El mito del ‘Tío Saín’: La realidad de la historia del hombre del saco en Águilas
El Tío Saín es la adaptación local del conocido mito del sacamantecas u hombre del saco que aparece en el folclore infantil de toda la península. Durante generaciones se contó esta historia para amedrentar a los niños traviesos, advirtiendo que por desobedientes vendría a llevárselos en su saco si continuaban portándose mal , si no se tomaban la comida o no querían ir a dormir, añadiendo que los abandonaría en un sitio oscuro después de beberse su sangre. También era nombrado por los padres para que volvieran a casa pronto sin que se hiciera tarde porque aparecía cuando estaba oscuro. Cuando los perros ladraban al anochecer, se decía que era porque estaba cerca.
El personaje aparece descrito en la zona de Águilas, aunque está representado también en otros lugares de la comunidad como son Lorca, Murcia o Cartagena. Los relatos recogidos en Lorca sitúan a este ‘asusta niños’ viviendo en la sierra de Almenara, en una choza solitaria. La creencia popular estipula que era una persona real que vestía siempre de campesino con un viejo sombrero de fieltro negro o una boina. Aquellos que manifestaban verlo, decían que éste era un anciano de aspecto siniestro, con la mirada torva, que andaba siempre distante, como abstraído, transitando por sendas apartadas, evitando a las personas y llevando un intrigante saco en su espalda. Las fuentes también relatan que hasta hace poco podía verse su siniestra estampa evitada por el resto del vecindario por las connotaciones negativas que arrastraba. Lo que parece ser es que era en realidad un contrabandista que actuó durante la postguerra, al que se identificó con esta historia para atemorizar a los niños. Decían que a los niños que cogía, bebía su sangre y los tiraba a un aljibe.
En Murcia ocurrió algo parecido pero en este caso se asimiló con un trapero que iba recogiendo ropa vieja por las casas echando si veía algún niño al saco. Por otro lado En Águilas, los vecinos del barrio del molino de los Alacranes cuando los niños no eran obedientes, avisaban a un hombre que no era de este barrio, que se vestía con ropa vieja y se ponía un sombrero negro y se acercaba por las casas llamando a las puertas, preguntando a los padres por los niños que había diciendo que los cogería y se los llevaría en su saco.
Este mito presenta unas características comunes que apreciamos en otros personajes como son el ‘Tío Garrampa’ de Albacete, el ‘Hombre del Unto’ del Bierzo, el ‘Compraniños’ de Lérida, el ‘Cortasebos’ de Extremadura ,el ‘Tío Camuñas’ de Salamanca, el ‘Tío del Sebo’ en la Vega baja de Alicante, o los famosos ‘Mantequeros’ andaluces que remiten siempre a inquietantes historias de supuestos secuestros de niños indefensos que estaban solos. Aunque pudieran parecer estos relatos como falsos, se sustentan sobre una base real de personas que asesinaban para robar la grasa humana y traficar para hacer ungüentos que se creían resultaban eficaces para curar la temible tuberculosis. Esta afección tiene su apogeo en Europa a finales del siglo XVIII y durante el XIX.
Las pésimas condiciones laborales del colectivo obrero durante la Revolución Industrial (hacinamiento, pobreza, insalubridad, susbsistencia) serán un escenario proclive de propagación de la enfermedad. Había familias adineradas que estaban dispuestas a contratar los servicios de gente sin escrúpulos para que realizaran esta tarea como último recurso para curarse de sus dolencias. Incluso, Julia Carabanchel Bajo, apunta que el propio Alfonso XII intentó sanar de esta manera su tuberculosis sin resultado. La creencia de la época estipulaba que era posible sanar con la ingesta de sangre humana caliente, que fuera de niño, y la colocación de las entrañas infantiles a modo de cataplasma sobre el cuerpo del enfermo. Este remedio aparece citado en los tratados de hechicería que los curanderos empleaban desde la Edad Media. El denominado ‘mantillo de niño’ aparece nombrado entre los ingredientes usados como bálsamo para solucionar los problemas que acarreaba padecer un desamor en el libro de ‘La Celestina’ del S.XVI.
Igualmente aparece esta sustancia en el clásico tratado medicinal de Valduan y Maldonado editado en el entonces cabildo Peruano a principios del Siglo XIX, lo que no debe sorprender porque las boticas los suministraban en esta época. Derivaba esta idea de la medicina medieval, que consideró ciertas acepciones como un mal originado en la sangre corrompida por humedad o un aire insano, necesitando renovarla para reponerse. Un método de regenerarla era beberla. Nos encontramos ante un recetario siniestro anclado en ideas oscurantistas intactas hasta mediados del siglo XX, una medicina de una España negra y ancestral, que incluso recurre en ocasiones al asesinato para sus objetivos, lo que motivó que se difundiera en estratos populares este tipo de historias. El crimen de Gádor (Almería) es representativo para mostrarnos como desde la superstición de la sociedad podían ocurrir estas prácticas.
