marzo de 2024 - VIII Año

El triunfo del Librepensamiento

librepensador2La palabra librepensamiento lleva en sí su triunfo: que quienes lo han atropellado y estarían dispuestos a volver a hacerlo, lo reivindiquen para propagar su doctrina prohibicionista. ¿Cabe mayor éxito? Yerran los que quieren que el Código Penal limite la difusión de las ideas. Un librepensador jamás podría hacerlo. ‘Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber; así harás que le arda la cara de vergüenza.’ (Rom, 12, 20)

Tenía 10 años. En el Instituto de Orense el cura de religión criticaba al comunismo por prohibir la doctrina católica. Germinal Barbosa Álvarez, claro hijo de un republicano, le dijo: ‘aquí en España también se prohibe la doctrina comunista’, ‘No es igual, dijo el cura, ellos son materialistas que niegan el alma inmortal’. Germinal replicó: ‘los protestantes creen en el alma inmortal y también están prohibidos’. ‘Es verdad, concedió el cura, pero no se puede permitir la difusión del error que puede engañar a las personas de buena fe’. Germinal insistió: ‘Eso dicen ellos; creen que la doctrina católica es un error y que podría engañar a las personas de buena fe’. Cuando el cura dijo: ‘se acabó la discusión’ todos supimos que en el examen había que decir que comunistas y protestantes eran malos. Germinal, tenía 10 años. Y toda la razón.

‘Si los suspiros son aire y van al aire …’, ése es el espacio de las ideas. El Syllabus de Pio IX, que acompañaba su encíclica Quanta cura, reúne los ‘errores’ de ideas prohibidas que aun hoy el Vaticano acepta, sin censurar el error del Papa firme en su ‘sostenella y no enmendalla’.

El CP castiga el delito de odio, un paso erróneo en el camino. El odio, por ser un deseo, no delinque. Las ideas erróneas las erradica el librepensamiento, no el Código Penal. Las erradica la educación en el librepensamiento de los centros públicos en los que hay libertad de cátedra. Lo que sí debe castigarse es que los totalitarios desafinen cuando cantas sus himnos totalitarios. Ese es un hecho dañino, es una tortura del oído ajeno; genera un daño irreversible. Obligarles a recibir un curso, como se hace con los que pierden los puntos por conducir temerariamente, sería la solución: prohibirles cantar hasta verificar que ya no desafinan.

La CE78 reconoce el derecho a la libre expresión, aunque luego vienen algunos jueces y violan el art. 3.1 CC, permite el fraude de ley (art. 6.4 CC) y la mala fe (art. 7.1CC) no sólo no actúan impidiendo que prospere el fraude (art. 7.2 CC), sino que castigan al que respeta la ley. No les demos más munición para que la empleen fraudulentamente creando falsos delitos.

El CP debe perseguir a los delincuentes que abusan del trabajador necesitado al que pagan menos salario del que necesita para sobrevivir para enriquecerse con ese robo; del que paga menos a la mujer que al varón que hace el mismo trabajo con igual o mayor eficiencia; del que, con fraude de ley, no paga los impuestos como el honrado trabajador; del que gana las elecciones haciendo trampa empleando más recursos de los permitidos en la propaganda; de los que corrompen toda la administración donde legal o ilegalmente logran el poder; etc., etc.

Es difícil ser librepensador. Serlo exige obligaciones al librepensador y genera derechos a los demás que no lo son. Pero la ventaja social es clara: en una sociedad de librepensadores nunca enraizará el pensamiento único. El librepensador es el antídoto del totalitarismo. Si hay tantas dictaduras y tantos dictadores es porque se nos educa en ellas, no en el librepensamiento.

Hay un texto de una institución civil cuya lectura me produce una satisfacción infinita. Es el segundo párrafo del art. 13 del Reglamento del Ateneo de Madrid: ‘Este Reglamento reconoce y ampara el derecho de todo socio para profesar o emitir cualquier suerte de ideas políticas, religiosas y sociales, por radicales que sean u opuestas a las profesadas por los demás. En este respecto, se considera nula toda resolución asocial que pueda implicar coacción o restricción de esta plena libertad reconocida’.

