junio de 2025

Una ética para la inteligencia artificial

El pasado 21 de abril tuve el honor de pronunciar una conferencia sobre este tema en la sede de la Fundación Sicómoro, un tema que parece conveniente sacarlo a la palestra del pensamiento compartido.

Han pasado los años desde aquel “2001, Una Odisea del Espacio”; aquel “Blade runner”; aquel “Neuromante”, de William Gibson; aquel “Manifiesto ciborg” de Donna Haraway; aquel “Deep Blue” venciendo a Kasparov. En 2003, Neal Stephenson había puesto cuna al metaverso en su “Snow Crash” y Asimov había formulado su “Última pregunta” acerca de si las nuevas tecnologías podrían un día revertir la entropía.

Fue Babelia quien dio el toque de rebato, en aquel 20 de enero de 2017, al hablar de “Un futuro sin porvenir” y preguntar en su “lead” “¿Qué hacer cuando el mañana ha dejado de ser sinónimo de progreso”?. La revista sugería 24 libros. El primero de la lista era el de Yubal Noah Harari, titulado “Homo Deus, Breve historia del mañana”, donde su autor, al tiempo que confiesa que se trata de poner al hombre en el lugar de Dios, da cuenta de sus resultados: “Estamos en el umbral de una revolución trascendental. Los humanos corren el peligro de perder su valor porque la inteligencia se está desconectando de la conciencia, la inteligencia es obligatoria pero la conciencia es opcional […] los humanos deben mejorar activamente su mente si quieren seguir en la partida” (pp. 341-384).

La solución de Harari es que el ser humano debe desarrollar su inteligencia dotándola de las extensiones cibernéticas que sean necesarias. Por mi parte sostengo que, junto a su inteligencia, propiamente humana, debe abrirle camino su conciencia ética y moral que vaya de la mano del derecho positivo.

En mi modesto entender la inteligencia artificial no es un mito, como sostiene Erik J. Larson. No podemos considerarlo como tal sino por lo que esconde: una invasión del espacio natural donde vivimos, y del espacio virtual que fabricamos con nuestra capacidad fabuladora, por el espacio digital creador de artificio que produce las “Patologías” que muestra la Dra. Teresa López Pellisa. La “Infocracia”, que anuncia Byung-Chul Han, está a la puerta. La imitación del cerebro humano esconde el intento de superarlo. Su “Insólito viaje” desde Laetoli, que narra el neurocientífico Javier de Felipe, está a punto de caer en otra cosa; ¿qué están haciendo con él?, pregunta Nicholas Carr. Si leemos al Dr. Carles Sierra, Presidente del Instituto de Investigación de Inteligencia Artificial del CSIC y de la Asociación Europea de Inteligencia Artificial, no lo tenemos fácil. Dice Harari en sus “21 lecciones para el siglo XXI” que “No podemos basarnos en la máquina para establecer criterios éticos relevantes: será necesario que esto lo sigan haciendo los humanos”. Me preocupa el poder de seducción y de colonización; que, instalados en la virtualidad, ya no sepamos distinguir a las mentiras.  Peter Sloterdijk, en sus “Normas para el parque humano”, levanta la pregunta: “¿Qué amansará al ser humano, si fracasa el humanismo como escuela de la domesticación del hombre?”; Fukuyama, en “El fin del hombre. Consecuencias de la revolución biotecnológica”, comparte el diagnóstico. Hans Jonas nos habla de la “ética de la responsabilidad”, a la que yo añado que sea comunicativa, dialógica, procedimental y holística. El problema está sobre la mesa, uno más. En ello tenemos que ocuparnos.

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Archivo Entreletras

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