diciembre de 2025

¿Existe en el pensamiento un canon hispano?

En 2022, Jon Juaristi y Juan Ignacio Alonso publicaron un ambicioso trabajo titulado El Canon Español, que pretendía recoger el legado cultural y la contribución de España al conjunto de la civilización, a través de hitos y personajes de la cultura española, desde la prehistoria hasta hoy. Pero el propósito de definir un “canon” en el sentido preciso de un tipo o un modelo cultural, quedó oscurecido. El legado cultural y la contribución de España al conjunto de la civilización mundial no consiste, o no debería consistir, en la mera relación de los grandes hitos y personajes de nuestra cultura, desde las cuevas de Altamira y San Isidoro de Sevilla, hasta Lorca o Picasso, pasando por Nebrija, Servet, Goya o Ramón y Cajal, entre otros. Aunque realizado desde la objetividad, y fuera de todo chauvinismo, el propósito no llegó a buen puerto.

La selección de obras y autores que hicieron no parece cuestionable, salvo en los primeros capítulos, pues los autores fueron tan atrás en el tiempo como a la prehistoria y a las cuevas de Altamira, para hablar de aportaciones hispanas al patrimonio cultural universal. Y huyeron tanto de la Leyenda Negra, como de la exaltación patriótica, buscando un término medio siempre. Pero, ¿puede considerarse canon español a obras o autores anteriores a que existiese el concepto de España? Hay en esta obra muchos datos interesantes y curiosos, con obras y autores de diversas disciplinas menos conocidos, pero que aportaron mucho a la cultura europea y universal.

Algunas acotaciones

Pero una relación de hitos o de autores no dice nada respecto a la existencia, o no, de un “canon español” inspirador de esos hitos y de esos personajes. En primer lugar, porque al hablar de Canon Español, es evidente que hay que referirse a obras y autores a los que se pueda incluir en lo español o, al menos, en lo hispánico, término quizá más amplio en cuanto a lo que comprende. Se ha de establecer, pues, una mínima acotación temporal. El concepto de Hispania como realidad geográfica es antiguo y lo usaban griegos, púnicos y egipcios, y los romanos lo utilizaron como denominación de algunas de sus provincias conquistadas: Hispania Citerior e Hispania Ulterior fueron los primeros nombres en latín de las provincias hispano-romanas. Pero el concepto político de España, como sucede en el caso de todos los países europeos, es de configuración medieval.

De manera que personajes como Séneca (4-65), Quintiliano (35-95) o el poeta Marcial (40-104), todos ellos inequívocamente romanos, no pueden considerarse hispanos: sería como considerar a Julio César un militar italiano. Tampoco cabe hacerlo con las cuevas de Altamira o con los restos de artes iberas, celtas o tartesias. En puridad, no es posible considerarlos parte integrante de la cultura hispánica, aunque sea disculpable el hecho de que se acostumbre a mencionarlos habitualmente, pues en el caso de que no lo hiciésemos así, ¿quién los citaría o los estudiaría? De modo que se hace necesario precisar un momento inicial de la cultura hispánica, propiamente dicha.

El concepto de “Cultura Hispánica”, al igual que el concepto político de España, se fraguó durante la Edad Media, para eclosionar en el Renacimiento, pues también el pensamiento hispano se forjó en los siglos medievales para alcanzar su primer cenit en los siglos XVI y XVII. Aunque, por comparación con otros países europeos, tuvo un inicio realmente muy temprano y con un autor de muy alta fama, San Isidoro de Sevilla (560-636), que, sobre la realidad pos-romana de la monarquía visigoda, elaboró la primera aproximación a una consideración estrictamente política de Hispania como reino, el reino de los godos.

El Renacimiento español

Recuerda el Profesor Abellán, en su Historia del Pensamiento Español, que el aún joven Ortega y Gasset (1883-1955), todavía muy influido por sus estudios en Alemania, sostuvo que no hubo Renacimiento, propiamente dicho, en España. Aunque sorprenda, en el siglo XIX y comienzos del XX hubo en Alemania toda una línea de estudio que, siguiendo las Lecciones de Filosofía de la Historia de Hegel (1770-1831), negó que en España se hubiese producido Renacimiento alguno. Hegel sostuvo en su filosofía de la historia que el Renacimiento, salvo en Italia, consistió principalmente en la Reforma Protestante. Y los adversarios de la Reforma religiosa, como lo fue España, representaron el ‘espíritu anti-renacentista’. Pero hubo Renacimiento español y es quizá el más importante, pues sólo le supera en las artes el renacimiento italiano.

Razones seguramente de orden negrolegendario han conducido al borrado de los autores españoles renacentistas. Mas, al “borrar” a esos autores, el siglo XVI ha quedado casi como un vacío del pensamiento, que “no pudo” volver a despuntar hasta Bacon (1561-1616), Descartes (1596-1650) y Spinoza (1632-1677), “primeros” filósofos modernos. Sin embargo, las obras de Descartes y Leibniz (1646-1716) son tributarias de las Disputationes Metaphísicae de Suárez. Y pasa con Spinoza, que siempre dijo que debía mucho a Suárez. Y en el método científico, a Bacon le precedió Vives. Y Grocio (1583- 1645), un divulgador de Vitoria y Suárez, se ha elevado a creador del derecho internacional y de los derechos individuales, o Locke (1632-1704), cuyo pensamiento político procede de los siempre olvidados autores españoles del siglo XVI.

