Tuve durante años un fantasma, me lo recordó ayer Alberto Infante, que me acompañaba de una forma extraña, caprichosa e ininteligible (claro de qué forma te va a acompañar un fantasma) y que llenó de pánico algunos tardes-noches de mi vertiginosa adolescencia, luego me hice a la idea y mi único esfuerzo era que lo vieran también mis amigos o los que me acompañaban para que no pareciera yo un loco, pirao y otras cosas que padecen muchos de los que ven fantasmas. Tuve buena suerte, mi amigo y poeta Marcos Suárez lo vio una noche por la calle Orense de Madrid, y mi novia de entonces, Silvia Roa, que ahora es mi maravillosa mujer lo vio varias veces, incluso una de ellas, en la playa, por la noche, viendo el mar, lo vio ella antes que yo y fue la que me dijo, vámonos, vámonos que lo estoy viendo… y dejamos la playa para el día siguiente, con turistas, playeros y castillitos de arena. Así era mi fantasma… Pues ahora, pasados mis cuarenta años, lo echo de menos, era algo inaudito y maravilloso en mi vida, era un balcón hacia no sé qué sitio y yo estaba pendiente de verlo y de compartirlo con mis amigos. Se fue, como tantas cosas, muchas veces se lo recuerdo a Silvia, para que no se olvide, es como nuestra propia adolescencia, como esos bares, esos amigos y esas noches que no volverán, como esa ciudad, la nuestra, que a veces parece un espejo sórdido de aquello que amamos. Si tú tienes un fantasma, aunque el primer día te encienda la luz del pánico, disfrútalo, dejarás de verlo y se añora más lo que no se entiende.
(Invierno, 2017)Fantasma mío
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