abril de 2024 - VIII Año

Ramón Gómez de la Serna, más allá de las greguerías (I)

La lluvia es triste porque nos recuerda cuando fuimos peces.
Ramón Gómez de la Serna

El Ramón biógrafo, quizás su faceta más desconocida

Tal vez sea una de las leyes implacables del paso del tiempo. Todo o casi todo lo arrasa, lo convierte en humo y ceniza. Ocurre con frecuencia que, pensadores, escritores, poetas o personas que han sido conocidas y valoradas en un momento determinado… después, el paso del tiempo, las difumina.

Por otra parte, tendemos por pereza o por inercia, a recordar una o dos características de un personaje relevante cuando detrás de esa “fachada” hay más, mucho más.

Ramón Gómez de la Serna a quien procuro seguir leyendo, es un caso paradigmático. Se le asocia a las Greguerías y no se suele tener en cuenta nada más.

Fue, sin embargo, un escritor polifacético. Se interesó por las vanguardias como nadie en nuestro país e incluso, no es nada difícil encontrar en su producción apuntes filosóficos.

Se le suele adscribir a la Generación del 14. Tiene ciertos rasgos que así lo confirman, mas ante todo y sobre todo, fue un excelente y prolífico autor de biografías muy peculiares en cuanto a su “modus operandi”, hasta el punto de que logra imprimir un sello muy particular al género. Son, también, destacables sus novelas y ensayos.

Sintió una atracción irresistible por las vanguardias. Intentó ser un escritor libre. Procuró “saltar con pértiga” sobre las convenciones, las reglas y lo que más tarde se llamaría “lo políticamente correcto”. No le importó provocar ni incurrir en polémicas. Los reaccionarios y revisionistas tienen la piel muy fina para algunas cosas y se escandalizan ante todo lo que no comprenden.

El terreno en que Ramón se siente más a gusto es el de las piruetas conceptuales, las metáforas insólitas, los juegos de palabras, los malabarismos y los saltos desde el trapecio que practican el circense, más difícil todavía.

Con él conviene no engañarse. Hacia fuera se mostraba extrovertido e incluso exhibicionista, pero su interior era melancólico. Lo que explica algunas de sus contradicciones.

Como él mismo sugiere, a cierta edad el itinerario vital está lleno de ilusiones crucificadas. Su tristeza se manifiesta, eso sí, de forma ingeniosa y brillante. Era aparentemente un escritor sencillo y de fácil comprensión, mas el subsuelo de su carácter y de su literatura poética está repleto de humorismo y de búsqueda de metáforas insólitas.

Intenta no caer nunca en la vulgaridad, quizás por eso, sea refinado y elegante. A veces, se le ha relacionado con el dandismo, mas ese es sólo uno de sus múltiples disfraces.

Nada tan ramoniano como divagar, perder el hilo, desconcertar al lector y regresar al eje central de su narración. No le gusta la excesiva proximidad ni las descripciones realistas. Marca distancias.  En un perspectivismo ágil caza los conceptos al vuelo y es donde encuentra la confortabilidad que necesita. Hay que leer a Ramón sin prisas, con detenimiento… degustándolo.

Tan pronto describe ambientes y situaciones que parecen detenidos en el tiempo, como su verbo ágil da lugar a juegos florales que, sin embargo, suelen tener más enjundia de la que a simple vista se aprecia.

Siente una devoción, no siempre explicita, hacia la literatura barroca en sus vertientes conceptista y culterana. Sus afinidades culturales son complejas, diversas y nada uniformes. No es extraño que le acometa, de cuando en cuando, un malestar estético.

Rebuscando en su interior sabe dar forma a sombras prometedoras de frescor y, sacar partido a un envejecido instrumento musical como un violín arrumbado y testigo mudo de otro tiempo.

Ramón fue –y será siempre- un solitario. Su mirada, tal vez por eso, está repleta de vivacidad… y de melancolía. He comentado que fue un destacado biógrafo. Cuando se centra en un pintor o en un escritor como Azorín. Valle Inclán, Quevedo, el Greco o Goya, entre otros. Despliega su buen hacer. Su atención acostumbra a posarse en pequeños detalles… habla de lo divino, de lo humano y, sobre todo, de sí mismo.

Se aproxima a los biografiados de forma indirecta, ambigua, midiendo las distancias. Cuando parece que ha centrado su figura y su carácter, se pierde en agudas divagaciones y circunloquios que -aunque no lo parezca enriquecen- y regresa más tarde al protagonista de la biografía dotándolo de nuevas e insólitas perspectivas. A Ramón le gustan las sorpresas y las prodiga.

Quien lea alguna de sus biografías, disfrutará con las anécdotas que cuenta, las correlaciones que establece y las circenses piruetas con que obsequia al lector. En ellas están presentes las diversas técnicas vanguardistas. Aparentemente, una vez más, parece que sus biografías son una excusa para la divagación, más hay más, mucho más en ellas. Un conocimiento, nada desdeñable, de la atmósfera vital del biografiado. Busca captar “lo esencial” y distinguirlo con sutileza de lo accesorio mas sin renunciar al adorno. Hay escritores que se preocupan especialmente del fondo, él lo hace de la forma.

Los gustos y preferencias de una sociedad anticuada y anquilosada como mejor se combaten, es con una rebelión imaginativa y con dosis de escepticismo, sabiendo detenerse a tiempo, sin precipitarse en el vacío, es decir, sin perder el equilibrio. La vulgaridad burguesa lo considera, pura y simplemente, un excéntrico.  Fue escasamente comprendido por los “críticos integrados” que en líneas generales no lo entendieron. La de payaso intelectual es otra de sus múltiples máscaras, detrás de la que se guarece.

Fue prolífico, muy prolífico. Quisiera poner de manifiesto que entre sus biografías -unas las califica de tales y otras no- figuran las de Carolina Coronado, su tía, la pintora Maruja Mallo, una de las sinsombrero y la que dedicó a Gutiérrez Solana, con el que mantuvo una amistad firme y duradera.

No puedo dejar de citar su Automoribundia, escrita en Buenos Aires en 1948, en la que da pruebas de cuánto hemos apuntado y de recurrir a la ironía y al humor, como antídotos del exilio y del dolor. Las biografías de Ramón son de distintas épocas y etapas. Recorren como una espina dorsal, su vasta producción.

¿Cómo se recuerda a Ramón Gómez de la Serna? En el inconsciente colectivo ha quedado el cuadro de su amigo Gutiérrez Solana, dedicado a La tertulia del Café de Pombo, quizás la obra más representativa del pintor, en la que Ramón aparece en el centro, de pie, en cierto modo “dando vida al cuadro”.

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Escrito por

Archivo Entreletras

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