abril de 2025

‘Cartógrafas ocultas’, de Grupo Literario Axolotl

Cartógrafas ocultas
Grupo Literario Axolotl
Caligrama Editorial, Sevilla, 2024
248 páginas

El diccionario de la RAE define a la amenazada especie del ajolote —del náhuatl “axolotl”— como un “anfibio urodelo endémico de México, de unos 30 cm. de longitud, con tres pares de branquias externas muy largas, cuatro extremidades y cola comprimida lateralmente, que puede conservar durante mucho tiempo la forma larvaria y adquirir la aptitud para reproducirse antes de tomar la forma típica del adulto”. Además, el ajolote, como ser vivo, se halla en posesión de una capacidad se diría que milagrosa: la de regenerar, si fuese necesario, sus propias extremidades o sus propios tejidos y órganos. Tal prodigio de la naturaleza —sin olvidar la atención que a los ajolotes prestaron grandes autores como Octavio Paz, Aldous Huxley y, por supuesto, Julio Cortázar— condujo al Grupo Literario Axolotl a denominarse precisamente así. “Somos un grupo de mujeres latinoamericanas que se regeneró durante la pandemia; nuestra literatura es versátil, y también nos sentimos parte de una especie en peligro de extinción. De un día para otro comenzamos a autoapodarnos las Ajoletas y consolidamos esta identidad, bautizándonos como Grupo Literario Axolotl”. Así, y en el “Epílogo” del volumen titulado Cartógrafas ocultas, explican tan feliz decisión las seis integrantes del colectivo: Susan Solá (Denver, Colorado, Estados Unidos), Laura González (El Oro, Estado de México), Norma Andrade (Nueva York, Estados Unidos), Andrea Acevedo Léniz (Chile), Sandra Queirolo (Concepción, Chile) y Eugenia Toledo Renner (Temuco, Chile). Cartógrafas ocultas, pues, se presenta muy oportunamente a los lectores como una antología —sobre todo en prosa, pero también en verso— del quehacer de estas seis interesantísimas autoras, cuyo compromiso cívico queda tan fuertemente acreditado como su luminosa calidad a lo largo de las casi 250 páginas de la publicación.

“(…) Estos textos (…) abordan realidades estéticas, personales, políticas, éticas, históricas y fantásticas (…). Al hablar de un libro como Cartógrafas ocultas se abre una compuerta para ir en busca de un buen lugar en cualquier lugar”, escribe la citada Eugenia Toledo en el “Prólogo” al volumen, no sin antes poner de relieve algunos argumentos de sumo interés: “(…) La escritura no es un monumento arcano sino la suma de todas las manifestaciones, viejas y nuevas, del pasado y del presente, e hija de cada acercamiento, de lecturas copiosas y de interpretaciones”. Consecuentemente, los textos que integran Cartógrafas ocultas “esperan lectores curiosos que llenarán los espacios vacíos, se deleitarán e imaginarán otras historias u otros finales”. Reflexiones todas ellas que se antojan fundamentales para alcanzar el cabal disfrute de cuanto se despliega a continuación, pues el libro tiene mucho de juego proteico y, como tal, demanda conciencias sensibles a la hora de aprehender un mensaje cuya preocupación social se afirma en conceptos como progresismo y feminismo, y en la valoración insomne tanto de la huella de las culturas precolombinas como de los riesgos y desafíos, presentes y futuros, que ha de afrontar nuestra insensible —y en ocasiones paranoica— sociedad de consumo. Nuestra civilización regida por poderosos demasiadas veces malhechores. Demasiadas veces tan impunes.

La narración breve es el formato predominante en Cartógrafas ocultas, que toma su muy afortunado título de cierto hallazgo debido a Norma Andrade, concretamente en su cuento Waqueda: “Soy una cartógrafa oculta. Dibujo mis propios mapas personales”. En este sentido —y sin desdeñar el ocasional recurso de una conexión explícita, o de una continuidad explícita, entre las distintas piezas—, los mapas tanto de Andrade como del resto de escritoras dan cuenta de una serie de paisajes bien resumidos por el propio sello editor, Caligrama: “Un tsunami total en la tierra; la fuga con un esqueleto mexicano; el viaje de una joven en la sierra peruana a la búsqueda de sus orígenes; la cita de una enferma en un hospital con Frankenstein; el vuelo de una mujer osada y apurada sobre Santiago de Chile con el Barón Rojo; una visita al supermercado en una ciudad distópica”. Al hilo de todo ello, y de mucho más, va desplegándose la brillante imaginación de las seis autoras; imaginación capaz de la intuición y los análisis, de las alegorías y el humor, del gesto emocionante y la sencilla trascendencia, de la captación del hecho decididamente histórico.

“Hoy, en estas prisiones imaginarias, / mis versos sin paracaídas, / ruego a Dios que no caigan mis páginas / y se pierdan en el cielo blanco, / el astronada”, escribe Eugenia Toledo Renner en la pieza final del libro, el poema Los astronautas no vuelven a casa. A buen seguro que los textos de la siempre estimulante antología Cartógrafas ocultas no habrán de perderse, de ninguna manera, en el astronada de la indiferencia lectora.

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