Luis Matías Santos es un planificador de suertes. Sí, su obra demuestra que la casualidad es científica y que no hay realidad que no sea matematizable por la mente humana. Es un geómetra, pese a que las galerías de arte insisten en su condición de escultor y él se deja arrastrar por la corriente de cualquier cosa que piensen los demás. Ello no le hará cambiar.
Sus objetos de papel son sorpresivos. Llámense esculturas geométricas o logarítmicas o como les llamen, están llenas de riesgos imprevistos para la vista. Me ha dicho que sueña con formas que quitan su descanso y se levanta a engurruñar papel, y así van saliendo las que quiere. ¡Las que quiere! Nada deja al azar esta mente trigonométrica de constante calcular elementos triangulares. Él sabe que contra la fuerza del triángulo ninguna otra forma puede, pero insiste en dominarla. No cesa y sigue produciendo al dictado de sus antojos.
¿Obras por mí? ¿Obras para ti? Hay piezas hechas para su egoísmo intelectual que no vende y sólo enseña cuando logras camelar su quijotesca abnegación. Un encuentro con este artista es saberte claudicado ante tanta cinética. El más mínimo movimiento convierte cada pieza en otra, pero él siempre te dirá que no, qué es la misma, la cual desdobla su personalidad, como cuando vemos actuar un médium poseído por ánimas o a Eva, la del trastorno de personalidad múltiple, la de la película. Mientras Matías va desenfardando y va conversando con uno, emergen personalidades diferentes, salvajes, divertidas y más. No de su genio, sino del elemento que cae por gravitación y pende de sus manos, las mismas de la creación.
No sé cuál elegir entre este infinitesimal y a la vez inmenso mundo que engendra, porque cada milisegundo equivale a mostrarte una realidad distinta, quizás incompleta e inadecuada, caleidoscópica y por consiguiente irrepetible. Intento comprender y lidiar con esos muchos rostros de Luis que intentan hipnotizarte en sesión quasi psiquiátrica.
Te enseña unas gotas de tinta, apenas perceptibles, que ha añadido al papel kraft con el propósito de homenajear, muy a escondidas, “la persistencia de la memoria” de Dalí; quizás quiera apropiarse de aquellos relojes derretidos como gotas de cera. En tiempos del consabido catalán, la relatividad del tiempo era recurrente en física y filosofía, hoy no tanto. Luis aún siente preocupación por la naturaleza elástica del tiempo.
Las operaciones inversas a la exponenciación son logarítmicas. Matías logra aplicar logaritmos a una masa, algo a lo cual los físicos sólo acuden cuando necesitan simplificar cálculos y manejar valores infinitos contables. No hay lógica convencional que describa la obra de Luis Matías Santos. Por momentos parece que la notación Singmaster le va a descubrir, pero no. Su tiempo no es entidad rígida ni fija, sino subconsciente que distorsiona todo. Su maestría reside en reírse de cuanto sea previsible en todas las formas de todas las cosas.
Matías reverencia a Matías, patrón de los arquitectos, único apóstol elegido después de la resurrección de Jesús. Cuyas reliquias honré en la basílica romana de Santa María Maggiore. La deserción de Judas dejó desierto el lugar y Pedro recurre a la previsión de los Salmos: uno de los apóstoles ha prevaricado y otro habrá de reemplazarle. ¿A quién remplaza nuestro Matías? Pienso en Ernő Rubik, el inventor del cubo mágico, rompecabezas mecánico tridimensional, juguete más vendido del mundo, cuya versión clásica admite 43 252 003 274 489 856 000 combinaciones diferentes. Nuestro geómetra sigue la tangente del primer cubo de Rubik y de tal modo sujeta sus piezas con imanes para no agredirlas, evitar que se desmoronen y mostrarlas por la cara que quiere. Con imanes también estaban sostenidas las caras del primer cubo de Rubik.
Como en teoría de cuerdas, Luis Matías incorpora gravedad a sus piezas y de tal modo vibran, buscan la existencia de dimensiones espaciales adicionales. Por ello están enrolladas como branas multidimensionales, quizás prestas a recibir cargas eléctricas. Él trata de unificar las fuerzas fundamentales de la naturaleza en un único, inimaginable y elegante marco matemático.