abril de 2024 - VIII Año

España y su historia en el liberalismo del siglo XIX y su deriva

Ejecución de los Comuneros de Castilla

El primer liberalismo español heredó las tesis ilustradas sobre España y su historia. Unas tesis muy críticas con la dinastía Habsburgo, a la que se culpaba de la decadencia de España. Jovellanos, en su Elogio de Carlos III, configuró el arquetipo de esa visión crítica (leer Jovellanos: elogio de Carlos III). Ese rechazo de los reyes Habsburgo y su época conllevó también difuminar los héroes típicos hispanos de los siglos XVI y XVII, desplazándose la atención hacia otros personajes. El primer liberalismo de inicios del siglo XIX reivindicó personajes como los Comuneros de Castilla, Padilla, Juan Bravo y Maldonado, o el Justicia Mayor de Aragón, Juan de Lanuza.

La mentalidad de la época efectuaba un razonamiento simple: si la decadencia tenía como causa el mal gobierno de los Habsburgo, la oposición a ellos, como la de los Comuneros de Castilla contra Carlos I, o la de Juan de Lanuza frente a Felipe II, se podían considerar casos ejemplares de resistencia a la tiranía de esos reyes. Personajes como los citados, que hasta entonces se consideraban rebeldes y poco menos que traidores, pasaron a ser considerados incluso defensores de la libertad.  

Sin embargo, esa calificación de “tiránicos” asignada a los Austrias olvidaba que, al igual que todos los reyes europeos de la época, quizá los Habsburgo pretendieron ser reyes absolutos, pero lo fueron bastante menos que los demás. No se puede negar que los reyes austríacos fueran despóticos, mas, en cualquier caso, esto no fue exclusivo de España. El absolutismo monárquico fue mucho más acentuado en el resto de Europa, especialmente en la Europa protestante y en Francia. Por ejemplo, España fue casi el único país europeo que mantuvo operativas entre los siglos XVI y XVIII, aunque poco activas, las reuniones del órgano de representación del pueblo en la monarquía tradicional, las Cortes.

Esta visión liberal, de impronta ilustrada (leer La concepción de España y su historia en la Ilustración española), era muy negativa en su valoración de la historia española de los siglos XVI y XVII. Negatividad que se atenuó a medida que avanzaba el siglo XIX. Se había originado en la Ilustración, como justificación y apología de la nueva dinastía Borbón y sus proyectos reformadores, que habían alcanzado notables éxitos, especialmente con Carlos III. Pero, a lo largo del siglo XIX, con la aparición de estudiosos de nuestra historia de la talla de autores como Juan Valera (1824-1905), Andrés Borrego (1802-1891) y Antonio Pirala (1824-1903), que compusieron la versión definitiva de la Historia General de España de Modesto Lafuente (1806-1866), mejoró mucho el conocimiento de nuestra historia.

Carlos III

En discurso académico de 1876, de contestación al de admisión en la Real Academia Española de Gaspar Núñez de Arce (1832-1903), centrado en la reivindicación de la literatura clásica española, Juan Valera realizó una revisión completa de esas tesis tan negativas sobre los siglos XVI y XVII. Además, sostuvo que, aunque era muy posible que el fanatismo religioso y el absolutismo de los Austrias hubiesen ayudado a marchitar el florecimiento de la gran cultura renacentista española, esa no podía ser considerada la única causa, ni siquiera la fundamental, por lo que no constituía una explicación, (leer Apuntes sobre la decadencia de España (Estudio de sus causas a partir de Juan Valera)).

A lo largo del siglo XIX, la apelación a esa visión de la historia nacional alumbrada inicialmente por la Ilustración y el primer liberalismo, se fue quedando confinada en el imaginario de los sectores revolucionarios más extremados, como algunos republicanos y los primeros grupos obreristas, que se consideraban los sectores más radicales. Reducida a esos pequeños núcleos, las tesis descalificadoras de nuestra historia fueron adoptando tintes más agudos y sombríos. Poco a poco, con el tiempo, se fueron fraguando versiones aún más negativas que las formulada por los ilustrados y el primer liberalismo, que ya no solo consideraban negativamente a los reyes Austrias, si no a España en su conjunto. En su deriva, esa concepción negativa de la historia hispana terminaría por impugnar toda la historia nacional en su totalidad.