No cabe una expresión más cabal de lo que es el librepensamiento ni del compromiso del Ateneo de Madrid en ser la Catedral del librepensamiento, una Catedral cuya primera piedra se fundó hace 200 años por 92 varones ilustres. Unos utópicos, en opinión de muchos, que es el calificativo con el que se quiere desprestigiar a los progresistas que se anticipan al pensamiento por venir, a los que rechazan el pensamiento reaccionario de la sociedad en la que han nacido. Unos utópicos que han logrado dominar sus sentimientos, esa parte ‘natural’ de su existencia, los que engendran las sociedades más primitivas en su convivencia basada en el predominio de la fuerza que atropella la libertad ajena, e instituyendo la desigualdad impide la fraternidad; que se sometan a esa otra parte igualmente ‘natural’ basada en el predominio de la razón, que es la que convierte al hombre, mujer o varón, en persona civilizada, respetuosa con la libertad propia y ajena; esa parte que engendra la igualdad de la que nace la fraternidad; y de ellas tres, la democracia. Con ella se abandona la tribu primitiva cuya esencia es el nacionalismo xenófobo.

No cabe la xenofobia allí donde la razón impera. De ella surgen la exigencia y el derecho sociales que consagra el Ateneo y que desde su inicio quiso expandir a toda la sociedad, a aquel que lo engendró como un regalo para a convivencia. Una dación en especies con igual generosa donación que constituyó su espíritu fundacional: ‘la difusión de las ciencias, las letras y las artes por todos los medios a su alcance’, como también reza el Reglamento en el art. 2.1.

librepensadoresEn esa tarea cuenta con la colaboración de los hombres más dignos de nuestra sociedad, mujeres y varones, que aún sin ser socios del Ateneo participan de ese mismo espíritu de sus fundadores; que prestan su concurso con igual ánimo generoso que los que lo crearon esta: el espíritu del siglo de las luces. Ese anticipo republicano de la difusión de la cultura que buscaba hacernos a todos iguales en nuestro acceso al conocimiento, porque sólo él nos hace libres. De tal conjunción de igualdad y libertad nace la fraternidad en la cultura común. Unos y otros ofrecemos a diario nuestros conocimientos, los adquiridos a lo largo de toda una vida; es un regalo que es una obra de justicia con los demás miembros de una sociedad tan poco justa en la que tantos no tuvieron las mismas oportunidades de desarrollo personal que nosotros tuvimos.

Frente a la beligerancia del cordón sanitario ante a quienes siguen empecinados en una convivencia agresiva, la opción inteligente es la de una paciente docencia. Sabemos que enseñar es imposible, pero aprender no; es necesaria esa paciente oferta propia del maestro vocacional frente a la necedad del torpe que se resiste a aprender; mantener el comportamiento ilustrado y dativo. Se necesita perseverar en la oferta de esa oportunidad placentera de la reflexión; esa tarea personal que es el aprendizaje, fruto del propio convencimiento; el que nos libera de la alienada mente primitiva, del instinto elemental en que vive quien no tuvo oportunidad de pensar o abdicó de ella bajo el pensamiento ajeno violentamente impuesto que lo mutiló.

El progreso no sigue una línea continua de victorias, como las impuestas por la fuerza; se construye en un continuo zig-zag; su victoria no es el fruto de la dominación del otro sino el auto-convencimiento de cada uno, cada día, de cada persona, de cada nueva generación. Es un nuevo terreno donde hay que labrar con esfuerzo sin tasa, sembrando sin parar el sentimiento del librepensamiento en muestra de respeto a nuestros semejantes, en pos de una sociedad donde no cabe la xenofobia ni lo ajeno; en busca de la fraternidad que tiene un valor infinito.

El librepensamiento queda bien descrito en esa frase que se atribuye a Voltaire: ‘estoy en completo desacuerdo con lo que Vd. dice, pero daría mi vida porque Vd., pueda defender lo que piensa’. Mucha generosidad es esa de dar la vida; creo que no todos los que nos creemos librepensadores estarían dispuestos a ese sacrificio. Pero sí en convivir en paz con quienes piensan lo contrario que nosotros. Frente a su agresiva conducta debe prevalecer nuestra confianza en que el poder de la razón superará al de su fuerza bruta llena de intolerancia.

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