mayo de 2025

¿Sólo de la fumata al «whatsapp»?

Viñeta de Eugenio Rivera

Cuando la humanidad hacía señales de humo para comunicarse, eran tiempos difíciles en los que el afán de saber era una necesidad de supervivencia. Los contenidos de la comunicación eran imprescindibles y tan trascendentes que alteraban la vida ordinaria.

De aquellos tiempos sólo nos resta la fumata vaticana, un relicario, necesariamente atávico, que proclama una intervención nada menos que del Espíritu Santo, uno y trino, dios conservador, espíritu paráclito, dispuesto a sermonearnos, ora con Francisco, el improvisador, ora con Benedicto, el reflexivo, ora con León el porvenir. Son ocurrencias de la Divina Providencia, cuyos designios son incomprensibles, porque no son una cuestión de razón, sino de Fe, siendo ésta, parte del pensamiento mágico-simbólico y propia de un estadio pre-racional.

Simultáneamente, coincidimos con la cultura del “whatsapp”, término hortera, plagado de improvisaciones, dictadas a impulso de un dedo incierto, que va buscando la letra sin tener visión del conjunto. Va y viene con una perspectiva ocasional de futuro, alumbrando lo inmediato, sin más pretensión, tal vez, que hacer reír. Sin más. Así se puede llamar “pájara” a la señora ministra de defensa y “tronco” al señor ministro de fomento. Total, un lodazal propio del pensamiento lógico-concreto, de menor alcance aún que el pensamiento mágico-simbólico, por rudimentario y básico.

Las señales de humo son, en efecto, un residuo arcaico del pasado que simboliza la confianza absoluta en un Ente de Razón omnipresente, omnisciente y omnipotente. En cambio, el “whatsapp” es una moda reciente, un rito solitario que, con permiso de Parménides, pretende ser una forma de estar en contacto, sin tener contacto; un ser y no ser al mismo tiempo: mantener una relación sin verse, ni oírse, ni tocarse, volcando una gracia adolescente.

Las nubes de incienso y las “fumatas”, humaredas blancas o negras, no dejan ver el bosque de la realidad; nos aturden o atontan, igual que la risa fortuita promovida por el “whatsapp” inspirado. En esto, nuestros liderazgos, sacramentados y políticos, reflejan lo que somos como sociedad.

Cada ciudadano es un ser político, con capacidad de Dios añade San Bernardo, no sólo porque esté hecho a imagen y semejanza de Él, sino porque Dios puede estar con, o en, nosotros. Son alegatos de místicos, tal vez engreídos, o abducidos por afán absolutista.

Si descendemos al terreno de los “whatsapp”, cada ciudadano es un ser político, susceptible de aterrizar en un apagón, la ruina de la incompetencia adolescente, la evaporización del ser y no ser, que no sólo frustra el contacto sin contacto, va más allá y nos deja literalmente a oscuras, sin posibilidad alguna de conocer la verdad de lo que ha pasado, nos pasa y nos pasará.

El adolescente busca la verdad a fuerza de disyuntivas: la situación es así, o asá. No es que degrade su condición de ciudadano, porque explora, cuestiona, sigue buscando la verdad. Pero, ¡ay!, también miente y se miente, con tal de tranquilizarse y quedarse donde está. Esta propensión a la mentira hace que el adolescente sea peligroso cuando tiene poder, porque se confunde y sus predicaciones generan el caos.

El apagón también es una revelación, que denota las consecuencias de la mediocridad, o de la incompetencia del adolescente que, sin saber, hace como que sabe, simula un dominio que no tiene, poniendo énfasis y vehemencia en sus afirmaciones, aunque sean hueras y le hayan llegado, no por inspiración del Espíritu Santo, sino por el “whatsapp” de la ideología. Se puede escalar de un discreto negociado de la igualdad de género a la comisión de energía nuclear, porque “los conocimientos técnicos son un inconveniente”… Así nos pasa.

Por tanto, el apagón no es solo quedar a dos velas de la verdad, también refleja la oscuridad de la ideología. Es apagón de la razón, que hace prevalecer la creencia en la fuerza transformadora de los planteamientos ideológicos. “Si es de los míos, sabe qué se trae entre manos”. Tal anacoluto sólo cabe en un “whatsapp” pretencioso, sanchopancesco, ufano en su simpleza, porque la ideología es una tolvanera, blanca como el tizne y el hollín, que todo lo inunda, lo iguala y lo anochece.