Y de ese modo, los revolucionarios más radicales concluyeron que la historia de España era un lastre del que debería desprenderse la nueva nación que pensaban recrear mediante la revolución. Incluso, se llegó a considerar que la historia hispana no era otra cosa que una serie sucesiva de errores a olvidar, pues, a su juicio, no era la historia que debía haber sido. Estas tesis ejercieron bastante influencia en la mentalidad de los españoles, y el mismo Benito Pérez Galdós, en la cuarta serie de sus Episodios Nacionales, satirizó esos intentos de distorsión de la Historia de España.

Uno de los personajes galdosianos de esa cuarta serie, Juan Santiuste, concibe la idea de escribir una Historia Lógico-Natural de España. En esa historia lógico-natural las cosas no ocurrían como sucedieron, sino como debían haber sucedido. Por ejemplo, las Guerras Carlistas lastraron todo el siglo XIX español, de modo que Santiuste evitaba ese mal condenando y ejecutando a Fernando VII en cuanto se percibieron sus tendencias absolutistas. Eso es la locura final de Santiuste, aparentemente inofensiva pero finalmente deletérea, porque cuestionaba toda la historiografía en general y conducía sin remedio a una insondable melancolía.

Escena de las Guerras Carlistas

Más esa línea de interpretación negativa de partes de la historia de España inaugurada por los ilustrados, aunque se fue atenuando y reduciendo en su influencia, no llegó a desaparecer completamente, como ya se ha dicho. Sobrevivió en los círculos revolucionarios más conspicuos, y volvió a cobrar nuevos impulsos a finales del siglo XIX, a consecuencia de la conmoción general surgida tras el desastre nacional de 1898, con la derrota en la Guerra Hispano-Yanqui. Un movimiento de rechazo general que se desenvolvería en lo que usualmente se denomina regeneracionismo o, también, “noventayochismo”.

En la reformulación de esas tesis, resurgidas inmediatamente después del 98, fue más expresivo que otros Joaquín Costa (1846-1911), con su propuesta de echar doble llave al sepulcro del Cid. Costa apelaba a cancelar los ensueños de las glorias históricas patrias, simbolizados en este caso por el Cid Campeador, ante la triste realidad de la derrota y la humillación en la Guerra Hispano-Yanqui de 1898. Mas, lo que en Costa puede entenderse como apelación dirigida a una sociedad abatida a la que había que despertar, fue cobrando la forma de la más adversa valoración de España y su historia, tan severa como errónea. La crisis de la Restauración en los primeros años del siglo XX favoreció la difusión de esas ideas sobre España y su historia.

En 1920, con igual orientación, el gran dramaturgo Valle Inclán (1866-1936) publicó Luces de Bohemia, su más célebre drama. En él, su protagonista afirmaba que la historia de España era una grotesca deformación de la civilización europea, en símil a las deformidades que reflejaban los espejos cóncavos del madrileño Callejón de Álvarez Gato. Y en 1922, un pensador y filósofo considerado liberal, como José Ortega y Gasset, publicó su célebre España Invertebrada, de cuya aparición se cumplen en 2022 cien años. Ensayo histórico que contiene afirmaciones, cuando menos arriesgadas, sobre aspectos esenciales de la historia de España, con los que Ortega trataba de fundamentar su tesis de la debilidad y escasez tradicionales de las élites hispanas.       

Ortega defendía su hipótesis de la desvertebración nacional apelando a su conocida idea de que, en España, todo lo ha hecho el pueblo y lo que el pueblo no ha hecho, se ha quedado sin hacer. Con ello quería denunciar la ausencia o abstención de las élites nacionales en lo que él consideraba los momentos trascendentales de nuestra historia. España Invertebrada tuvo un enorme éxito de ventas y ayudó a conformar la negativa visión de España de los hombres de crearon y dirigieron la II República. Prono, en 1927, Ortega reconoció que España Invertebrada era una obra poco documentada y bastante arbitraria, realizada para ordenar sus ideas y poco más. Pero estaba hecha y desplegó sus efectos.

Pocos políticos republicanos expresarían tan acabadamente esas ideas negativas sobre España y su historia, como Manuel Azaña (1880-1940), el más destacado dirigente de la II República española. Lo hizo en varias ocasiones, pero de modo directo y expreso lo formuló en noviembre de 1930, en su discurso Tres Generaciones del Ateneo, de apertura del curso 1930-1931 del Ateneo de Madrid (consultar Biblioteca del Ateneo de Madrid). Pese a su título, Tres Generaciones del Ateneo no versa tanto sobre el Ateneo, aunque se refiera a él, como sobre España y su historia reciente, hecha desde el Ateneo y llena de apreciaciones que reflejan el pensamiento de Azaña sobre España. El discurso es importante a estos efectos, tanto por lo que en él se dice, como por quién lo dijo y desde dónde lo hizo.

