
El existencialismo fue, sobre todo, una corriente de pensamiento literaria, artística y filosófica, que desplegó su mayor influencia en el tiempo comprendido entre el final de la Segunda Guerra Mundial, 1945, y las revueltas de 1968. El existencialismo sería precursor e inspirador de la posmodernidad, y banalizó la filosofía, a la que se llegó a considerar un “género literario”. No llegó a la autoayuda, pero le abrió el camino.
El existencialismo
El existencialismo no constituyó una escuela filosófica homogénea o unida, ni tampoco sistematizada. Sus autores más relevantes se caracterizaron por su oposición a toda la filosofía tradicional. Tampoco existe acuerdo general sobre la definición de existencialismo. El término se ha utilizado a menudo como “marca de conveniencia”, ideada para para descalificar de modo retrospectivo a muchos filósofos. Aunque se dice que el existencialismo nació con la obra del danés Kierkegaard (1813-1885), sería el francés Sartre (1905-1980) el primer pensador de fama que denominó “existencialismo” a su filosofía.
Para Sartre, el existencialismo agrupó a todos los pensadores que compartían la idea de que la existencia precede a la esencia. Esto significa que el ser —un “ser consciente”— que actúa de forma independiente y responsable, es la consideración más importante para la persona: la existencia, en lugar de ser etiquetada con roles, estereotipos, definiciones u otras categorías preconcebidas para ajustarla al individuo, es lo verdaderamente esencial. La vida real de las personas es lo que constituye lo que podría llamarse su “esencia verdadera”, y no tanto por el hecho de que se le atribuya por otros una esencia arbitraria para definirla.
Definir el existencialismo tampoco es tan difícil, pues se comprende mejor al entenderlo como el rechazo general de todas las filosofías sistemáticas, sin ser un sistema filosófico. Su postulado fundamental niega una naturaleza humana determinante para los individuos, pues son los actos de cada uno los determinantes de quién es y el significado de su vida. El existencialismo postula la libertad (entendida como “liberación”) y la responsabilidad individual. Esto implica una ética de la responsabilidad individual, apartada de cualquier sistema de creencias externo al individuo. Una ética superadora de moralismos y prejuicios para el comportamiento personal, lo que resulta contradictorio, pues la ética aspira a ser universal y válida para todos los hombres, y casi nunca coincidirá con las morales particulares de cada cultura y de cada individuo.
Entre Sartre y Heidegger
Los filósofos existencialistas popularizaron una “pose” de taciturnos, fatalistas, atormentados y angustiados. Heidegger (1889-1976), el más destacado existencialista, aunque nunca se reconoció tal, trató en su obra de elucidar el estado anímico adecuado para abrir al hombre a la totalidad del Ser. Y lo encontró en la angustia (la “angustia vital”): “solo en la angustia se da la posibilidad de una apertura privilegiada, porque aísla”. Para él, era necesario el aislamiento ocasionado por la angustia para poder abrirse al ser. Mas, al priorizar la angustia, Heidegger convirtió el aislamiento en rasgo esencial de la existencia humana. Heidegger entiende la existencia humana primariamente desde el ser uno mismo, y no desde la coexistencia con otros.
Heidegger sostenía que hay diversos “modos ontológicos” básicos como la esperanza, la alegría, el aburrimiento o la angustia. Estados anímicos que intervienen de forma pre-consciente o pre-reflexiva, influyendo en toda experiencia de sentido. El estado anímico es la clave que abre las puertas al “ser ahí” (dasein) y sitúa al hombre en su “estar en el mundo”. El estado de ánimo que propuso en Ser y tiempo (Sein und Zeit) fue la angustia. La tesis heideggeriana es llamativa por su extremado individualismo y por la claridad con la que establece los contornos de uno de los grandes temas de nuestro tiempo: al derrumbarse los modelos tradicionales y familiares, la angustia se apodera del hombre y le introduce en la intemperie sombría de la existencia.
En Sartre, la angustia vital conducía a la melancolía (la náusea), ante la evidencia de que todo carece de sentido y de fundamentación. Por ello, lo esencial es la «contingencia», la carencia de explicación. Ese absurdo, día a día, es el mundo de la existencia de los entes, de todos los entes, de todos los hombres, un mundo sin razones, sin explicaciones y sin sentido. Por eso es esencial la contingencia, pues, por definición, la existencia no es la necesidad. Existir es un puro estar ahí, simplemente. Los seres realmente existentes —y los entes— aparecen y hasta se dejan encontrar, pero no se los puede nunca deducir.
Trayectorias divergentes
Pero Heidegger consideraba que la angustia vital no era una desventaja, sino una oportunidad. El ser humano es gregario, se deja llevar por modas, prejuicios y convenciones sociales y, así, se convierte en el “hombre-masa” de Ortega y Gasset o, siguiendo su propio lenguaje, en el “uno impersonal”. La sociedad dicta cómo se ha de pensar, actuar, desear, sentir… El “uno impersonal” es el hombre que cae en la alienación, en la que queda oculta su posibilidad ontológica más propia. Ese es el motivo fundante de la filosofía de Heidegger: huir de la “masa”, del “uno impersonal”. La angustia vital, al aislarlo, anula el comportamiento gregario del hombre y las inercias alienantes de la tensión individuo/sociedad y, por tanto, la angustia lo “libera” de la gregaria existencia pública cotidiana, propia del “uno impersonal”.
