abril de 2024 - VIII Año

Imaginación desbordante, sentido del humor, anticipaciones, parodias, ironías y mucho más en Luciano de Samósata (125-181)

La luz es el primer animal visible de lo invisible
José Lezama Lima

La inteligencia, desde mi punto de vista, es una forma de luz que utilizamos para ponernos en contacto, tanto con el pasado como para anticipar el futuro. Luciano de Samósata es una figura que desprende un halo de enigma y de misterio. La historia no camina en línea recta. Experimenta avances y retrocesos. Se producen desviaciones… y se reencuentra el camino.

Vamos a focalizar nuestro interés en este escritor sirio, en lengua griega, del siglo II d.C. explicando someramente su realidad histórica y su constante peregrinar. Fue un viajero incansable que constituye una caja de sorpresas como iré desgranando. Afamado conferenciante, experto en retórica que, en cierto modo, puede adscribirse a la segunda sofística, vitalista, constante experimentador, es mucho más epicureista de lo que se ha dicho. Todo esto lo dota de una particular originalidad y relevancia.

Durante muchos siglos permaneció sepultado bajo un manto de pétreo silencio. La visión dogmática y excluyente de los representantes de la Iglesia católica, tuvo mucho que ver.

Escéptico, tal vez con un toque nihilista, no respetaba lo establecido sino que le gustaba provocar. Muchas de sus obras, que no son de gran extensión tienen un regusto irreverente, paródico y ponen en solfa no pocas convenciones socialmente arraigadas, que o bien pertenecían al ámbito de lo sagrado o ponían  en riesgo intereses y privilegios de los poderes establecidos.

Haremos algunos comentarios de algunas de sus obras. Quisiera, por lo pronto, señalar su “Diálogo de los muertos” o su “Diálogo de los dioses”, para corroborar lo anteriormente expresado. Puede afirmarse también, que nos ha dejado opiniones sobre la literatura propias de un crítico literario avezado.

Sus diálogos y narraciones son ‘punzantes, satíricos’ y escuecen aunque en la mayor parte de las ocasiones están expuestos con elegancia. Hace gala de una enorme versatilidad y heterogeneidad, fundiendo y entrelazando diversos géneros, tanto de la Grecia clásica como de otras culturas.

¿A qué solemos llamar pedagogía de la rutina? A una propaganda machacona, destinada a que las gentes valoren y prefieran lo que con anterioridad ha sido dictaminado por el poder. Los poderosos han decidido siempre lo que se debe y es políticamente correcto consumir y todo aquello de lo que deben abstenerse.

Luciano de Samósata no era lo que hoy llamaríamos un intelectual obediente, ni fácil de contentar. Sus quiebros dialécticos a los dictámenes establecidos, son prácticamente una constante. Se aventuró en bastantes ocasiones por rutas que no eran, en modo alguno, predecibles. Lo que da a los textos que escribió, agilidad y capacidad de sorprender al lector, alejándolo de lo tedioso.

Puede que algunas de sus obras, como afirmaban quienes demostraban hostilidad hacia él, fueran ‘libelos’. Los inconformistas acostumbran a ser, también, exigentes y críticos. Probablemente, la imaginación y desenvolverse con soltura empleando el pensamiento abstracto, sean dos componentes nada desdeñables de las materias primas que ha de conocer un escritor.

Puede que exagere un tanto, pero en sus constantes experimentos y búsqueda del ‘más difícil todavía’, lo imagino portando ‘una linterna mágica’ que va iluminando rutas inesperadas, que las más de las veces, conectan con el futuro.

Se ha dicho de él y con razón, que puede ser considerado el abuelo de la ciencia-ficción y de la literatura fantástica que, como sabemos, tiene mucho de anticipación.

Luciano de Samósata juega a confundir ‘lo que es y lo que no es’. Por ejemplo, nada más fantástico e inverosímil que ese divertido libro suyo, que titula con retranca, “Historias verdaderas”, donde está presente su sentido crítico, un furor y una ambición que invitan a meditar y que apaciguan su vena iconoclasta.

