marzo de 2024 - VIII Año

Sócrates ¿soldado?

‘Si yo, no ella; si ella, no yo.
Entonces, ¿por qué preocuparnos?’
(Epicuro de Samos, sobre la muerte)

En nuestro mundo actual, no es fácil hacerse una idea, no ya precisa, sino siquiera aproximada, de cómo era un ateniense de la época clásica. Y esto se debe, en mi modesta opinión, a la cantidad de variables que coincidían en ellos y que en los tiempos modernos han tendido a ser disociadas y hasta contrapuestas. El hombre de acción y el hombre teórico, por ejemplo, conforman hoy en día paradigmas tan alejados y opuestos, que raramente pensamos que puedan llegar a coincidir en un mismo individuo. Por eso, cuando esa coincidencia se produce en la realidad, hablamos de genios o de grandes hombres. Sucede algo parecido cuando abordamos a algunos personajes del Renacimiento o de la Ilustración. La diferencia con los antiguos es que, en ellos, sucedía casi siempre y en casi todos los casos, fuesen griegos o fuesen romanos que, en eso, Cicerón (106-43, A.C.) o Julio César (100-44, A.C.) nada tienen que envidiar a los griegos de la época clásica.

Cuando se rememora a Solón de Atenas (638-558, A.C.), siempre se lo idealiza en su dimensión de ‘sofoi’ (sabio), encabezando el inmortal grupo de los Siete Sabios de Grecia. Sin duda fue un gran legislador. Pero también fue un hombre de acción, Arconte de Atenas del 593 al 592 (A.C), que acabó con las discordias civiles en la Polis, fue un hombre decidido y valiente. No sólo ocurre con los sabios o con los filósofos. También con los poetas. El trágico Esquilo (525-455, A.C), en los pasajes iniciales de su tragedia ‘Los Persas’ (472 A.C.), una de las favoritas del público ateniense, como recuerda el comediógrafo Aristófanes (444-385, A.C.) en Las Nubes, define la condición de los atenienses como modelo ideal de hombre griego, que contrapone a los bárbaros (y a los Espartanos):

-’¿Quiénes son esos atenienses?’, pregunta en Susa (capital de Persia) la madre del Rey Jerjes (519-465 A.C.) a sus cortesanos, al comienzo de la obra, mientras esperan noticias de la Campaña del Rey en Grecia, durante el día de la Batalla de Salamina (480 A.C.). Y un cortesano, con pretensiones de estar bien informado, le responde:

-’Majestad, son despreciables gentes pobres, mendaces e impías, que caminan descalzos y que afirman que son libres cuando proclaman, a la vez, ser esclavos de un señor supremo al que llaman Nomos (la ley). Esos indignos son los que desafiaron el poder del Rey, los que se enfrentaron a Darío y los que hoy sufren, a manos de tu hijo Jerjes, el castigo que merecen.’

¿Quién es Esquilo?, ¿el hoplita ateniense combatiente en Maratón (490 A.C.) y en Salamina (480 A.C.), o el gran poeta trágico?, ¿cuál es el que habla en los versos de ‘Los Persas’, el poeta o el soldado? Esquilo no tenía dudas. Perdió a su hermano en Maratón, al que envidió siempre por eso, y dejó escrito en su propio epitafio que la Gloria de los atenienses muertos en Maratón valía mil veces más que todos sus versos. No estará de más recordar que, como destacó Jaeger en su ‘Paideia’, pocas batallas en la Historia de la Humanidad se han disputado con tanta pureza moral y por tan nobles ideales, como las libradas por los atenienses en Maratón y Salamina.

Tampoco es fácil hacerse una idea cabal del Sócrates auténtico (469-399, A.C.). De él dijo el Oráculo de Delfos, cuando fue enviado por la Polis, con una comisión, para consultar a la Pitonisa un grave problema: ‘Sócrates es el más sabio de los mortales’. Y también sabemos la conmoción causada en toda Grecia por su procesamiento, condena y ejecución. Porque, donde es más difícil encontrar al Sócrates real es en el personaje de los Diálogos de Platón, aunque también aportan información. Las apologías de Sócrates, escritas por Platón (427-347, A.C,) y Jenofonte (431-354, A.C.), que escribió dos (la Apología y las Memorables), y las comedias de Aristófanes, son las únicas fuentes directas para el conocimiento del auténtico personaje Sócrates.