Hoy, cuando los jueces provienen de un mismo tronco formativo, la juez de Catarroja, o su marido pro PSOE que se entromete en el juzgado marital, investigando la dana de Valencia no ven indicios de delito, en donde un juez de Hellín sí los ve. Cuando el bolaño que el poder ejecutivo quiere lanzar contra el poder judicial y el 25% de la judicatura sea de libre designación ideológica, las coincidencias serán milagrosas; podremos comprobar que el Derecho es una ciencia aleatoria, de imposible casación.

Viñeta de Eugenio Rivera

No cabe la resignación fatalista, porque la cosa pública es cosa de todos y de cada uno, dentro de la esfera de competencias de cada quién. Las hormigas trabajan todas y cada una en su cometido particular y así logran llenar el granero y asegurar la supervivencia de todas, durante el invierno de cada una.

Si tenemos conciencia para quejarnos, también tenemos creatividad para encontrar soluciones. La construcción del futuro nacional no puede dejarse en manos de los políticos profesionales, que dan mal ejemplo, ni la podemos arrendar a la incertidumbre de las humaredas, ni a las ocurrencias del “whatsapp” adolescente. La Nación es más que una época transitoria, la Civilización se extiende más allá de la fugacidad del humo de pajas, y el afán de superación, primero fue de hominización y después de humanización del hombre, es más que un empeño fortuito, porque aún está inacabado. Los problemas son un reto a resolver para seguir creciendo.

Yendo a lo concreto, España, nuestra Nación, es el segundo país con mayor esperanza de vida, tras el Japón. Ese es un bien común y debe constituir un motivo de orgullo para todos. Los médicos hacen su labor, claro, pero el ama de casa hace la suya, procurando una dieta sana y una gastronomía de lujo; cada educador alienta un estilo de vida y cada deportista se convierte en referente; y del conjunto se desprende el éxito. Hay agentes nocivos, cierto; si no seríamos el primer país en longevidad. No estamos satisfechos, pero trabajamos en ello.

La familia, una institución de prestigio entre nosotros, la amistad, un proceso denso de relaciones, el vecindario, una aquiescencia y conformidad de destinos, el compañerismo de cada momento y situación, crean una espesa red de comunicaciones, con caras, sonido y tono directos. Por doquier, llegan enseñanzas y filosofía práctica y prosaica. Frente al aislacionismo de los países del Norte de Europa, nosotros tenemos un estilo de vida social sobrepujado en el bar, en las aceras de la calle pueblerina durante las noches de verano, al amor de la lareira los días que orvalla, o junto a la máquina del café de la oficina. Son escuelas para la vida, donde el grupo crea su propia dinámica, para enseñar a votar, entre otros menesteres.

Con excesiva frecuencia, estos consensos se ceban en flagelarnos como pueblo. La parte positiva es que esta mortificación ayuda a tomar conciencia; pero, no podemos quedarnos ahí. Para construir el futuro hay que hacer afirmación nacional. Alfonso VIII en las Navas de Tolosa y Felipe II en Lepanto lograron defender la identidad de Europa y su cultura. Fuimos el primer imperio global, que duró 300 años y comprendía partes de Oceanía, América y Europa y dejó vestigios incólumes de su labor civilizadora en los monumentos vivos que subsisten. Ciertamente, no vamos a vivir del pasado; pero allí, en aquel entonces, hubo arrestos heroicos que hemos heredado y laten y resurgen cuando es oportuno, como demostró el 2 de mayo de 1808 en Madrid y la posterior guerra de guerrillas que incapacitó al mayor ejército del mundo de aquel momento.

Recientemente, España ha protagonizado un magnífico proceso de reconciliación nacional, al que ha dado lugar la transición que, a su vez, ha permitido un largo periodo de prosperidad. No estamos condenados a la decadencia sempiterna. Carrillo y Fraga fueron capaces de abrazarse y construir a continuación.

Tenemos retos como la deslealtad nacionalista, el prurito de la guerra civil de los zapateros, el infantilismo del “whatsapp” que llega hasta la cúspide, el desprestigio de las instituciones ganado a pulso por ellas mismas, la hostilidad manifiesta del vecino del Sur, nuestra propia pequeñez en cuarto menguante, civilizar la inteligencia artificial, etc… Todos estos asuntos constituyen tareas por hacer y afrontar con los arrestos de siempre. La UCO urdiendo sus informes, los jueces haciendo respetar las leyes y cada ciudadano ejerciendo su propia política, su creatividad responsable, su vocación de superación.

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Archivo Entreletras

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