Manuel Azaña

En Tres Generaciones del Ateneo, Azaña formuló su impugnación, tanto del Ateneo liberal, representado por las dos primeras generaciones ateneístas, como del “Régimen de la Restauración”. Y lo hacía a menos de dos meses de la fallida sublevación republicana de Jaca (diciembre de 1930) y a cinco meses de la proclamación de la IIª República (abril de 1931). Pero en sus palabras, la impugnación iba mucho más lejos del rechazo de la Restauración canovista, para conformar una auténtica refutación, en su conjunto, de la historia de España posterior a los Reyes Católicos.

En su discurso, Azaña dijo que “en el estado presente de la sociedad española, nada puede hacerse de útil y valedero sin emanciparnos de la historia”, por ser nuestra historia incompatible con la modernidad. La historia de España era una historia en la que “Cada vez que la tiranía tradicional arroja la máscara y se costea a nuestras expensas el lujo de ostentar una semejanza de pensamiento y una emoción fluente, se vuelve al pasado. Hace siete años la tiranía (Primo de Rivera, en 1923) fue (…) a la Mota de Medina, y ante los roídos ladrillos de una fortaleza medieval -ilustre testigo, por cierto, de la última insurrección popular española (la de los Comuneros)- se declaró heredera y continuadora de Isabel la Católica”.

Azaña no extendía su condena más atrás de los reyes Austrias, pues no le parecía aceptable cuestionar a los Reyes Católicos, con lo que se consideraba heredero de la tesis ilustrada sobre las negruras que siguieron al reinado de Isabel y Fernando. Pero llevaba su condena hasta el paroxismo, llegando mucho más allá, para condenar en general a toda la tradición española, sin más y sin matices, además de a la dinastía Borbón y a la dinastía Habsburgo. Nótese también que, en la cita transcrita, Azaña calificaba a los Comuneros de protagonistas de la “última” insurrección popular española, ¡en el país del 2 de mayo de 1808!

En la culminación de su discurso, Azaña terminó por afirmar que “Si me preguntan cómo será el mañana, respondo que lo ignoro; además, no me importa. Tan sólo que el presente y su módulo podrido se destruyan”. Es decir, Azaña consideraba su principal objetivo en los albores de la II República era destruir la tradición política y cultural española de los siglos XVI al XIX, ¡casi nada! Y así, el Siglo de Oro de los siglos XVI y XVII, la ilustración hispana y el renacer cultural del siglo XIX, o Siglo de Plata, eran para Azaña elementos no sólo prescindibles, sino lastres para poder abordar la modernización nacional. Impresionante.

De modo que, pese a todo, esa cada vez más extremada línea de interpretación de la Historia de España ha mantenido su vigencia y ha llegado hasta el presente, en derivas que ya se podrían calificar de estrambóticas, incluso disfrazadas de “anti-franquismo”. Y es que la deriva de esa vieja tesis ilustrada que adoptó el primer liberalismo, en sus desarrollos posteriores, se ha apartado mucho de su origen y propósitos ilustrados. Los ilustrados que la idearon aspiraban a una regeneración nacional, lo que les condujo a destacar lo que consideraron el mejor tiempo histórico de España, a fin de tomarlo como referencia, aunque su elección fuese equivocada en términos estrictamente históricos.

Pero la deriva de estas tesis ha llegado a la actualidad y, ahora, la divulgación de estas distorsiones históricas pretende finalidades totalmente contrarias a las que inspiraron a los ilustrados, pues tienen sobre todo el propósito de negar y cancelar España y su historia. Unas versiones que, en los tiempos presentes, las mantiene el radicalismo más “enragé” (enfurecido) patrio que, contra toda evidencia, niega la realidad de España y de su historia y que han conducido a muchos al extravío de aceptar en su integridad, de modo acrítico, las diferentes “leyendas negras”, que hasta son exageradas en los discursos antisistema más al uso en nuestro país, sin ir más lejos, cualquier 12 de octubre, de cualquier año.

A imagen y semejanza del Santiuste galdosiano, muchos españoles han proseguido en su particular y denodado combate contra la realidad histórica de España, hasta hoy. 

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