Sócrates de Atenas

SPericles en el AgoraPericles en el Agoraócrates, padre de la filosofía política y de la ética, iniciador de la dialéctica, el filósofo que planteó definitivamente el problema de la verdad y el bien, que propuso como gran ciencia de la vida el autoconocimiento (‘conócete a ti mismo’) y protagonista de uno de los más grandes proyectos pedagógicos de la Historia, es uno de los escasos hombres que han alcanzado la inmortalidad al convertirse en un símbolo. Sócrates ha llegado a ser el símbolo por excelencia del hombre que dio la vida por sus convicciones. Obviamente no lo consiguió por su vida o por su doctrina, sino por su muerte, a la que fue condenado por sus convicciones.

De su nombre, apenas queda el recuerdo del hombre que, con su ejemplo, dejó establecido que no vale la pena vivir sino es por una causa por la que merezca la pena dar la vida, y que jamás se ha de morir por ninguna causa por la que no merezca la pena vivir. Potencia aniquiladora y destructiva del símbolo, que realza lo simbolizado al coste de olvidar casi todo lo demás. Porque lo que más contribuyó a que se hayan casi perdido sus referencias personales fue precisamente su conversión en ése símbolo. Pero más allá del símbolo, Sócrates dio altos ejemplos de prudencia, de sabiduría y de valor, cívico y personal. En su muerte, desde luego, y también otras muchas veces en su vida. Es justo que Sócrates se haya convertido en ese símbolo. A cambio, ha pagado un alto precio: del hombre real, esposo de Jantipa y padre de sus tres hijos (‎Lamprocles‎, ‎Sofronisco‎ y ‎Menexeno), y del ciudadano ateniense nacido en el 469 (A.C.), condenado a muerte y ejecutado en el 399 (A.C.), sólo han quedado en el recuerdo de los hombres unos pocos escasos rasgos.

A diferencia de los espartanos, los atenienses no instruían a sus jóvenes sólo en las artes marciales, la lucha y el combate. La educación de los jóvenes en Atenas pretendía formar hombres capaces de ser, a la vez, profundos y afinados en la reflexión, y decididos y resueltos en la acción. Lo expresa bellamente Pericles (495-429, A.C.) en su Oración Fúnebre por los atenienses muertos en el primer año de la Guerra del Peloponeso: ‘…tenemos también en alto grado esta peculiaridad: ser los más audaces y reflexionar además sobre lo que emprendemos; mientras que a otros la ignorancia les da osadía, y la reflexión, demora. (…). En resumen, (…) la ciudad entera es la Maestra de Grecia, y cualquier ateniense puede lograr una personalidad completa en los más distintos aspectos (…). (…).Y pues hacemos gala con pruebas decisivas de una fuerza que no carece de testigos, seremos admirados por los hombres de hoy y del tiempo venidero’.

En muy pocos lugares y en muy pocos momentos de la Historia, se ha podido contemplar una aspiración más apasionadamente sostenida para alcanzar en la formación de los jóvenes el equilibrio y la armonía de las potencias de cuerpo y espíritu, que la conseguida e impartida en los gimnasios de la Atenas clásica. La educación de los jóvenes fue el gran problema de Sócrates. Y también la base de la acusación de Anitos, Meletos y Licón, que le llevó a la muerte.

La guerra del Peloponeso

pelopoFue el acontecimiento más importante de la historia de la Grecia Clásica. Una larga guerra que se extendió entre el 431 y el 404 (A.C.), en los términos convencionalmente establecidos, aunque el conflicto se inició un poco antes y prosiguió hasta la sumisión de toda la Grecia continental y Jonia ante la supremacía macedonia del Rey Filipo II (386-332, A.C.), alcanzada tras su victoria en la batalla de Queronea (338 A.C.). Los contendientes principales fueron Atenas y Esparta, cada una de ellas a la cabeza de amplias alianzas de polis, de modo que la guerra alcanzó a todo el mundo helénico, pues la práctica totalidad de las polis griegas se vieron involucradas en las hostilidades.

Atenas y su democracia no fue la referencia común de la política entre las polis griegas o, al menos, no fue la única. Junto al modelo democrático jonio, tan idealmente plasmado por la democracia ática del siglo V (A. de C.), los griegos tuvieron como referente político de no menor prestigio a los regímenes aristocráticos, entre los que descollaría por su poderío militar el régimen de Esparta. Las pretensiones hegemonistas de la Atenas del siglo V (A. de C.) se encontrarían con la resistencia de las sociedades griegas agrarias más atrasadas, entre las que figuraba la potencia espartana, que lideraría la oposición a Atenas.