A fin de que el lector se anime a consultar este texto, como botón de muestra le ofrezco los siguientes datos: En un supuesto viaje a la luna, expone con gracia y sentido del humor que los selenitas, no nacen de mujeres sino de hombres. No tienen ano. Les encanta beber zumo de aire y, quizá lo mejor de todo, tienen ojos desmontables, es decir, de quita y pon. Sus juegos malabares son constantes. Estos juegos de palabras le permiten establecer una complicidad con el lector, al afirmar que sólo hay de veraz en su historia, que “miente siempre”

Es posible, que haya contribuido a darle un aroma de leyenda, que los datos biográficos de que disponemos son poco fiables. Se mueve, por tanto, en una bruma donde hay que llenar los huecos, de todo aquello de lo que no tenemos información. De lo que no cabe la menor duda es de su atrevimiento, ya que no tuvo inconveniente en parodiar a Homero, Platón y todo aquello que se le ponía por delante.

Se movía constantemente de un lado a otro. Lo mismo lo encontramos en Atenas, que en Roma. Visitó la Magna Grecia e incluso la Galia. No paraba quieto. Contemporáneos suyos lo sitúan pronunciando conferencias tanto en Éfeso como en Corinto. Es constatable que le gustaba asistir a los Juegos Olímpicos.

Es interesante lo que nos dejó dicho sobre sí mismo, sus preferencias, sus filias y sus fobias. Despreciaba a los impostores, a los soberbios y a los embusteros. Y, nos descubre en más de una ocasión, que amaba la belleza, la sencillez y la verdad.

Si hubiera que intentar clasificarlo, de lo que más cerca estuvo fue del escepticismo, ya que sentía animadversión por los dogmáticos y se inclinaba hacia lo que hoy llamaríamos un relativismo crítico. Al epicureísmo debió conducirlo su manifiesta inquina hacia la religión. La suya, en diversas ocasiones, es una mueca inteligente y burlona que siempre sugiere más de lo que dice y va más allá de lo que parece.

No es un escritor burdo, grosero o de brocha gorda muy al contrario, se burla abiertamente de la tosquedad, la soberbia y de la pretensión dogmática de hablar en nombre de la verdad. Es por eso, que aunque fue mucho más que un escritor satírico no está de más, comenzar por ahí un acercamiento a su figura y a su proyección posterior.

Los soberbios, los fundamentalistas, los sacerdotes lo insultan con frecuencia, acusándolo de blasfemo y de ateo. Tal y como podemos observar en la historia del pensamiento hay situaciones recurrentes que se repiten. En sus textos pueden hallarse una cierta repulsión hacia los cristianos, que en buena medida explica, el ostracismo que sufrió durante siglos. Plantaba cara al fanatismo henchido de soberbia, demostrando con ello su valentía.

No debe extrañarnos, por tanto, que valore por encima de todo, de la doctrina epicúrea el esfuerzo que realiza por liberarnos del miedo a la muerte y a cuanto perturba el ánimo, impidiendo alcanzar la ‘ataraxia’ o imperturbabilidad.

Es más, el humor nace a veces de un agudo dolor y de la necesidad de sacudir lo que nos agobia, especialmente el miedo. En ocasiones, sus relatos humorísticos nacen de la determinación de domesticar la rabia, atreviéndose a mostrar lo que intuye al otro lado del espejo.

La imaginación desbordante le lleva a escribir escenas que reaparecerán más tarde en la literatura, como la de un hombre que es tragado por una ballena gigante o querer descubrir, realizando un viaje para tal fin, lo que puede haber en el centro de la Tierra.

Quisiera indicar expresamente, lo apasionante de su visita a la isla de los sueños, las interpretaciones que realiza de algunos de ellos y que anticipan, de alguna forma, los descubrimientos de Sigmund Freud como el subconsciente, sin ir más lejos.