Este se produce cuando mediado Junio de 1910, Francisco Ortega Rodríguez ‘El Moruno’ es diagnosticado de tuberculosis. Agricultor de mentalidad arcaica recurre a una curandera, Agustina Rodríguez, para solucionarle la disnea, quien al ver su caso le propondrá consultar al barbero Francisco Leona. Una vez reunido le revelan un macabro remedio que éste asume, consistente en asesinar a un niño, acordando un precio de 3.000 reales. Después de resultar infructuoso el ofrecer dinero a algún campesino, Agustina, propone a su hijo Julio Jiménez conocido como ‘El Tonto’ para colaborar, que aceptó por un precio módico de cincuenta pesetas que su madre le promete para comprarse una escopeta. La tarde del 28 de Junio se perpetró la criminal acción. Acompañado de Julio ‘El Tonto’ saldrá Francisco Leona, para localizar su víctima, ésta fue el niño Bernardo González, de siete años, ocupado cogiendo higos. Julio se acercó y lo distrae, mientras por detrás Francisco le tapará la boca con un pañuelo que impregna en cloroformo y lo mete en un saco para llevarlo al aislado cortijo de San Patricio, donde Agustina había preparado el ritual. Este consistió en abrir el costado a Bernardo con una navaja para desangrarlo. La sangre sería recogida en una olla para que Francisco ‘El Moruno’ bebiera. Luego, Leona abrió el vientre del pequeño para sacarle las vísceras que se envuelven dentro de un pañuelo para colocarlas sobre el pecho, atadas. Siguiendo la indicación del sanador, Francisco se fue a casa para sudar con su apósito. Una vez acaba el atroz infanticidio intentan deshacerse del cuerpo en un lugar apartado para ocultarlo.
Los encargados volverán a ser Francisco Leona y Julio ‘El Tonto’ que aplastan con una piedra el cadáver. Cuando se hace el reparto de dinero. Leona intenta engañar a su secuaz que para vengarse, se dirige a la autoridad para informar del hallazgo de un cuerpo mientras perseguía perdices. Hasta el lugar se personó la Guardia Civil que había recibido la denuncia por parte de la familia de la desaparición de Bernardo. Al localizarse este cadáver las pruebas incriminan a Francisco Leona conocido por practicar rituales como curandero, acrecentando las sospechas por las declaraciones de un vecino a los investigadores del caso, relatando que Julio le había contado como había presenciado escondido en unos matorrales como Leona cometía el asesinato. La conmoción del pueblo tras conocer la noticia fue en aumento, la policía detiene a los dos como sospechosos para interrogarlos en Almería.
Durante el recorrido tuvieron que ser escoltados, interviniendo incluso la autoridad para evitar que los vecinos les agredieran. Al principio ambos negaron las acusaciones que se les imputaban, pero al final terminaron confesando. Al sumario se añadirán más nombres, siendo la sentencia final de condena a muerte para Francisco Leona ‘El Barbero’, Agustina Rodríguez ‘La Curandera’, Julio Hernández ‘El Tonto’ y Francisco Ortega ‘El Moruno’ como responsables. La repercusión mediática que tendrá la historia hará llegar periodistas desde toda Europa para cubrir el proceso, informando cada sesión con intensidad. Iniciaba este suceso la historia del hombre del saco que por su cercanía a nuestra localidad seria muy conocida, usándose para relatarla a niños díscolos.
Los incidentes de esta tipo se producen desde finales del S.XIX, por lo que se asocia con la prohibición de dispensarlo a los boticarios y con la aparición de personas sin escrúpulos que lo obtenían de una manera cruenta Algunos investigadores señalan que estos sucesos pervivieron hasta la posguerra.
No solo se empleará con este cometido médico. Julio Caro Baroja apunta que esta sustancia humana se usaba en los Akelarres de las famosas brujas de Zugarramurdi como parte fundamental de los rituales. También hablar del caso Manuel Romasanta ‘El hombre lobo’ gallego acusado de matar a trece personas, usando sus manos y sus dientes. Extraía el unto para hacer jabones que después vendía. Decía que todo era por una maldición de una bruja que le hacía convertirse en lobo con luna llena. Sería encarcelado en 1859 siendo considerado un enfermo mental, muriendo posteriormente en un sanatorio.
El desarrollo industrial también repercute en estas prácticas horrendas. La introducción del ferrocarril y de maquinaria pesada, requería usar un lubricante diferente que fuera más deslizante que se sospechaba procedía de la grasa humana. Cataluña, donde hubo una rápida implantación industrial. será escenario de rumores sobre secuestros de niños usados para engrasar la maquinaria. Incluso esto motivó en Barcelona una rebelión de las madres contra los trenes, denunciando que se habían producido desapariciones derivadas de su instalación. Resulta curioso que en nuestro pueblo donde desde finales del Siglo XIX hubo una intensa actividad ferroviaria algunos testimonios transmiten que hubio secuestros de niños por este motivo.
Aunque pueda causarnos sorpresa, esta cuestión ya es abordada en Murcia por el viajero Samuel Cox en su obra de 1869 Búsqueda de los rayos de sol invernales en la Riviera, Córcega, Argelia, y España, cuando nos comenta: ‘He leído en el ‘Times’, un artículo escrito por un abogado inglés que estando cerca de Murcia, atendiendo unos asuntos de litigio, fue capturado y casi ajusticiado por un grupo de numerosos campesinos. Según su versión de los hechos, fue tomado erróneamente por un secuestrador de niños; y él aseguraba que la razón de este linchamiento obedecía a la creencia generalizada entre la gente corriente, de que los niños eran secuestrados para sacarles las tripas, las cuales serían utilizadas para engrasar la líneas telefónicas‘.
Los datos aportados demuestran la veracidad de unas historias que quedaron dentro del sustrato cultural del pueblo, siendo difundidas por romances de ciego, pudiendo comprobar que el temor que tenían nuestros abuelos era en parte justificado.