mayo de 2024 - VIII Año

‘Vencer o morir’, las realidades ocultadas de la Revolución francesa

En este mes de septiembre de 2023, junto a las tormentas meteorológicas, quizá hayan venido también fuertes tormentas espirituales. El estreno en las salas de cine de la película francesa Vaincre ou mourir (Vencer o Morir) -estrenada en Francia en enero, hace siete meses-, ha reabierto un viejo debate, muchas veces expuesto, pero habitualmente silenciado. Es el debate sobre los capítulos horribles y siniestros, propios de todas las revoluciones, de todas, y especialmente de la que se suele presentar como la más paradigmática de todas, la Gran Revolución Francesa de 1789.

El film, que ha causado en Francia una gran impresión, relata la vida de un destacado jefe de los Chuanes Vendeeanos, los rebeldes de la Vendée, que desafiaron el poder de la Convención jacobina y del Directorio, entre 1793 y 1796. François de Charette (1763-1796), personaje protagonista de la película, fue uno de los comandantes del ejército contra-revolucionario alzado en Bretaña y la Vendée, en 1793, contra el gobierno despótico de la Dictadura Jacobina (1793-1794). Las violencias y matanzas de población civil realizadas por las represiones de las tropas gubernamentales, produjeron allí unos 200.000 muertos. Fue la rebelión popular más importante contra el gobierno revolucionario, pero no la única. No fue el único episodio sangriento ejecutado por el gobierno de Robespierre (1758-1794), pues también destaca, entre otros, la destrucción de Lyon, en 1793, otro gran escarmiento dado por la dictadura jacobina a los “contra-revolucionarios”.

El debate abierto por el recuerdo de estos “aspectos siniestros”, ha vuelto a ser muy vivo. Probablemente porque las revoluciones como la francesa y las que la siguieron como modelo, han logrado cubrirse con un manto de “belleza lírica”, de “sublime exaltación”, que deja fuera de visión los sangrientos subfondos que subyacen a esas presuntas epopeyas revolucionarias. Reabrir estas cuestiones levanta las conciencias, porque no se trata sólo de defender los principios liberal-democráticos, aunque también; ni denunciar cómo fue posible hacer héroes de individuos indignos (Bonaparte), o alzado a pedestales a siniestros revolucionarios, más bien merecedores del banquillo de los acusados, como Robespierre y sus cómplices del Terror.

Es retomar el ya viejo debate sobre la realidad incuestionable de que una revolución, en general, es catastrófica y terrible para un país y para sus habitantes. Un importante debate arrastrado desde 1789, en Francia y en toda Europa y, por lo que se ve, aún no concluido. Un debate que ha recorrido la historia de Francia de los últimos 200 años.

En Francia, en 1989, con motivo del bicentenario de la Gran Revolución de 1789, Mitterrand (1916-1996) se propuso, en las celebraciones oficiales, considerar como un “bloque” la revolución conmemorada. La intención era neutralizar esos problemas de interpretación de los “aspectos oscuros” de la Revolución. Jack Lang, designado organizador del bicentenario, declaró su propósito de celebrar sólo aquello que pudiera lograr el mayor consenso actualmente.

El antecedente más conocido de esa idea de la Revolución como “bloque”, tuvo lugar poco después de la conmemoración del primer centenario de la Gran Revolución, en 1889. El 29 de enero de 1891, a consecuencia de la prohibición gubernamental de una obra teatral en la Comédie Française, titulada Thermidor, muy crítica con Robespierre. Entonces, Clemenceau (1841-1929) resolvió las controversias existentes en el seno de la izquierda de entonces, ya dividida sobre el enjuiciamiento de la Gran Revolución, creando su conocida fórmula: La Revolución francesa es un bloque del cual no puede separarse nada porque la verdad histórica no lo permite. El Terror quedaría así justificado por la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, por así decirlo.

Los mismos historiadores franceses de la Revolución insistieron, desde las primeras historias publicadas, en que la Revolución tuvo aspectos siniestros que la acompañaron, envolviéndola en crímenes horribles. Adolphe Thiers (1797-1877), en su afamada Historia de la Revolución Francesa (1839) fue muy crítico con los excesos revolucionarios. Y Jules Michelet (1798-1874), en su no menos célebre Historia de la Revolución Francesa (1847), condenó sin ambages la dictadura jacobina y el Terror de 1793-1794, la corrupción del Directorio y la tiranía Bonapartista. En esa misma línea, los escritos de Tocqueville (1805-1859) sobre la revolución, denunciaron las “dictaduras revolucionarias” y advirtieron de las terribles violaciones de los derechos individuales y del espanto ante los crímenes perpetrados en nombre de los ideales de la Gran Revolución.

