diciembre de 2024 - VIII Año

Voltaire y el Siglo de Luis XIV: los problemas de la historia “progresista”

Volatire

Mucho antes de que el británico Herbert Butterfield (1900-1979), en The Whig Interpretation of History (1931), desenmascarase las pretensiones interpretativas de cierta historiografía “progresista” -que él denominó “Historia Whig”-, esa historia progresista que él denunciaba ya había ofrecido en el siglo XVIII una primera gran obra: El Siglo de Luis XIV (Le Siècle de Louis XIV), publicada en 1751. Fue su autor el afamado escritor y philosophe ilustrado francés, Voltaire (1694-1778). Y fue obra de madurez, pues su primera gran obra histórica, Carlos XII de Suecia, había aparecido en 1730.

No le faltaba razón a Butterfield al defender que los historiadores han de escapar de la tentación de ver el pasado como ratificación del presente, y no deben seguir a priori narrativas de progreso hacia adelante y hacia arriba. Es decir, que deben estudiar el pasado por sí mismo y en sus propios términos. El ideal del historiador es conocer y comprender la mentalidad pasada, no la mentalidad presente proyectada al pasado, porque el objetivo principal del historiador es la elucidación de la diferencia entre el pasado y el presente. La obra de Voltaire constituye un perfecto contra-ejemplo de lo aconsejado por Butterfield. Voltaire incurrió en todos los anacronismos típicos derivados de creer en la existencia de líneas de continuidad histórica que llevarían, en secuencia ascendente, desde la antigüedad greco-latina al reinado de Luis XIV.

El Siglo de Luis XIV no se corresponde, exactamente, ni con el siglo XVII, ni tampoco sólo con el reinado de Luis XIV (1638-1715). Voltaire inició su estudio en los últimos años del cardenal Richelieu (1585-1642), y lo concluyó en los años inmediatamente posteriores a la muerte de Luis XIV. Para Voltaire, esa época fue el tiempo de la Historia de la Humanidad en la que artes, ciencias y filosofía alcanzaron mayor perfección. Su objetivo no fue hacer una historia convencional, con grandes nombres y acontecimientos, sino que trató de hacer algo parecido a un retrato de época, procurando destacar también las tendencias históricas y culturales. No es solo una crónica de victorias militares, pues Voltaire valoró la grandeza más por el progreso de la razón y la cultura, por los avances del arte, o por el rechazo de la superstición.

La obra pretende ofrecer un vivo cuadro histórico de los progresos del espíritu humano, desde la antigüedad hasta su presente, realzando la “inimitable” grandeza del reinado del Rey Sol. En la obra se plasma una de las primeras formulaciones de la idea de “progreso”, que se terminaría por imponer en la Ilustración y que llega a nuestros días. El cuerpo de la obra se ciñe a la época de Luis XIV, pero dentro de un marco general en el que se pretende establecer el sentido de la historia. Las ideas de “evolución” y de “progreso” articulan el texto de Voltaire, en lo que se ha considerado una de las primeras obras de Filosofía de la Historia, propiamente dicha.

Luis XIV de Francia

En El Siglo de Luis XIV, además de la historia de ese monarca, se esboza un planteamiento sobre el “progreso”, que termina por convertirse casi en el propósito central de la obra. Voltaire pensaba que el progreso en la historia es relativo, aunque sí que se podía encontrar el sentido de la historia, si se sabía buscar. Para él, en la Historia de la Humanidad ha habido tres momentos de máximo brillo y esplendor, en los que las luces relumbraron: el siglo de Pericles, el siglo de César y de Augusto y el Renacimiento en Europa, en los siglos XV y XVI. Una sucesión venturosa de momentos estelares de la humanidad que habrían llegado a su apogeo con el reinado de Luis XIV de Francia, cuarto y último gran hito de las luces humanas.

