosa indiferencia a una homogeneización o uniformización de comportamientos, incluso indumentarios, en un mundo que tiende a creer que todos los individuos son, no iguales como antaño (iguales ante la ley y las oportunidades), sino idénticos e intercambiables, meros datos estadísticos. Un mundo en el que la elegancia se ha quedado en absurda e incómoda manía de pijos y petimetres que se esfuerzan en afirmar la individualidad en el vestir y haciéndolo con buen gusto. El pantalón vaquero (roto o entero) se ha generalizado casi como un uniforme, tanto en invierno como en verano.
La pandemia de 2020-2021
La pandemia conmocionó al mundo, y no solo por lo que significó, para la mentalidad de todos, la aparición de una enfermedad infecciosa letal, cuando las enfermedades infecciosas se consideraban erradicadas del mundo y la posibilidad de grandes epidemias se estimaba como poco menos que imposible. Una intensa decepción y desolación invadió todos los espíritus con esa constatación, sobre la que pudieron meditar en profundidad en los lagos meses de encierro que duraron los confinamientos. Seguramente el golpe ha sido demasiado profundo como para poder calibrarlo tan temprano, pero sí que ha tenido plasmaciones concretas, como la que se comenta.
Recientemente, desde la pandemia, muchos profesores, funcionarios y profesionales han adoptado la costumbre de dar clases, atender sus puestos de trabajo o a sus clientes ¡en pijama!, que en invierno acompañan a veces con un batín. Cierto que no lo hacen presencialmente en sus lugares de trabajo, claro, sino en el teletrabajo creado durante la pandemia para sostener la actividad en los tiempos de confinamiento por el COVID-19. El gran argumento para realizar esas actividades con tan insólitas indumentarias es la comodidad.
Y las ciudades americanas y europeas, todas llenas de arte e historia, algunas estudiadas y admiradas durante siglos, que eran tradicionalmente conocidas por el esplendor estilístico y la cordialidad interpersonal de quienes las habitan, han empezado ahora a parecerse a muchos lugares de USA, en los que sus moradores han aceptado desde siempre la utilización de vestimenta descuidada, desaliño personal e indumentario, y una indiferencia casi absoluta en sus relaciones y trato público con los demás.
Con una inspiración posmoderna
La filosofía posmoderna, que triunfó en los años finales del siglo XX, ha quedado desautorizada y desprestigiada en el orden académico, pero sigue desplegando su influencia en amplios sectores de la opinión pública. Y las cuestiones del desaliño indumentario y de aspecto tienen mucho que ver con una extraña invención posmoderna conocida como “concepto del yo plenamente autónomo”. Hasta hace poco, nadie vivía aislado, salvo algunos individuos marginales, así llamados por su marginación de la sociedad, muchas veces voluntaria, y nadie creía que podía o debía existir en este mundo aislado social o espiritualmente de otros seres humanos.
Pero los tiempos se han precipitado. Hoy, en muchos países, hay más mascotas que hijos, y la vida en solitario aislamiento se promociona como una opción vital más, entre otras posibles. La soledad es una situación no necesariamente indeseada o indeseable hoy, y los contactos con otros se limitan y estrechan al reducirse a los centros de trabajo, a la familia y poco más. Lo mismo sucede con los intercambios comerciales básicos cotidianos, muy cambiados por los sistemas de pago automático, la compra de raciones ya preparadas y otras tecnologías de distribución que han eliminado la necesidad de hablar hasta con dependientes y otros compradores, cuando antes era necesario hacerlo en las cajas de pago o en los mostradores de productos.
Los espacios públicos han dejado de ser ámbitos de debate e intercambio con desconocidos y son cada vez más lugares a los que se acude para una actividad muy concreta y singular, no para ser apelados o beneficiados mediante el diálogo con otros, sino para realizar tareas individuales en solitario, pese a que en las mismas se tope uno con la presencia accidental y simultánea de otros seres humanos, tan anónimos como todos.
La comodidad como argumento
Cuando se pregunta a alguien por su indumentaria y aspecto desarreglado, la respuesta que más se recibe es “por comodidad”. La comodidad personal y propia, claro, se erige así en razón suprema del torpe desaliño indumentario de los muchos que lo practican. Principio superior, no, más bien principio único. Pero no es una comodidad general, sino esencialmente subjetiva, limitada a la comodidad del que viste sus atuendos con arreglo a estas corrientes de auténtica anti-moda.
Quizá la prenda más combatida y relegada por “incómoda” haya sido la corbata. Una prenda que ha desaparecido incluso de tiendas tradicionalmente especializadas. Incluso en los grandes almacenes hay que preguntar actualmente por ella, cuando antaño se veía sin dificultad en vistosos mostradores. Una situación que constituye un auténtico menosprecio para el pueblo croata, cuya única aportación a la cultura occidental ha sido ese pañuelo peculiar anudado en torno al cuello de la camisa, que vestían los soldados croatas de la Emperatriz María Teresa de Austria en la Guerra de Sucesión a la corona austriaca, hacia 1745, y que se divulgó y popularizó en toda Europa de la mano de los franceses, hasta hoy.
Pero, como antes se apuntó, la comodidad a la que se alude es muy limitada, pues no alcanza —si es que lo hace— más que al que la practica. Porque ése estará muy cómodo en chándal o en zapatillas deportivas, o con los pantalones rotos, no se discute eso. Pero no se tiene nunca en consideración la incomodidad que generaría en todos los presentes la aparición de esas guisas de alguno con estrafalarias vestimentas en los funerales de un familiar, en una boda, o para jurar ante el Rey el cargo de Ministro de Economía, como le sucedió al actual ministro, que acudió al Palacio de la Zarzuela en zapatillas deportivas para su promesa, que no juramento. Y eso que cómodo, realmente cómodo, es llevar unos zapatos viejos y aún presentables y limpios.
El aspecto exterior cuidado y aseado importa, y no sólo porque el mundo es más agradable cuando las personas cuidan su aspecto, sino porque permite a las personas individualizarse y presentarse con la mejor imagen de sí de la que cada uno sea capaz. Y porque permite resistir a la uniformización generalizada y la homogeneización forzosa e inhumana, en unos tiempos como los actuales, en que algunos y poderosos grupos y élites intentan convencer al gran público de que todos los hombres son intercambiables, prescindibles, nulos.