En cuanto a las celebraciones del segundo centenario de la Revolución, en 1989, en una entrevista en el parisien Le Monde, el 6 de julio de 1989, se anunció que el gran historiador oficial de la Revolución francesa, François Furet (1927-1997), no colaboraría, ya que no estaba dispuesto a seguir abonando mitos y pensaba que, doscientos años después, ya era hora de contar la verdad. Otros historiadores prefirieron enfatizar los aspectos “progresistas” de la Revolución francesa. Furet, por el contrario, prefirió destacar, y con razón, los presupuestos ideológicos que distorsionan la historiografía de izquierda.

Esta división en 1989, reflejaba la división entre las propias tendencias políticas de la Revolución francesa, en una polémica que ha llegado hasta hoy. Incluso quienes han querido mantenerse neutrales en la polémica historiográfica, como es el caso de Mona Ozouf, coautora con Furet del Dictionnaire critique de la Revolution, no han dejado de censurar severamente el Terror. Ozouf, escribió que: tendemos a perdonar a Danton de no haber sido muy escrupuloso con los dineros del Estado… Un poco gracias a él nosotros hemos aprendido que los hombres radicales (enragés) pueden ser más peligrosos, y la corrupción individual es menos temible que la incorruptibilidad en el poder. Es obvio que al defender a Danton, descalificaba a Robespierre, el “incorruptible”.

Casi 240 años después de la toma de la Bastilla, el debate sobre la Revolución vuelve a reabrir las diferencias entre la izquierda y la derecha y ha puesto también al día la discusión entre las diferentes tendencias de la izquierda, muy críticas algunas y más “comprensivas” otras. Porque, cuando se entra en las particularidades y en los distintos momentos de la Revolución, surgen de inmediato las diferencias y controversias, especialmente en tomo a los dos principales momentos revolucionarios: primero, la lucha de los montañeses para hacerse con el poder absoluto (1792-1793) y, luego, la dictadura jacobina (1793-1794).

Para abordar este debate, se ha de recordar que la Revolución Francesa no trajo apenas mejoras, ni a Francia ni al mundo, que no se hubiesen podido lograr pacíficamente en su época. A cambio, tuvo un coste inaceptable en sangre, violencia, quiebra de los derechos individuales, etc. Fue ante esa evidencia que, en 1891, Clemenceau salió en defensa de la Gran Revolución, como antes se ha indicado. Clemenceau entonces, a propósito de las polémicas derivadas del primer centenario de la Revolución francesa (1789-1889), dijo: cuando se contemplan frente a frente la Revolución y la Contrarrevolución, (…), que llena este siglo y que no aún ha terminado, (…), nos guste o no nos guste, o nos escandalice, la Revolución es un bloque (incluido el terror).

Esta declaración resumió durante mucho tiempo la doctrina general de la izquierda francesa (y mundial) sobre la Revolución francesa en la política, en la Universidad y en la opinión pública. Clemenceau puso pasión en su discurso, quizá por propia convicción, quizá por su recuerdo familiar de la Guerra de la Vendée. Él mismo era originario de allí y de familia republicana, que participó en las violencias revolucionarias y padeció las represalias de los rebeldes vendeanos, sublevados contra los excesos revolucionarios. El cierre de su alocución fue lapidario: si esta Revolución admirable por la que estamos debatiendo no ha terminado, es porque aún continúa, es porque aún somos sus actores, (…). Sí, lo que querían nuestros antepasados, todavía lo queremos. No permitiremos que se ensucie la Revolución Francesa. No lo toleraremos (…).

La mera descripción de los horrores del “Terror” revolucionario jacobino, en la Vendée o en Lyon, denuncia la falsedad implícita en la “Tesis del Bloque”. Desde una perspectiva liberal-democrática y frente a Clemenceau, la herencia de la Gran Revolución solo puede recogerse a “beneficio de inventario”, pues no todo el legado de la Gran Revolución es aceptable. Y no sólo por la Dictadura Jacobina y el Terror, que, sin duda.

La tesis de Clemenceau de la revolución como un “bloque” del que se acepta todo o todo se rechaza, se ha pretendido hacer pasar como la tesis “progresista” y de “izquierdas”, par excellence, sobre la revolución francesa, pese a las terribles consecuencias que comporta la tesis del “bloque”, desde una óptica genuinamente progresista. Porque no puede ser considerado progresista, en modo alguno, ni la defensa del crimen de Estado, ni de las Dictaduras Revolucionarias, pese a que muchos que se proclaman progresistas lo defiendan, como hizo Clemenceau en 1891.

La película Vaincre ou mourir, actualmente en las carteleras del cine en España, ha permitido en Francia recordar el ya largo debate, mantenido durante más de dos siglos, acerca de la valoración general de la obra revolucionaria de 1789, cuestionada por episodios como los que recrea el film, con precisión casi de documental.

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