El propósito de Voltaire trasciende la sucesión de hechos históricos para estudiar el tiempo del Rey Sol del modo más completo posible. Trata de analizarlo todo para hacer una historia total en la que se habla de política, de religión, de literatura y hasta de costumbres. Historia en la que Voltaire considera, y esa es una de sus principales conclusiones, que se ha producido un progreso incuestionable, desde los tiempos de la Grecia Clásica hasta la modernidad representada por Francia, convertida entonces en primera potencia continental europea. Una potencia que, más allá del poderío militar, se hizo patente en el liderazgo cultural, científico, filosófico, en suma, espiritual, de Francia en Europa y en el mundo, en esa época.

La potencia principal de Francia fue cultural y se extendió por toda Europa, no solo en las cortes de los reyes. Fue también el tiempo de la Nouvelle Comedie Française, con Corneille en el drama y Moliere en la comedia, y con Racine en la tragedia. Y del cartesianismo que, restaurada la unidad de las matemáticas por Descartes, dominaban el racionalismo imperante en la Europa Continental. Y es el tiempo de científicos como Pascal o de músicos como Lully. O la época de Fenelon y de La Fontaine. Hasta la moda indumentaria de hombres y mujeres de lo que sería la última parte del siglo XVII y todo el siglo XVIII, fue la moda dictada desde París a todo el mundo, y luego la siguió dictando.

Visión esplendorosa del brillante cuadro dibujado por Voltaire, que casi hace olvidar al lector las debilidades que aquejaron tradicionalmente a Francia, y que siempre le impidieron alcanzar la plena hegemonía política y militar europea y mundial, con Luis XIV o con Bonaparte después. En primer lugar, la sempiterna debilidad los marinos franceses, incapaces de vencer en combate a escuadras, no ya británicas o españolas, sino incluso holandesas y danesas. Y el despótico absolutismo de quienes ostentaron el poder. Tampoco fue siempre incuestionable la potencia militar francesa. Pero en cuanto a gustos, costumbres, modas, literatura y pensamiento, sin duda, Francia ejerció la supremacía más absoluta hasta bien entrado el siglo XX.

Paz de Westfalia

La influencia de El Siglo de Luis XIV fue enorme, y no solo en Francia. Pronto se tradujo al alemán y al español y se difundió por Europa y América. Había buenas razones para ello, ya que se trataba de la primera historia general de la Europa del final de las Guerras de Religión y del tiempo siguiente a éstas, hasta el comienzo del reinado de Luis XV. Un tiempo aún muy cercano en la conciencia de los europeos y que había sido muy importante en Europa, pues la Paz de Westfalia (1648) significó, entre otras muchas cosas, el fin de las guerras de religión que asolaron el continente europeo desde los años 20 del siglo XVI, cuando comenzó la Reforma Protestante.

Tiempo, el subsiguiente a la Paz de Westfalia, en el que Europa y el mundo asistieron a grandes cambios. España perdió la posición hegemónica mantenida desde el reinado de los Reyes Católicos, Inglaterra se afianzaba en los mares con Cromwell, emergía la incipiente potencia de Prusia y la Rusia del zar Pedro I aparecía de nuevo en Europa, como un nuevo gran poder. En España, El Siglo de Luis XIV alcanzó un gran éxito y tuvo mucha difusión, pues era la primera interpretación de la caída de la hegemonía española, si bien ese análisis se hacía desde las más que sesgadas posiciones personales de Voltaire, muy anti-católicas y muy pro-francesas.

Retomando las tesis de Butterfield con las que se comenzaba, cabe decir que, probablemente, la más severa crítica que se puede formular a esta obra de Voltaire y, en general, a toda la historiografía “progresista”, es el grave error en el que incurren al tratar de “leer la historia hacia atrás”, en lugar de hacerlo hacia adelante. Y él fue siempre muy sensible a la amenaza que esas técnicas de interpretación “presentista” comportan para la mínima coherencia que ha de mantener la historia.

Por esa razón, Butterfield sostuvo siempre, con intransigencia, que el cometido de la Ciencia Histórica consistía en ser capaz de traer el pasado hasta el presente, y que no se debía caer nunca en la tentación de trasladar el presente al pasado. Un buen consejo, sin duda.

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