La palabra revolución resulta estruendosa, nos llena la memoria histórica de barricadas, muertos por las aceras, urnas rotas que desparraman los votos recibidos y masas vociferantes con barretina en las cabezas. Esas imágenes son incompatibles con el hombre hedonista y la mujer burguesa de la sociedad de la opulencia que practicamos.
Así pues, quienes pretenden el cambio de la sociedad, porque tienen una idea excelente y mesiánica del bien que nos interesa, aunque lo desconozcamos, han de proceder sigilosamente, sin alharacas, desarrollando lo que Popper llama ingeniería gradual, que oculta el objetivo final y no ceja de tomar decisiones en pos de conseguirlo, paso a paso, con discreción, en el reverso del decreto ley, con la vaselina del bienestar social en el anverso.
Como preámbulo, es necesario garantizar el carácter de masa de la población. Ya Le Bon y Freud consideraban irracional a la masa, una debacle de emociones. Profundizando el concepto de masa, encontramos que la penuria intelectual hace a la masa vulnerable a influencias subconscientes. Si prescindimos del cerebro superior, nos quedan los otros dos: el cerebro medio, la emotividad, y el reptil, los impulso primarios. Estos son el campo de expansión de la masa.
Por tanto, la ingeniería social empieza en la escuela, incrementando el programa de competencias y reduciendo el contingente cognitivo, para garantizar una masa acrítica, que no utilice el cortex o cerebro superior, esté poco pertrechada de ideas y sea incapaz de defenderse con criterios propios. Así resulta un conglomerado informe, anónimo, despersonalizado, carente de proyecto, que anda a la búsqueda pirandeliana de un autor. Cuanto más endeble sea la masa intelectualmente, mejor se podrá manipular con la posverdad; es decir, con la mentira y engaños que se le suministrarán después.
En cambio, hay que garantizar que tal masa esté abierta a sus instintos y apetencias, el cerebro reptil, no sólo para que haga tabla rasa de cualquier principio moral, que también, sino para que pueda ser cooptada por las promesas de bienestar de su amado líder y se declare enemiga de todo cuanto amenace su felicidad. La indisciplina frente al mal es una herramienta que se desatará sola, en cuanto la masa identifique quién representa su mal y le indiquen dónde se encuentra.
Este gozne es muy importante en el proceso. Hay que garantizar un talismán maniqueo: el mal siempre serán aquellos que no estén conformes con satisfacer las necesidades, antojos y deseos de la masa que, isomorficamente, son sus derechos. La masa sin reflexión, ayuna de ideas, tiene todos los derechos que le venden fácilmente los caudillos que la manipulan y que, por eso, son de los nuestros.
Con los derechos como herramienta, el amado líder procurará un centrifugado del poder de la masa, por aquello de divide y vencerás. Así, surgirán los derechos de los nacionalistas, aunque detrás sólo haya cantonalismo de aldea. Por poner un ejemplo concreto, en España, desde aquel aciago para todos café de Adolfo Suárez, la atomización de las autonomías ha conseguido que sean nacionalistas hasta los asturianos, que pronto disfrutarán de inmersión lingüística en el bable y después vendrán los extremeños, reivindicando el valor trascendente de castúo.
La proliferación de los derecho habientes, luego, se replica por secciones, como si cada lámina social fuera una persona jurídica en sí misma: homosexuales, animalistas, verdes, amantes de la paz, feministas, presos comunes que se consideran políticos, sus víctimas, represaliados de alguna guerra, víctimas de violencias variadas, emigrantes, sindicatos, asociaciones culturales, prensa afín, etc. Cada uno de estos grupos tiene tras de sí una fundación, o una ONG que le apadrina y recibe pingües subvenciones públicas para su sostenimiento, si no son receptores directos los propios derecho habientes.
Yo no entro a discutir, ni a negar a nadie sus derechos, el primero de los cuales es el de asociación. No quiero ser el mal. Estoy analizando un proceso de centrifugado, alentado desde arriba mediante las subvenciones, que resulta muy beneficioso y cómodo para el amado líder de turno, por la polarización umbilical que cultiva. Es así como se puede diversificar consignas y establecer estrategias populistas diferenciales, para prometer a cada subgrupo la satisfacción de su derecho, incluido, y ante todo, el derecho a la subvención, que es la clave de bóveda del tinglado. De este modo, es más fácil ir conformando a todos, mediante concesiones y privilegios, minúsculos pero rotundos, mientras se diluye, mediante la compra, conceptos de fuste como el de Nación, e incluso el de clase social.