Sartre recibió una temprana contestación en la misma Francia, en 1956, de la mano de Jean-François Revel (1924-2006), en su primera obra Pour quoi de Philosophes (¿Para qué filósofos?), que alcanzó un gran éxito de ventas. Para Revel, el existencialismo no dejaba de ser una vana palabrería auto-justificativa que, al menos en el caso de Sartre, encubría comportamientos inadmisibles para la “ética rebelde” que postulaba en sus escritos. La más vergonzante, para Revel, fue la defensa del totalitarismo soviético. Sartre, gran escritor, nunca perteneció a la “Academia” (no fue profesor en la Universidad), aunque ésta le respetó. Luego, Sartre se reconvirtió al marxismo revolucionario y anticipó la aparición de nuevas élites intelectuales izquierdistas, buscando sustitutos revolucionarios al proletariado en los pueblos colonizados, la contracultura, jóvenes y estudiantes, mujeres y minorías sexuales.
Heidegger, por el contrario, se mantuvo toda su vida en posiciones conservadoras. Y también mantuvo su aura profesoral: Catedrático de Filosofía, alcanzó el puesto de Rector de la Universidad de Friburgo (1932-1934) y pudo haber sido Rector de la de Berlín, bajo el nazismo, llegando a ser afiliado al partido nacional-socialista. Entre sus alumnos figuraron muy destacados filósofos. Tras la Segunda Guerra Mundial, fue apartado de la docencia por casi seis años, entre 1945 y 1951. Su citada obra Ser y Tiempo (la versión definitiva se publicó en 1928), ha sido considerada una de las obras filosóficas más importantes del siglo XX.

La pesada herencia del existencialismo
Numerosos filósofos de renombre en Europa recibieron la influencia del pensamiento y la obra de Heidegger y, como se ha dicho, muchos fueron alumnos directos suyos. Entre los autores españoles que tuvieron trato o influencia de él, están señaladamente José Ortega y Gasset y Xavier Zubiri. Éste último fue alumno suyo en la Universidad de Friburgo, en 1929; y con Ortega, a quien conoció en 1951, mantuvo una intensa relación. En 1956, tras la muerte de Ortega, Heidegger escribió un sentido artículo que tituló Encuentros con Ortega y Gasset.
Sin embargo, aunque a menudo se percibe como una filosofía abstracta, especialmente en el caso de Heidegger, el existencialismo pretendió ofrecer herramientas prácticas para la vida cotidiana. En esto, sin duda, se aprecia la influencia vitalista de Nietzsche (1844-1900), que impregna todo el existencialismo, de nuevo especialmente a Heidegger, autor de un Nietzsche, probablemente uno de los estudios más completos que hay sobre él. De hecho, fue Heidegger quien contribuyó a levantar la pesada losa caída sobre Nietzsche, que había sido considerado un inspirador de las teorías supremacistas del nazismo. Notable aportación, por muy alejados del pensamiento de ambos que puedan sentirse muchos, pues Nietzsche no ha dejado de ejercer una gran influencia en todo el pensamiento posterior a él. Especialmente en los consejos y orientaciones para afrontar la angustia de vivir en un mundo sin sentido y sin valores.
Una filosofía para la vida cotidiana de los individuos
La interpretación existencialista de Nietzsche, de la que es tributaria la obra heideggeriana, anuncia el triunfo del nihilismo: los valores supremos se devalúan, se desvalorizan y pierden significado, dejando de constituir un horizonte de sentido en el que pueda orientarse la vida humana. Al depender la esencia de la existencia los valores se precipitan en la “nada”, dejando sin respuesta las preguntas fundamentales sobre la moral, la trascendencia, la ética y el sentido de la existencia. Preguntas que, desde Platón al Cristianismo, desde el Renacimiento a la Ilustración, se había intentado de diversas formas responder: pero ahora falta la meta, falta la respuesta al porqué de todo.
El existencialismo no ofrecía respuestas fáciles, ni tampoco “la fórmula” para afrontar la vida cada día. A, cambio, sí proporcionó un marco para reflexionar sobre la existencia en el mundo urbano e industrial en que se vive hoy. Un marco intelectual que pretende buscar la “liberación”, más que la libertad del hombre, desde la responsabilidad, y también crear un significado personal en un mundo incierto, sin significado, ni sentido. Es una filosofía pesimista que invita a vivir plenamente (¡carpe diem!) y a convertir al hombre en el autor consciente de su propia vida, mediante la “liberación” del “yo interior” de cada uno.
De ahí esa “pose” de taciturnos, fatalistas, atormentados y angustiados con que se distinguían los existencialistas, entre 1945 y 1968, identificables hasta por la indumentaria, habitualmente oscura. La desnaturalización de la filosofía, reconvertida casi en “recetario de éxito” para la vida cotidiana, abrió la vía que luego siguieron los posmodernos y también inició un fenómeno novedoso: la aparición, como obras de filosofía (y de filosofía de vanguardia, nada menos), de obras centradas en la auto-ayuda.
Se trataba de aplicar la filosofía al sistema de la vida cotidiana, con el “buen propósito” de facilitar el acceso a un mayor equilibrio interior. Dejar de considerar la filosofía como un saber, como una disciplina que conduce a la reflexión crítica sobre la realidad, para tratarla, más bien, como una forma de vida. La filosofía dejaba de ser un ámbito del conocimiento y se transformaba en una guía para enseñar a afrontar los principales y más habituales aspectos de la vida, como el amor, la ética, prepararse para morir o enfrentarse a un cambio de trabajo.
¿Recuerda alguien aquella obra tan famosa de Lou Marinoff, aparecida en 2005 y titulada Más Platón y menos Prozac? Lo que vino después fue a peor.