Luciano de Samósata, su sentido del humor irreverente y sus descubrimientos no debe ser arrinconado en algún lugar perdido del pasado, sino que tal y como hizo el Renacimiento, debemos redescubrirlo, analizarlo y en tiempos de tanta estupidez y tanta pedantería, tomar ejemplo de su ‘modus operandi’.

El paso del tiempo, se ha dicho que no es otra cosa que una convención epistemológica. Quizás por eso, la lectura nos permite comunicarnos y dialogar con autores y palabras escritas hace siglos. En un magnífico soneto, Francisco de Quevedo lo expresa con una formidable sinestesia “Y con mis ojos oigo hablar los muertos”.

Por nuestro bien, no debe seguir adormilado ni olvidado Luciano de Samósata sino que en un fecundo ejercicio de curiosidad intelectual y de gratitud a los clásicos debemos ‘redescubrirlo y disfrutarlo’.

No es ni ha sido nunca una idea fecunda ‘intentar dar esquinazo al pasado’. El pasado, pese a tanto adanismo y desinterés, es un espejo que no sólo nos refleja sino que nos ‘disecciona’. Quizás, lo que no estemos preparados para asimilar, todavía, es que no somos más que ‘una triste caricatura’. Los espejos son crueles mas, certeros.

Hemos de sacudirnos con coraje y determinación, la imagen kitsch de que la Humanidad emprendió una larga marcha inconclusa hacia el futuro. Es pretenciosa y portadora de ‘espejismos’.

Luciano de Samósata aprende de la realidad, inventa, pone en marcha proyectos y supera adversidades. Cuando muchas cosas se resquebrajan a nuestro alrededor y no hay asideros firmes a los que aferrarse, el humor, el tantas veces denostado humor, es un buen antídoto contra la melancolía paralizadora y, sobre todo, contra los miedos y terrores que nos hacen perder la fe en el futuro.

El hombre, desde los lejanos tiempos de la antigüedad, en Asia Menor, en Grecia y en Roma emprende la tarea de descifrar e interpretar los hechos históricos con mayor o menor fortuna.

Una línea sutil vincula, por extraño que parezca, a Luciano de Samósata con Hegel y su visión proyectiva de la historia. Mas este supuesto lo desarrollaremos con mayor extensión en una próxima colaboración.

Los miedos han sido sistemáticamente inoculados en el corazón del hombre mediante dogmas religiosos. Tal vez, por eso, es vitalista, antidogmático y un proto humorista que emplea la ironía para no dejarse vencer por los terrores que nos acosan.

Luciano de Samósata vivía como todos ‘encerrado’ en los límites que le marcaba su tiempo, mas los mejor preparados han aprendido a distinguir los matices –para otros indescifrables- de los diversos tonos de luz del laberinto.

Fue objeto de desprecios y de marginaciones, aunque las fue superando y llegó a ostentar cargos públicos de cierta importancia. Nunca olvidó que la envidia se enrosca y asfixia, como si de una hiedra amarilla se tratara.

No es menos cierto que la historia está llena de ‘pozos cegados’. Es, sin embargo posible en ciertos casos, recuperar el agua fresca de antaño.

Los dogmáticos, los conservadores a ultranza, quienes son incapaces de captar toda ironía y carecen de sentido del humor, están condenados a no percibir nunca que los muros más sólidos tienen grietas… y que por esas grietas penetra el futuro.

Pese a los intentos que han emprendido, sistemáticamente, para que algunas palabras dotadas de contenido semántico, transformador, se pudran bajo tierra, el tiempo se encarga de mostrar el fracaso de esas intenciones retardatarias. ‘Las palabras enterradas’ aguardan su retorno y… están dotadas de una enorme paciencia.

Es más, ‘hay huellas rotas’ que escapan al escrutinio de los arqueólogos, así como noticias del pasado que iluminan el futuro. Luciano de Samósata quizás nació para transgredir y para mostrar su disconformidad con la decadencia y vulgaridad de cuanto le rodeaba. Afortunadamente, la palabra amplifica la voz de quien tiene tanto que decir.

