septiembre de 2025

Octavio Paz y la simiesca gramatical

En alusión a Hanuman —dios perteneciente a la mitología hindú, regularmente presente en el clásico Ramayana—, Octavio Paz nos presenta, en su obra El Mono Gramático (Ed. Austral), una revisión libre de este y otros clásicos indios, al mismo tiempo que una reflexión sobre la insuficiencia del lenguaje.

Paz demuestra —como ya lo hizo en su célebre debate con Raimon Panikkar— un dominio cómodo, sobrio y detallado de los textos antiguos de la India. Pero, al mismo tiempo —sin hacer ninguna referencia explícita a ello— nos conduce, en algunas de las reflexiones que decoran los 29 capítulos de esta obra tan singular —no adscrita a ninguna otra obra similar del autor—, a los primeros destellos de los límites del lenguaje de la tradición filosófica y literaria occidental. Desde las proféticas intuiciones de Nietzsche hasta las formales y detalladas apreciaciones de Wittgenstein, pasando por las ironías literarias de Voltaire en su Cándido, personificadas por el malogrado profesor Pangloss, «Aquel que es todo lenguaje».

Hanuman, capaz de saltar de la India a Ceilán o de llevar el Himalaya a cuestas, es también —o precisamente— gramático.

¿Quién, sino un gramático, podría afrontar desafíos de esta magnitud? ¿Quién, sino alguien capaz de hacer los más inimaginables malabares con las palabras, artífice —y artificio— fundamental con lo que construimos el mundo?

Y es precisamente en la faceta gramatical de Hanuman donde Paz deja entrever lo que los orientales parecen haber vislumbrado desde hace milenios (Neti, neti, solía decir el Buda cuando algún erudito, o algún individuo más encarcelado por el lenguaje de lo habitual, se acercaba a él con interrogantes dialécticos): que el lenguaje es una herramienta que —ahora caótica, ahora defectuosa— actúa como espada de doble filo en tanto instrumento para hacer inteligible la “realidad”. Permitiéndonos la expresión de la ínfima parte del saber (¿lo sabemos?) a la que tenemos acceso, nos imposibilita, por su misma naturaleza, tener un conocimiento preciso más allá de los límites que configuran su arquitectura.

Ahora bien, ¿son iguales estas arquitecturas habilitantes y limitantes? ¿La gramática de las lenguas latinas es extrapolable a la de las germánicas, y aún estas a algunas más exóticas, con una presunción de exactitud y referencialidad más elevadas, precisas y rigurosas, como el hebreo o el mismo sánscrito? Quizá habría que ser un erudito en las diversas Primarii Lapidis de cada uno de estos edificios de sintaxis, léxico y morfologías varias para aventurar hipótesis. E incluso entonces, tal vez solo Hanuman sepa la respuesta (que no es respuesta). ¿Sería posible que el lenguaje, con el

que con tanta gravedad revestimos identidades e ilusiones (¿realidades?), no fuera sino un divertimento de los dioses, o más aún, un simple juego de niños?(Probablemente Gianni Rodari, autor de Gramática de la Fantasía: Introducción al arte de contar historias, encontraría ridículo incluso hacerse la pregunta).

En este sentido, Paz nos interpela: «Las relaciones entre la retórica y la moral son inquietantes: es turbadora la facilidad con que el lenguaje se tuerce y no lo es menos que nuestro espíritu acepte tan dócilmente esos juegos perversos.» Y nos advierte: “Deberíamos someter el lenguaje a un régimen de pan y agua, si queremos que no se corrompa y nos corrompa. (Lo malo es que ‘régimen de pan y agua’ es una expresión figurada, como lo es ‘corrupción del lenguaje y sus contagios’)”.

Esa sospecha, peculiar intuición, no es, por cierto, tampoco nueva en Occidente. El sofista Gorgias ya declaraba sus célebres tesis: “Nada existe; si existiera algo, sería incognoscible; si fuera cognoscible, sería incomunicable”, y el trilema de Agripa o de Münchhausen allanaba el terreno en la vertiente cognitiva, reduciendo la facultad lingüística a tres callejones sin salida (justificación circular, corte arbitrario y regresión ad infinitum).

Asimismo, los teoremas de incompletitud de Kurt Gödel, de incuestionable actualidad, parecen sostener esta dirección. También Bertrand Russell, en su casi místico relato La pesadilla del metafísico, denuncia al reino demoníaco —personificado en la palabra “no”— como un banal hábito lingüístico viciado. Y siguiendo con la mística declarada, nos resuena un inquisitivo Krishnamurti: «Dígale al niño el nombre del pájaro, que ya no volverá a verle nunca más». Y, naturalmente, el omnipresente Wittgenstein, que parece susurrar esporádicamente entre las páginas de esta obra su popular clausura del Tractatus: «De lo que no se puede hablar, mejor callar».

Pero Paz —quien sabe si por su faceta poética— no se paraliza en el formalismo, y en vez de guardar silencio, utiliza el mismo lenguaje para enfrentarse al lenguaje: «Hay que destejer inclusive las frases más simples para averiguar qué es lo que encierran y de qué y cómo están hechas (¿de qué está hecho el lenguaje? Y, sobre todo, ¿está hecho o es algo que perpetuamente se está haciendo?). Destejer el tejido verbal: la realidad aparecerá».

Una metalingüística de la sospecha, que podría perfectamente ser también esclava de sí misma.

Por eso, una pregunta se deja leer —enigmática como la misma herramienta que se emplea para articularla— recurrentemente entre los símbolos impresos en sus páginas (todavía a la espera de respuesta desde los primeros vestigios de la civilización hasta nuestros días):

¿Qué es este Misterio llamado Lenguaje?

COMPÁRTELO:

Escrito por

Archivo Entreletras

La Ilustración en España
La Ilustración en España

I.- EL Siglo de las Luces De “ambigua” califica Escohotado a la Ilustración, en el primer capítulo que le dedica…

Buscando a Fernando Pessoa
Buscando a Fernando Pessoa

¿Dónde estás, Pessoa, dónde estás? Busco tu sombra por las calles de la ciudad amada pero sólo encuentro un coro…

LAS NEGRITAS DE ANTONIETA / Conociendo a Etty Hillesum
LAS NEGRITAS DE ANTONIETA / Conociendo a Etty Hillesum

Hoy, mi invitada al Palco Magno es Etty Hillesum, una autora relativamente poco leída, que deseo dar a conocer. Algunos…

105