abril de 2024 - VIII Año

El español, un tesoro

Ya que se acerca la fecha de la Hispanidad, que tanto fastidia a corruptos como López Obrador, de allende los mares, y a Francina Armengol, también de allende, fracasada en su patria insular por nepotismo y por ser una potencia centrífuga desenfrenada, es menester, como dijera el viejo profesor de feliz memoria, reivindicar la patria universal del español como tesoro, activo intangible y obra de la historia.

El 17 de abril de 1536, ante el papa Paulo III, Carlos I sitúo al español en la cúspide de la diplomacia y del mundo culto. Aquel papa no congraciaba con España, igual que el actual cuya visita posterga, ya que para nada nos hace falta. Éste, un montonero fariseo, excusa su venida hasta que en España haya paz (sic). Si sabrá él, que concede entrevistas a Évole, a Bolaños y a Yolanda Díaz… Aquel, un Farnesio aristócrata, pretendía la paz promocionando la guerra, ya que tenía firmada una alianza de defensa de la cristiandad con Carlos I, Rey de España, y la República de Venecia, para hacer frente al imperio otomano, mientras él simpatizaba con Francisco I, Rey de Francia, que ayudaba a Solimán el Magnífico a derruir la cristiandad, dando amparo y puerto franco a Barbarroja. ¡Paradojas del Espíritu Santo de entonces!

Decía que el Rey de España, también Emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico, proclamó el español como lengua de obligado conocimiento para todas las clases cultas, según le espetó al obispo de Macon, embajador de Francisco I ante el Papa, que protestaba por el uso del español. El Rey tampoco se inmutó, ni se arredró antes los gestos y palabras disuasorias del Vicario de Cristo y endosó a la Corte Pontificia, en español, un discurso de hora y media, según atestigua documentalmente Antonio Fontán, que fue Presidente del Senado con UCD y venía de ser catedrático de filología.

Para llegar a esa cima, hay que partir de 1486, cuando Antonio Nebrija le presenta, en Salamanca, a la reina Isabel I, la Muestra de su Gramática, que terminó en 1492. La reina le pregunta qué provecho podría sacarse de aquel proyecto. El humanista responde a la reina que el objetivo es mantener al castellano en un solo tenor. Es evidente que sin un criterio único que fije las normas, orales y escritas, no estamos ante una lengua, sino ante un habla, un instrumento de comunicación local, que varía de población en población, hasta cobrar rasgos de identidad tan distintos que no constituyen un dialecto, sino otro habla. La Gramática es la estructura de la lengua, el fuste que le da estabilidad y rigor para permanecer fiel a sí misma. Es la primera condición que pone Valla (1407-1457), que, a su vez, se apoyaba en Quintiliano, un hispano de Calahorra del siglo I d.C. y en Varrón (I a.de C.). Para ellos, una lengua puede considerarse culta, o de culto, si reúne cuatro condiciones. La primera es que tenga gramática. Así, la pueden aprender personas que no la tengan como lengua materna.

Con orgullo, el conquense Juan de Valdés (1509-1541), refugiado en Nápoles como su hermano Alfonso, perseguidos ambos por la Inquisición, aprecia que el español  es aprendido y utilizado por las clases cultas no sólo de Nápoles, sino de toda Italia. Hay que reconocer que el Camino español recorría toda la península italiana desde Nápoles al ducado de Milán, hasta llegar a los Países Bajos, pasando por Besançon, que entonces también era un enclave de la Corona española.

A finales del siglo XV, con la existencia de una Gramática, ya tenemos al español en la cúspide de las lenguas cultas, junto al latín, al griego y al hebreo. Buena parte de Europa se apresta a aprenderlo.

