noviembre de 2024 - VIII Año

Notas apresuradas sobre Ucrania y su cine

ESPECIAL UCRANIA / MARZO 2022

Documental sobre las manifestaciones del euromaidán ‘Winter on Fire: Ukraine’s Fight for Freedom’

Sin entrar en consideraciones políticas, extremo que cae fuera del objetivo de estos breves apuntes (¡!), sí que hay que reconocer que el hecho de que el presidente ucraniano Volodímir Zelenski haya sido actor, guionista, productor y realizador de cine y TV ha despertado, entre el gran público, un interés inusitado por la cinematografía de este país europeo del Este, que antes del enfrentamiento armado no existía, y que ,sin duda, también ha contribuido a forjar la leyenda de este nuevo paladín de nuestro sufrido Occidente, que siempre anda a la busca y captura de carnaza mediática para incrementar los shares. ¡Cómo nos ponen por aquí los realities, jo, Mari Pili, hija!

No deja de ser curioso, visto lo visto, que la comedia romántica ‘Love in the Big City 2’, secuela de ‘No love in the city’, protagonizadas ambas por nuestro galán de moda Zelenski, latin lover ¡eslavo!, fuera prohibida en Ucrania en el año 2018, puesto que el gobierno de turno  censuraba la entrada de películas rusas, lo que nos da una idea de las tiranteces que ya existían entonces entre ambos países vecinos. ¡Lagarto, lagarto…! Hay que aclarar que la película había sido financiada por la productora de capital ruso Leopolis Living Films, y estaba hablada en la lengua oficial de la extinta Unión Soviética. También sorprende, sobre todo ahora, que Zelenski fuera uno de los detractores más férreos de semejante prohibición.

Ciertamente, a lo largo de la historia se hace muy difícil hablar de un cine ucraniano propiamente dicho por cuanto que cuando nace el Séptimo Arte, Ucrania formaba parte del Imperio de los zares, y cuando alcanza su esplendor, Ucrania era una república de la URSS. Sin embargo, su incorporación a este mosaico multicultural no se alcanzó sin ciertas disensiones políticas y su identidad nacional se mantuvo incólume en cierto modo. Precisado esto, hay que aceptar que Ucrania ha tenido una influencia incalculable en la Historia del cine universal.

Asimismo, algunas películas soviéticas de culto y otras posteriores se han basado en acontecimientos que tuvieron lugar en este país que acaba de sufrir la invasión de las tropas de la Federación Rusa de Vladímir Putin. Desde clásicos como ‘El acorazado Potemkin’ del letón Serguéi Eisenstein o ’El hombre de la cámara’ de Dziga Vertov a films más recientes como  ‘Everything is illuminated’ del norteamericano Liev Schreiber, o el documental sobre las manifestaciones del euromaidán ‘Winter on Fire: Ukraine’s Fight for Freedom’, todos ellos ponen de relieve lo que venimos diciendo.

Dziga Vertov

Por otra parte, entre los realizadores que cualquier aficionado al cine tiene en la cabeza, se encuentran al menos cuatro directores ucranianos, que por cuestiones ideológicas siempre hemos venido a colocar bajo la totalizadora etiqueta monolítica y vaga de directores rusos, lo que hace que sus orígenes hayan sido borrados de nuestras meninges.

Tres de ellos (Dovzhenko, el ya citado Vertov y Kózintsev) son considerados pioneros en el desarrollo de la técnica y la gramática cinematográficas, pero el cuarto, de la siguiente generación ya (Paradzhánov), ejemplifica mejor que ninguno  de los mencionados la actitud déspota y tiránica que Rusia ha ejercido sobre los intelectuales de esta suculenta encrucijada geoestratégica.  Ha habido muchos más, entre los que citaremos a vuela pluma a Serguéi Loznitsa, Miroslav Slaboshpitski, Serguéi Bondarchuk, Leonid Bykov, Yuri Ilyenko, Leonid Osyka, Ihor Podolchak y a las mujeres Larisa Shepitko y Kira Murátova, a las que dedicaremos capítulo aparte por su singularidad dentro de este ámbito eminentemente masculino.