La derrota final de Atenas ante Esparta (404 A. de C.), sumiría al mundo Helénico en una crisis de la que ya nunca se recuperó. La consecuencia última de la Guerra del Peloponeso fue la pérdida de la libertad griega, primero a manos de los macedonios y, posteriormente, ante la supremacía de Roma. Las causas del conflicto, más allá de la rivalidad política entre atenienses y espartanos, han de buscarse en el proyecto de Atenas para unificar el mundo griego bajo su hegemonía, a los que se opuso Esparta.

Tras los triunfos griegos en las guerras médicas, en los que la potencia ateniense desempeñó un papel decisivo, la marcha de los acontecimientos planteó al mundo helénico una seria disyuntiva: o bien se imponía Atenas, que significaba el crecimiento del comercio y los oficios, la lucha por la hegemonía en el mar y el desarrollo democrático; o bien se imponía Esparta, que significaba el triunfo de las sociedades agrarias y la renuncia a todo lo que había alcanzado la Hélade con su victoria sobre los persas. La victoria final de Esparta tendría las fatales consecuencias apuntadas.

Sócrates soldado

Lsocrates alcibiadesSócrates y Alcibíadesa vida militar de Sócrates se desarrolló en la Guerra del Peloponeso, pues las Guerras Médicas concluyeron antes de que alcanzase la edad militar. Sócrates apenas tenía 10 años cuando se produjo la batalla naval de Micala (479 A.C.), último gran combate de las Guerras Médicas.

Por lo que conocemos de Sócrates, sabemos que no era rico, por lo que no formó parte nunca de la caballería, como Solón, Pericles, Alcibíades, o Critias el Tirano. Pero tampoco pobre, por lo que nunca fue enrolado como marinero de la escuadra o soldado de la infantería ligera. Al igual que Esquilo, siempre que fue llamado al servicio de armas por la polis, sirvió en la infantería pesada, los hoplitas.

En las Apologías de Sócrates encontramos los rastros que nos permiten acercarnos mejor al personaje que realmente existió. Por las apologías sabemos que Sócrates era un hombre valeroso en lo público y en lo privado. La primera vez que fue honrado en la Polis, fue por su valeroso comportamiento en la batalla de Potidea (432 A.C.), en los prolegómenos de la Guerra del Peloponeso (431-404, A.C.), en la que los atenienses finalmente vencieron, y parece ser que Sócrates salvó la vida de su luego discípulo, Alcibíades. Este hecho le permitió a Bertold Brecht (1898-1956 D.C.) escribir una de sus más entretenidas ‘Historias para Páginas del Calendario’. Una simpática historieta de un autor que nunca pretendió ser simpático.

No fue esta la única ocasión en que Sócrates tuvo que empuñar las armas por Atenas. Nuevamente, en el año 424 (A.C.), tomó parte en la batalla de Delio, cerca de Atenas. La batalla se saldó con derrota ateniense, que estuvo a punto de concluir en desastre, ya que las filas de los hoplitas se quebraron y empezaron una desordenada fuga. En ese momento, Sócrates desplegó toda su energía y su valor y, junto con Laques (el del Diálogo Platónico), y con un gran dominio sobre sí mismo, conservó la serenidad frente al pánico que había descompuesto las filas atenienses, organizó la recomposición de la falange, lo que permitió que el contingente de Atenas se pudiese retirar en orden y con calma, con muchas menos bajas de las que se habrían producido en el caso de haber prosperado la huida.

Dos años más tarde, Sócrates fue nuevamente llamado a combatir por la polis. En esta ocasión, con casi 50 años, hubo de formar de nuevo con los hoplitas para tomar parte en la batalla de Anfípolis (422 A.C.). Como en el caso de la batalla de Potidea, el ejército ateniense volvió a las tierras del norte, en Tracia, donde los atenienses estaban interesados en la posición estratégica de Anfípolis, y en las minas de oro y demás riquezas del país. No hay datos concretos sobre su actuación, pero sabemos por el historiador Tucídides (460-396, A.C.), comandante del Ejército de Atenas, que el combate fue muy duro y que murieron más de 600 atenienses, entre ellos el famoso demagogo Cleón (¿?-422 A.C.) el rival de Pericles (495-429, A.C.), y muchos más de los contingentes aliados. La derrota ateniense se vio atenuada porque también pereció el más competente de los comandantes espartanos, el gran estratega Brásidas, que mandaba a los peloponesios.