El idioma francés espera a 1673 a que Pierre Paul Billet haga una obra semejante a la de Nebrija y sufre multitud de transformaciones durante esos dos siglos. Como ocurrió al inglés, cuya primera gramática es de 1586, un siglo posterior a la de Nebrija. Es decir, que otras lenguas cultas iban, en su evolución, detrás o muy detrás de la española. Por algo protestaba el obispo de Macon…

La segunda condición de Valla es la existencia de autoridades en la lengua en cuestión. Pocos años antes de aparecer la Gramática española, acaba de morir Jorge Manrique (1479), en Santa María del Campo Rus (Cuenca). En el mismo siglo XV, contamos con otros literatos excelentes de la talla del marqués de Santillana, Juan del Encina y el dramaturgo Fernando de Rojas. Y también coetáneo de Carlos I, como los dos últimos citados, vive y escribe el toledano Garcilaso de la Vega, un poeta de envergadura, de español maduro y elegante, injustamente tratado por la historia de la Literatura. En la segunda mitad del siglo XVI, brilla Cervantes, que viene de aprender en la escuela del humanista Juan López de Hoyos y de los corrales de Lope de Rueda, ambos igualmente  coetáneos de Carlos I.

Es decir, que al español no le faltaban padrinos. Alguno universal y de primera fila. Hasta el catalán Joan Margarit i Pau, obispo de Gerona y cardenal, no cesa de escribir en latín, admirando la obra unificadora en lo político de Isabel y Fernando y de mérito en lo cultural. ¡Cuánta falta nos hace hoy otro Paralipómenon Hispaniae como el de aquel catalán, independiente y justo!

Bien. Los escritores que constituyen la aureola de la Gramática nebrijense son sus modelos, los guías que amparan su propuesta morfológica y sintáctica (para la ortografía habrá que esperar siglos).

La tercera condición que exige Valla para considerar culta a una lengua es que se hable en muchos lugares diferentes a aquel donde surge. Es evidente que el castellano fue difundido por los diferentes reinos de la península ibérica a través de la soldadesca. Nadie lo impuso. Isabel y Fernando, como Condes de Barcelona, usaban el catalán de forma ordinaria y sin rebozo alguno; pero el pueblo, fuera valenciano, vasco, gallego, o catalán, empezó a hablar el español por conveniencia, porque empezaba a ser una lengua universal con que entenderse con viajeros, comerciantes y soldados licenciados. Por si faltara algo, el español comenzó a ser la lengua franca del imperio americano y de Filipinas.

Cuarta condición de Valla: la antigüedad. Cuando en el siglo XIII, Gonzalo de Berceo publica los Loores de Santa María, el latín vulgar ha evolucionado tanto que resulta un idioma nuevo. El latín se ha ido pudriendo durante la etapa gótica y los siglos medievales anteriores. Ya no se reconoce el latín. Pero, el mester de juglaría y el de clerecía han creado una cultura, un romancero, autos sacramentales y crónicas históricas. Alfonso X usó el castellano para redactar las Siete Partidas y para el trabajo de la Escuela de Traductores de Toledo, etc. Hay un sustrato histórico de más de cuatro siglos que acredita antigüedad suficiente para la lengua emergente.

Por todo ello, legítimamente, Carlos I, políglota él, se atrevió a poner el español como lengua universal de comunicación. Su lengua materna era el francés y también hablaba alemán; pero, consideraba al español como su lengua.

Hoy, el español es la lengua de 500 millones de seres humanos; es la segunda lengua que se habla en USA, país que se puede recorrer sin usar pinganillo, ni saber una palabra de inglés porque, si es preciso, ayudan a encontrar interprete y lo encuentran con facilidad… Es lengua oficial en la ONU y en la Unión Europea que, incoherentemente, mantiene el inglés como lengua oficial, aunque UK dejó de pertenecer a ella y en Malta se habla maltés.

Hablar español es tener un activo de riqueza lingüística por la amplitud de su vocabulario, su historia literaria y potencia expresiva. Y, económicamente, constituye un tesoro por la extensión que abarca como instrumento de comunicación. Sin chauvinismo alguno, hablar español es un orgullo y un poder.

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