Pero, ¿se puede decir que el cine ucraniano tiene unas señas de identidad propias?  Si algo ha definido a su filmografía, desde siempre, es su vocación poética, que por fuerza tenía que chocar contra los rígidos postulados académicos del realismo socialista. Esta será la razón por la que la obra de Serguéi Paradzhánov se verá ninguneada por las autoridades soviéticas. El realizador, de origen armenio nacido en Tiflis, como Stalin por aquellas curiosas ironías del destino, renegará de sus “académicos” inicios cinematográficos y a partir de 1965 sus películas, más personales ya, serán censuradas sistemáticamente, nunca mejor dicho. Cuando filme su obra maestra ‘Sayat Nová’ en 1968,  los torquemadas gubernamentales se ensañarán con ella y la prohibirán inmediatamente por su inaceptable contenido subversivo, lo que lleva al ortodoxo crítico Alexéi Korotyukov a afirmar que «Paradzhánov hace películas no sobre cómo son las cosas, sino cómo serían si él hubiese sido Dios». Desde luego no se podía ser más preciso y… más meapilas.

A pesar de la airada protesta que elevó, al Comité Central del Partido Comunista de Ucrania, el prestigioso cineasta ruso Andréi Tarkovski, la situación llegará a mayores y, finalmente,  se salda con la detención  del “rebelde” en 1973, bajo las falsas acusaciones de violación (de un miembro del Partido Comunista, of course) y de cohecho, por su condición de homosexual, lo que le lleva a un cautiverio de cuatro años en un campo de trabajos forzados en Siberia. Aunque pudo salir por la presión de algunos de sus colegas, esto no le impedirá  volver a ser encarcelado  en 1982, durante otros nueve meses en una prisión de su ciudad natal. Su salud se irá minando a consecuencia de estas privaciones y acabará falleciendo ocho años después, en los que felizmente, sin embargo, le dará tiempo a ver reconocida su obra en los festivales de cine internacionales.

‘Sayat Nová’ 1968, de Paradzhánov

Lo cierto es que ya llovía sobre mojado, por cuanto que antes que Paradzhánov el propio Dovzhenko, mentor de este y de la también  interesante cineasta ucraniana Larisa Shepitko ¡por fin, una mujer!,  sufrió en sus propias carnes los serios encontronazos con  los inquisidores a sueldo del politburó, que precisamente consideraban contrarrevolucionaria su ‘Trilogía Ucraniana’ (‘Arsenal’, ‘Tierra’ e ‘Iván’) por su descarnada veracidad, lo que ponía de manifiesto de manera elocuente cuál era el grado de realismo que estaba dispuesto a permitir el poder, al adjetivarlo de ‘socialista’, y que languidecía en una cínica y edulcorada por amable, visión social de ese optimismo que se quería vender desde las alturas.

Como bien  demuestra el «caso Paradzhánov», la industria ucraniana, a  pesar de una historia jalonada por importantes producciones acompañadas de un clamoroso éxito comercial,  se ha caracterizado por un debate constante sobre su cuestionada idiosincrasia y por un incesante bascular entre las influencias rusa y foránea como, por cierto,  le sucedió también al célebre  compositor decimonónico Chaikovski, con raíces ucranianas por cierto, en un diálogo entre la música rusa y la europea, lo que le valió el despectivo mote de cosmopolita y anti-ruso por parte del Grupo de los Cinco.

Y eso, que como decíamos más arriba, Ucrania había contribuido de manera muy significativa a inventar la nueva retórica fílmica, desde la «Teoría del montaje» del mentado Alexander Dovzhenko, director de ancestros cosacos  vital para entender el universo de Eisenstein, hasta las aportaciones esenciales de Dziga Vertov, creador del ‘cine-ojo’ y padre espiritual del cinema verité,  que será el primero en filmar un documental ucraniano sonoro que titula ‘Entusiasmo (Sinfonía del Donbass)’.