Tucídides fue acusado de ser el responsable de la derrota y condenado al exilio por 20 años. Y aunque injusto, no fue de lamentar para la posteridad. Ese exilio le permitió iniciar la escritura de su Historia de la Guerra del Peloponeso, que comenzó con los antecedentes y prolegómenos de aquella conflagración, y llegó hasta el año 411 (A.C.). Jenofonte, en sus Cartas Helénicas, continuó esa historia, donde Tucídides la dejó, hasta su final en el 404 (A.C.).

La última intervención de Sócrates en la Guerra del Peloponeso fue más cívica que militar, pues por razones de edad, ya no podía servir como soldado. Fue en el 406 (A.C.), cuando Sócrates había sido elegido para formar parte del Consejo de la Pritanía, un alto honor. Él fue el único Prítano que se opuso a la condena a muerte de los estrategas atenienses vencedores en la batalla naval de las Arginusas, condenados por no haber recogido a los atenienses náufragos tras el combate, en su afán por destruir a la escuadra peloponesia. Los estrategas, entre ellos el hijo de Pericles, Pericles el Joven, fueron condenados a muerte y ejecutados todos salvo dos, que lograron escapar. Con posterioridad, los atenienses lamentaron esa injusticia, aunque fuese demasiado tarde para los ejecutados.

El valor cívico de Sócrates

Socrates con Pericles y AspasiaSocrates con Pericles y AspasiaPero su valor quedó acreditado, sobre todo, en dos ocasiones. La primera, durante la Tiranía de Critias y los treinta tiranos (404 A.C.), con ocasión del encargo para el asesinato de León de Salamina, y la segunda, en el momento de su muerte.

Cuenta Platón en su Apología que, una mañana, fue requerido Sócrates a presentarse junto con otros cuatro ciudadanos ante los Treinta Tiranos, que gobernaron Atenas en el 404 (A.C.), tras el derrocamiento de la democracia que siguió a la derrota ante Esparta. Los cinco recibieron el encargo de dar muerte a un enemigo de Critias, el líder de los Tiranos, de nombre León y natural de Salamina. Y cuenta también Platón, cómo Sócrates, al conocer el encargo recibido, con su habitual estilo simple y directo, cuando Critias le dio la orden, le contestó: ‘Para esto que se me ha convocado, yo me vuelvo a mi casa’. No por ello León de Salamina se libró de la muerte, pues los restantes convocados, sin duda con menos presencia de ánimo y valor cívico que Sócrates, se aprestaron a cumplir el mandato recibido y León de Salamina pereció ese mismo día.

Quedaba por saber si Sócrates correría la misma suerte por haber desafiado las órdenes de Critias. El asunto llegó a ser tan dramático, que Platón (sobrino de Critias, que era hermano de su madre) se pasó la tarde y la noche de ese día presionando a Critias con el mayor escándalo posible para disuadirle, alternando súplicas y amenazas, de que no tomase ninguna represalia contra Sócrates. Al parecer, terminó por conseguirlo al amanecer del siguiente día, cuando Critias se avino a dejar a Sócrates en paz.

Pero la prueba más elevada de su valor, la dio Sócrates en los momentos de su juicio, condena y muerte. La muerte de Sócrates está inmortalizada en el famoso cuadro de Jacques-Louis David (1748-1825), realizado en 1787, que obra en el Metropolitan Museum of Art, de Nueva York. Y los últimos días de Sócrates están relatados en dos Diálogos Platónicos, el Critón, o de la Justicia, y el Fedón, o del Alma.

El Critón está integralmente dedicado a la justicia. A la Justicia inmanente, es decir, la Justicia Ideal, representada en la Teogonía de Hesíodo por la diosa Themis. Pero también a la justicia real, la que emana de los jueces y tribunales de los hombres, representada en la Teogonía por la diosa Diké. A la justicia general y su concepto, a la justicia particular, y hasta a la justicia concreta que recibió Sócrates del Tribunal que lo juzgó y condenó. En el Diálogo hay una constante, un verdadero hilo conductor: la idea socrática de que es preferible padecer la injusticia, que cometerla, aunque sea para evitar una injusticia mayor. Un asunto que sigue siendo materia de debate hoy en día, unos 2.500 años después.