Para mí, Luciano de Samósata es un genio satírico de primera magnitud. Quiero destacar que en su posteridad ha disfrutado y disfruta de lo que podríamos considerar un ‘club de fans’ encomiable.

Tuvo amplios conocimientos de numerosas disciplinas, tanto científicas como humanistas. Esto pone de manifiesto su curiosidad intelectual y la amplitud de sus expectativas.

Solo citaré de pasada, algunas obras que invitan a la lectura, como “El elogio de la mosca” o “El juicio de las vocales”, donde aparece y desaparece el retórico y el gramático.

Permítaseme, sin embargo, que ponga ahora de relieve la gravedad disfrazada de sentido del humor, de sus diálogos satíricos y morales. Así, en “Diálogo de los dioses” pone de manifiesto su visión iconoclasta, su escepticismo y hasta su ateísmo.

Hoy como ayer el mundo está lleno de personajes groseros vulgares, charlatanes y embaucadores que se han especializado en vivir a costa de la credulidad ajena. He ahí al mejor Luciano de Samósata actuando como polemista, disfrazado de humorista. De sus burlas no escapa ni el mismísimo Jesucristo.

Nos vamos aproximando al final y debo referirme a su legado. Tuvo, con anterioridad, imitadores y continuadores, pero hubo de esperar al Renacimiento para que se le redescubriera y valorara. Su influjo llega hasta el mismísimo Maquiavelo. Erasmo de Rotterdam comprendió el alcance de sus sátiras y las tuvo muy presentes en su forma de criticar… y de esconder la mano tras la crítica. Françoise Rabelais lo tiene presente en sus hilarantes obras, repletas de una crítica brutal como “Pantagruel y Gargantua”.

En nuestro país, no es de extrañar que fueran los erasmistas quienes mejor lo conocieron, como es el caso de los hermanos Valdés y algunos pasajes que dejan poco lugar a dudas de “El Lazarillo de Tormes”, como el del buldero. Asimismo, se advierten reminiscencias suyas, en Cristóbal de Villalón y en Mateo Alemán.

Si se lee con atención, posteriormente influye nada menos que en Miguel de Cervantes que toma de él su espíritu escéptico, su habilidad para la sátira y ese desenvainar la espada sin hacer sangre, que tan bien caracteriza al alcalaíno. Reléase con atención “El coloquio de los perros” y el lector descubrirá por sí mismo, algo de lo que venimos afirmando, aunque hay bastantes más ejemplos.  En esta nómina del club de fans, no podía faltar Francisco de Quevedo con sus “Sueños” y no sólo en ellos y, el murciano Saavedra Fajardo que maneja con soltura la sátira lucianesca.

En las Islas Británicas, Jonathan Swift es un claro ejemplo de cómo puede seguirse la estela de Luciano de Samósata sin recurrir a trillados tópicos.

He dejado para el final a Voltaire, que es quizás el que lo sigue más de cerca y lo ha entendido mejor. Friedrich Engels, con su fino olfato literario lo llega a denominar “el Voltaire de la antigüedad clásica”.

Naturalmente, esta elección o relación de autores es sólo una mínima parte de la legión de quienes lo leyeron, lo citaron y lo admiraron. Podemos añadir a Julio Verne o por extraño que parezca a Giacomo Leopardi y a tantos y tantos otros.

Estas reflexiones, comentarios y observaciones sobre Luciano de Samósata van tocando a su fin. Sólo me resta lamentar que, entre tanto, desprecio por el mundo clásico, tanto adanismo y tanto desconocimiento del pasado… cada día somos menos conscientes de que en la Grecia clásica y en la Roma republicana, si se saben buscar y apreciar están las semillas de no pocas ideas, que nos pueden ser de gran utilidad si sabemos captarlas y adaptarlas a nuestro presente.

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