En cualquier caso, el cine sigue parecidas pautas que, décadas antes, habían seguido los artistas plásticos cuando el movimiento de ‘Los Itinerantes’, capitaneado por el gran maestro realista Iliá Repin, ucraniano de Járkov, se debatía entre lo autóctono y lo imperial. Sus obras de gran profundidad psicológica  muestran las tensiones sociales del momento lo que hace, paradójicamente, que a finales de los años 30 fuera reclamado como modelo a seguir para los pintores del realismo socialista, a mayor gloria de Stalin, a pesar de que hubiera  popularizado la memoria gloriosa de los cosacos ucranianos, medio siglo antes. Pero eso ya es otra historia.

Don Quijote en Ucrania 

Solo la magia del cine es capaz de colarnos gato por liebre y puede convertir Crimea en La Mancha en un pis pas como hizo el simpar Grigori Kózintsev para su producción ‘Don Quijote’ de 1957.

Si Yugoslavia y Croacia serán las primeras localizaciones en Europa que servirán para recrear el indómito  Far West en las películas alemanas sobre las aventuras de Winnetou de las novelas de Karl May y después Almería hará lo propio, en la época dorada del Spaghetti Western, el clima y la áspera orografía de la península de Crimea fueron en manos de los ambientadores de este  judío ucraniano de Kiev el telón de fondo del film, protagonizado por  Nikolái Cherkásov, el icónico Ivan el Terrible de Eisenstein, y bajo la inestimable dirección artística de nuestro escultor toledano Alberto Sánchez, exiliado republicano en Rusia que en nuestro país ya había puesto en marcha la Escuela de Vallecas con el pintor Benjamín Palencia.

‘Don Quijote’ de Kózintsev

Desde luego, Kózintsev no había podido disponer de mejor colaborador que el quijotesco Sánchez y aunque el orden de las aventuras del universal hidalgo esté completamente alterado en el relato fílmico con respecto al original literario y el resultado final sea un tanto esquemático y deshilvanado, nos encontramos con uno  de los mejores Quijotes en celuloide.

Como ya sabemos que la realidad suele imitar a la ficción, no podemos dejar de señalar aquí que esta ansiada península del Mar Negro, que fuera ocupada por las tropas rusas en marzo de 2014 para desconsuelo de los Quijotes ucranianos, les permite a estos soñar con el ideal de justicia y equidad de la caballería andante medieval en aquellos: «agravios que pensaba(n) deshacer, tuertos que enderezar, sinrazones que enmendar, y abusos que mejorar, y deudas que satisfacer». Para colmo, si de tintes míticos se trata, nadie mejor que Jasón para embarcarnos con él hasta la Cólquida, al pie del Cáucaso en el extremo oriental del viejo Ponto (el Mar Negro), adonde acudió para robar el metafórico vellocino de oro. ¡La historia viene de lejos! Por cierto, magnífica aquella película británica, ‘Jasón y los Argonautas’ (1963), con memorable música de Bernard Herrmann y sofisticados efectos especiales de Ray Harryhausen.

Por otra parte, ya lo vaticinaban  lúcidamente los agricultores castellanos de cereales con aquel refrán, «agua, sol y guerra en Sebastopol», cuando estalló el conflicto bélico de Crimea que libraron rusos y  otomanos, pre-ensayo de la Primera Guerra Mundial que puede traernos ahora cola… con una Tercera, que ya conocemos bien la cantinela de los viejos del lugar que anuncia: «no hay dos sin tres», como reza otro lapidario dicho sacado de nuestro tradicional acervo popular.