El pensamiento renacentista hispano, que alumbró una de las manifestaciones culturales más importantes de las que forman parte del mundo actual, reconstruyó la filosofía, tras la quiebra de las escolásticas medievales (franciscana y dominica) en el siglo XV, aportando una nueva visión: la modernidad, caracterizada por un realismo filosófico, racionalista y objetivista. Realismo metafísico del ser, realismo gnoseológico y epistemológico de lo verdadero y realismo ético-jurídico del bien, porque el ser, lo verdadero y lo bueno están ligados, son coincidentes. No un ingenuo realismo dogmático y acrítico, ni un idealismo subjetivista como el cartesiano, que, al tomar al sujeto como principal referente del conocimiento, impide acceder al objeto y a la realidad, que llegan a ser cuestionados, e incluso negados. Un ”realismo” que siempre ha acompañado al pensamiento español hasta hoy.

Menéndez Pelayo y el escepticismo

Menéndez Pelayo realizó un análisis profundo y erudito del escepticismo, plasmado principalmente en su obra De los orígenes del criticismo y del escepticismo y, en especial en Los precursores españoles de Kant (1891). No fue un escéptico en el sentido de negar la posibilidad del conocimiento o de la verdad y abordó el escepticismo desde una perspectiva de historiador de la filosofía y la cultura. Analizó la trayectoria del escepticismo como una corriente filosófica, así como el problema de la “crítica” (valor y legitimidad del conocimiento) en el pensamiento europeo y, específicamente, español. Su principal objetivo fue demostrar la existencia de precursores del criticismo y del escepticismo en España, destacando figuras del Renacimiento como Juan Luis Vives (1483-1540), que anticiparon conceptos luego desarrollados por Kant.

Menéndez Pelayo entendió el escepticismo como la corriente que concentra sus esfuerzos en el problema de la “crítica” y que puede llevar a aceptar solo la opinión probable (pithané), sin admitir la comprehensión ni la evidencia absoluta. En ello, mostró una cierta dualidad intelectual: su inmensa erudición le permitía ser crítico de dogmatismos y absolutismos simplistas, afirmando que «todo el que ha filosofado ha sido alternativamente, y en mayor o menor escala, escéptico y dogmático«; además, a pesar de su crítica a la insuficiencia de cualquier filosofía particular para alcanzar la «verdad total», su pensamiento se orientaba fundamentalmente a la afirmación de la verdad desde una perspectiva histórica. Menéndez Pelayo estudió y ubicó el escepticismo en la historia de la filosofía, especialmente en España, sin profesarlo él mismo como una doctrina personal, pero aplicando una actitud crítica y rigurosa propia de un gran historiador de las ideas.

Sobre esos planteamientos menendez-pelayistas, en su reciente Filosofía española de los siglos XX y XXI, Agapito Maestre ha pensado que quizá pudiera ser el escepticismo el rasgo definitorio más característico del pensamiento español. No sería un escepticismo radical, pirrónico, sino un escepticismo templado y moderado, ciceroniano, que tendría sus primeras plasmaciones en el pensamiento de Juan Luis Vives, el primer gran pensador de la modernidad en el Renacimiento. Pero como el mismo Maestre reconoce en esa obra, no era esa una percepción correcta: el pensamiento español no es especialmente escéptico. Lo que deja sin respuesta su pregunta acerca de cuál sea el “canon” del pensamiento hispano, si es que lo hay.

Una posible respuesta

La trayectoria seguida por la filosofía en el mundo ibérico, desde el siglo XVI, en sus continuidades y quiebras, ha seguido pautas similares, distinguibles en la filosofía elaborada y difundida en él. Desde el realismo de los autores clásicos del Renacimiento, hasta las más recientes aportaciones al Nuevo Realismo de autores ibéricos, sin olvidar el fuerte arraigo inicial del positivismo, y luego su abandono. En todas esas variaciones de rumbo, pese a su disparidad, se aprecia una tendencia general al “realismo” epistemológico y filosófico, en general, frente al “subjetivismo” y a “idealismos”: una de las constantes que han acompañado al pensamiento del mundo hispano en todas sus épocas. También en sus quiebras y desvanecimientos ha seguido pautas similares, tanto en el olvido y desprecio de la tradición propia, a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, como en las recuperaciones de dicha tradición en la segunda mitad del siglo XIX y en el XX.

Como Borges expresó en El Aleph, cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que se toma consciencia para siempre de quién se es. El destino de los pueblos hispánicos es quizá un enigma clave y crucial en nuestra cultura, que tal vez sea el mayor que existe en la tradición cultural de occidente. Los hispanos han aspirado a alcanzar el “ser” y el “no ser” y, dentro de la tradición cultural de occidente, son los que más radicalmente mutaron, desde el haber querido ser demasiado, al demasiado no querer ser, prefigurando la tendencia casi suicida que predomina actualmente en el pensamiento y en toda la cultura occidental.

La historia del pensamiento del mundo hispánico se halla muy lejos del tópico absurdo que la ha querido presentar como poco menos que antigua y superada, casi medieval y poco más, y también está muy alejada de las opiniones y modas extranjerizantes que postulan hasta la inexistencia de pensamiento en nuestra tradición cultural. El pensamiento ibérico contemporáneo tiene que comenzar por recuperar su canon filosófico propio, conformado por las aportaciones lusas, españolas y americanas, pasadas y presentes. Canon sin el cual tampoco se podría entender el resto de la filosofía y el pensamiento occidentales, porque a éste le son imprescindibles las aportaciones hispanas a la civilización, a la cultura y al pensamiento universales.

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Archivo Entreletras

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