Critón comenta a Sócrates el proyecto de fuga preparada por sus discípulos y amigos… que Sócrates rechaza invocando su respeto a las leyes de la Polis, Atenas, la primera democracia de la historia, con todas sus imperfecciones ¡como hoy en día! Cuando Critón le comunica que la fuga está preparada, Sócrates le contesta que, en sueños, se le han aparecido las Leyes de la Polis. Y la Leyes le han dicho, ‘Sócrates, ¿qué vas a hacer?, ¿no es cierto que, con esta huida, escapas de nosotras y de ti mismo, nos destruyes a nosotras y a la Polis, que te ha constituido a ti, el ciudadano que eres?, ¿sobrevivirá sin arruinarse la Polis, si los juicios celebrados carecen de efecto alguno y pueden invalidarlos los particulares a su libre albedrío?, ¿sobrevivirás tú? Piensa que nosotras te hicimos ciudadano y tú, a cambio, nos defendiste siempre e hiciste de esa defensa la base de tu doctrina. Si nos abandonas y huyes de la Polis, ¿podrás dirigirte a los hombres de otras Polis, para hablarles … de qué, Sócrates?, ¿dónde quedarán tus discursos sobre la virtud y la justicia?’ Y Sócrates concluye que, si bien el veredicto del juicio fue injusto, su acuerdo como ciudadano con las Leyes de la Polis nada tiene que ver con el veredicto que diera el juicio, debe obedecerlo sea cual sea, pues fue un juicio legítimo de acuerdo con las Leyes.

socretesfinMuerte de SócratesLas Leyes concluyen aconsejando a Sócrates que no se preocupe tanto por la vida, sino por lo justo, como siempre hizo, pues no fueron las Leyes quienes lo agraviaron, sino sus conciudadanos. Si Sócrates rompe su acuerdo y devuelve injusticia por injusticia, se enfrentará también a la ira de las Leyes mientras viva y, cuando muera, se enfrentará a las hermanas de las Leyes en el Hades, que no lo recibirán cordialmente. Y Sócrates no huyó.

En el Fedón se narra la última noche de Sócrates. Al amanecer del día siguiente, le quitarían la vida haciéndole beber la copa de vino con cicuta, modo de ejecución reservado a los ciudadanos de Atenas condenados a la pena capital. Allí, a la espera de la hora suprema, que llegaría al alba, se permitió que sus familiares, amigos y discípulos pasasen las últimas horas con él. Sorprende en el relato la serenidad de Sócrates, a diferencia de la desesperación que abruma a quienes lo acompañan, que llegan a derramar abundantes lágrimas al final, como Critón. Y Sócrates, imperturbable, imparte sus últimas enseñanzas sobre la vida y la muerte, sobre el alma y su inmortalidad y sobre la necesidad de dominar las pasiones como único camino para la purificación.

Empieza el diálogo con el encuentro de Fedón con otro discípulo de Sócrates. Fedón, estuvo con Sócrates en su final y fue testigo de su muerte. Fedón, pese a su dolor, celebra haber estado ahí y haber oído los pensamientos y reflexiones últimas del Maestro. Se recrea al recordar cómo Sócrates dijo que la muerte debe entenderse como la liberación del alma, prisionera del cuerpo, lo temporal y la fuente del mal. Y recuerda cómo afirmó que el hombre que ha dedicado su vida a la filosofía no teme morir, pues muere con la esperanza de que, sólo después de la vida, podrá disfrutar de goces sin fin. Y la filosofía no es otra cosa que la preparación para la muerte. La muerte es la purificación total del alma, separada así de las pasiones contra las que luchó en vida. Porque el auténtico estado de virtud es el purificado de toda clase de pasiones. Con la muerte desaparecen las cosas sensibles, pero permanecen las Ideas y las esencias. La sabiduría es la preparación para la muerte, que permite acceder a las cosas divinas. Y eso, únicamente se alcanza cuando el alma se libera del cuerpo. Por ello, cuando bebe la cicuta, Sócrates ruega a Critón que lleve un gallo a Asclepio, el sacrificio habitual que se hacía al dios de la medicina y la salud, Asclepio (o Esculapio), cuando se alcanzaba la sanación, pues la muerte tiene algo de sanación para el alma.

Y así, sin desfallecer en ningún momento, con entereza y plena conciencia, murió Sócrates que, en lo civil y en lo militar, fue modelo de ciudadano de la Polis de Atenas y al que la posteridad convirtió en un Símbolo Inmortal tras su muerte. Sucedió en el año 399, antes de Cristo.

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