Ninguno de los subgrupos creados artificialmente es rival de los otros. El único rival es el mal, quienquiera que represente la negación de los derechos, o sea un obstáculo que se cruce en el camino del amado líder. Para Mao el mal lo representaban los Cuatro Viejos; para López Obrador, el mal lo representa la herencia española; para los talibanes, es Occidente y su estilo de vida; Putin considera que el mal son los nazis ucranianos, como Hitler achacaba a los judíos la depauperación de Alemania. Todos los amados líderes encuentran un chivo sobre el que cargar culpas y desgracias, acusándolo de ser el mal ante sus desperdigadas y subvencionadas masas sociales y escabullir la propia incompetencia, o tal vez, el medro opaco.
Retomando el asunto de la ingeniería social, una vez conseguida la masa acrítica, hay que retroalimentarla con un adoctrinamiento simple, mediante eslóganes sencillos, pero constantes. Se procurará en los “debates” televisivos y radiados que siempre participen los mismos contertulios, posiblemente enviados por los partidos políticos, que no pretendan destacar con ideas propias, ni de gran calado. Más bien, son personas que obedecen las proclamas del partido, reproduciendo lo que llaman ´argumentario´. Estos portavoces van de uno a otro programa, sentando cátedra, como si fuera su único oficio. Antes que hablen, el oyente ya sabe lo que va a decir cada uno, sea cual sea el tema de discusión. Así, llenan el tiempo con tópicos y el espacio de isomorfismo social.
La ocupación de los medios de comunicación, además, ha de garantizar el atontamiento de la masa, mediante una programación de concursos insulsos, de poca enjundia, películas intencionadas a conformar opiniones y reportajes sesgados en la misma línea. Los informativos suministrados por caras guapas no dicen nada de interés nuevo, repiten, hasta la saturación del aguante, el mismo tema, según la temporada. Cuando cambian el tema, ofrecen el mismo informativo dos veces al día. Si no, recurren al caso de la delincuencia común, que exhiben impúdicamente, con todo detalle y pormenor, que es como las neuronas espejo pueden tomar nota…
El resto de los resortes de la sociedad civil es territorio de conquista que el amado líder se dispone a ocupar: finanzas, empresas estratégicas y las otras, Justicia, servicio exterior, agricultura, pesca, caza, transportes. Todo el monte es orégano, con tal de garantizar la felicidad del amado pueblo.
Es particularmente imperiosa la ocupación de la familia. Esta, para el amado líder viene a ser una institución rancia, donde florecen los Cuatro Viejos de Mao: costumbres, cultura, ideas y hábitos. Cada uno por separado y todos ellos juntos, estos viejos representan una amenaza para la labor de educación isomórfica de base. Por tanto, es un campo a ocupar, entrometiéndose en los entresijos de la familia, porque como dijo el poeta, “tus hijos no son tus hijos, son los hijos de la vida”, que es el Estado, a quien corresponde adoctrinarlos y conformarlos.
Esta revolución sigilosa, con todos los tentáculos con los que se ramifica, se desarrolla en los despachos. Son los jefes de gabinete quienes marcan la estrategia gradual, en base a simulaciones previas, realizadas por expertos. La anticipación es posible, aunque a veces falla, cuando se quiere complacer, a cualquier precio, los deseos del amado líder, tal como está ocurriendo con la invasión de Ucrania.
Naturalmente, tal proceder va en detrimento de la democracia, que retrocede cada vez que acierta un estratega entre bastidores. La parafernalia externa nada, o muy poco, tiene que ver con la democracia genuina: en Grecia, cada ciudadano podía asistir al ágora, tomar la palabra y defender sus opiniones e intereses con su propia voz. Claro, eran poquitos en cada ciudad y hoy no podríamos hacerlo; no sería operativo.
Sin embargo, reducir la participación política de cada ciudadano a que acuda sumiso a depositar su voto cada cuatro o cinco años, sin tener control intermedio de lo que se está haciendo con su voto, es propiciar la emergencia de amados líderes, es decir, autocráticos, proclives a ser el autor pirandeliano para las masas huérfanas y desinformadas y a decidir todo por sí mismos, sin control, ni transparencia, ni cortapisas.
Hay vías y procedimientos intermedios para dar cauce a la democracia participativa, menos exigentes que reunir 500.000 firmas para promover una propuesta popular, que los partidos despreciarían a continuación, como ha ocurrido de hecho. Suiza es un ejemplo de democracia participativa; a su modo, UK también; incluso USA tiene previsto un proceso de censura al Presidente, si no cumple con fidelidad su mandato. Si nos ponemos creativos, podemos encontrar fórmulas operativas que validen la participación ciudadana en la gestión pública: abrir las listas electorales, aproximar al elegido a sus electores, exigir responsabilidades al final de cada mandato, como en los antiguos juicios de estancia que tenían los romanos. Todo, antes de conformarnos con ser masa acrítica, víctima irredenta de la revolución silenciosa.