¡Pero volvamos al cine! Kózintsev que se había especializado en versiones muy cuidadas de obras literarias, abordará también las adaptaciones  sobre obras de Shakespeare,  los geniales ‘Hamlet’ y ‘El rey Lear’, después de haber dejado clásicos de la vanguardia en los roaring twenties, de la envergadura de ‘Las aventuras de Oktyabrina’ y ‘La Nueva Babilonia’, en las que justo es decir que recogía hábilmente las influencias de la teoría teatral de Meyerhold y de la acción poética de Mayakovski.

Mujeres cineastas

Las dos realizadoras ucranianas más destacadas son Larisa Shepitko y Kira Murátova, y como decíamos antes, merecen comentario aparte por méritos propios y porque también ilustran las serias dificultades del régimen soviético para metabolizar los cambios sociales que traen bajo el brazo las nuevas generaciones.

Si bien ninguna de ellas sufrió el duro trance de persecución y encarcelamiento por el que pasó Paradzhánov, compañero de la primera como alumnos ambos de Dovzhenko en el Instituto Guerásimov de Cinematografía, las dos se enfrentaron a la incomprensión de las autoridades y vieron prohibida la exhibición de sus obras.

Alexander Dovzhenko

Shepitko, tras su trágico fallecimiento a la edad de 41 años en accidente automovilístico, fue rápidamente eliminada de la memoria colectiva. Sus películas, hasta hace poco, eran desconocidas incluso para el cinéfilo. Solo con la llegada de la perestroika disfrutó de una ligera reposición que la Rusia de Putin se ha negado a mantener. El documental  televisivo ‘Women Make Film’  del director e historiador Mark Cousins, que reivindica a varias mujeres cineastas olvidadas,  considera el film ‘Tu y yo’ (1971) de la ucraniana como «una obra maestra».

La directora cuenta con extraordinarias películas, ya desde sus inicios tras las cámaras, como la fascinante ‘Alas’ (1964) que además le supuso sus primeros problemas con los  censures, que la empiezan a ver con recelo lo que acaba por saldarse con la mutilación de la historia que en 1967 rueda para el film colectivo ‘El comienzo de una era desconocida’,  que tenía por objetivo conmemorar el 50º aniversario de la Revolución de Octubre, alegando que la imagen que ofrecía de los bolcheviques era negativa.

Por último, la obra de Kira Murátova, cercana a la línea del denominado «cine triste» surgido al socaire de la Glásnost, tiene como rasgos distintivos la fealdad, la crueldad y el absurdo. La crítica al papel tradicional de la mujer y a la fría burocracia soviética, son los elementos determinantes para que la censura machacara sus primeros trabajos, como  le sucedió también a su colega Larisa Shepitko. Su cine oficialmente era considerado  como nihilista porque su temática se apartaba del recto «sentido cívico»​ que requerían los jerarcas culturales, al extremo  de que ‘Breves encuentros’ (1967) y ‘Los largos adioses’ (1971), sus dos primeros films, les incomodaron sobremanera  y los prohibieron fulminantemente.

A finales de la década de los 80, su obra se vio liberada del escarnio inquisitorial  y pudo filmar dos de sus películas más trascendentes: ‘Cambio de fortuna’ (1987) y ‘Síndrome asténico’ (1989).

Ya sabemos que en el otro extremo del planeta, y nos estamos refiriendo a los USA del Tío Sam que mangonean la OTAN a su antojo, el  glamour asociado al show business no exento de cierta frivolidad, le jugó una mala pasada a otro ínclito comediante que, dedicado a la carrera política, también se acabó convirtiendo en presidente.

¡Confiemos en que a Zelenski no le acompañe igual suerte que a aquel rudo cow-boy de infausto recuerdo para la posteridad! A priori, las endebles comedias que ha interpretado el ucraniano no le auguran nada bueno si hemos de hacer caso a aquellos que opinan que los personajes de las películas, como en el ya conocido culebrón fílmico-presidencial de su predecesor yanqui, se perpetúan más allá de la gran pantalla otorgando al Séptimo Arte el rango de infalible predictor de realidades.

¡Vamos a ver, brother! La próxima sesión acaba de empezar…

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