marzo de 2024 - VIII Año

El estoicismo, repensado

Epicteto

Quizá no fuese la ética la cuestión fundamental de la filosofía griega antigua. Pero, mucho antes de que la religión cristiana erigiese el impresionante edificio de su ética y de su moral, Sócrates fijó para siempre la atención en la ética, dejando tras de sí un resplandor inextinguible. La muerte de Sócrates en el año 399 (a. C.) fue un hecho trascendental del que solo cabe decir que es mítico. El momento de su condena y ejecución, aceptadas hasta el punto de renunciar a la fuga, el modo como afrontó su hora final… Todo aparece impregnado de esa plenitud épica (y ética) que los descreídos llaman casualidades del azar y otros denominamos la providencia, que guía a los favoritos de los dioses.

Sócrates se convirtió en el gran referente de la libertad moral para los tiempos futuros. Es el Sócrates que, sustraído a todo dogma y a toda tradición y sin más gobierno que el de su propia persona, sólo obedece al dictado de su conciencia. Con su vida y muerte, Sócrates inspiró una idea de felicidad al alcance de cualquier hombre, apelando a la tendencia espontánea para el perfeccionamiento del propio ser. Momento culminante de la creación filosófica antigua, los que le siguieron, excepto Platón y Aristóteles, perdieron el impulso especulativo y creador de los presocráticos y formaron escuelas filosóficas que sistematizaron y divulgaron la doctrina de Sócrates (leer Sócrates soldado).

Una de esas escuelas, la Cínica, fue fundada por Antístenes (444-365 a. C.), uno de los pocos discípulos que acompañaron a Sócrates en sus últimos momentos. De humilde origen, nunca poseyó la ciudadanía ateniense. Estudió con Gorgias (460-380 a. C.), pero fue de los muchos que se unirían a Sócrates. La leyenda le atribuye haber vengado la muerte de su maestro logrando la condena de dos de los acusadores de Sócrates: Anitos, al destierro, y Meletos, a muerte. Antístenes, enemistado con Platón (leer Platón empirista), formó su propia escuela en las afueras de Atenas, en el Gimnasio de Cinosargos (perro blanco), de dónde procede el nombre de su escuela. Los cínicos practicaron un rigorismo moral extremado hasta la extravagancia, y aceptaron a pobres, mujeres y esclavos en sus clases.

Los cínicos adoptaron la idea socrática de “abstinencia”, como medio de alcanzar la “autarquía” (autodominio y autosuficiencia), y también la de vivir conforme a la naturaleza, pero de un modo radical, a menudo estrafalario. El ideal moral de Antístenes no valoraba tanto la trascendencia del saber y veía lo esencial del socratismo en la denominada «fuerza socrática», la voluntad moral inquebrantable de comportarse conforme a los dictados de la propia conciencia. Los cínicos desarrollaron también la ironía socrática, pero sin medida y despojándola de sentido crítico, con la finalidad de producir el escándalo y llamar la atención del público.

Son célebres y aún se recuerdan las ingeniosas y hasta grotescas anécdotas de los filósofos cínicos, singularmente las atribuidas a Diógenes de Sínope (412-323 a. C,), más conocido como Diógenes el Cínico. Una de las más famosas es la que le presenta prisionero y a punto de ser vendido como esclavo, momento en el que su captor le preguntó qué sabía hacer, para ofrecerlo a los posibles compradores. Entonces, Diógenes le respondió que él solo sabía mandar y que eso era lo que mejor sabía hacer, así que podría adquirirle cualquiera que quisiese comprarse un amo.

Zenón de Citio

El estoicismo nació de la escuela cínica en el año 301 (a. C.), en que Zenón de Citio (336-264 a. C.), creó su escuela en la “Stoa Poikile” (Puerta Pintada) de Atenas. Zenón estudió en la Academia platónica y recibió también la influencia de la escuela megárica. Y fue discípulo del más destacado cínico de la segunda generación de esa escuela, Crátes de Tebas (368-288 a. C.). El primer estoicismo estuvo muy cerca del ideal de vida cínico. La concepción cínica de la “autarquía” (autosuficiencia) del sabio adquirió entre los estoicos la mayor importancia. Pero ese ideal de vida tomado de los cínicos iría siendo paulatinamente depurado de excentricidades y enriquecido por los estoicos.

No obstante, la influencia cínica se mantuvo siempre viva en el estoicismo, en especial el espíritu de rebeldía insumisa típicamente cínica. Así, el estoico Epicteto (55-135) propondría como los dos modelos máximos e inimitables del comportamiento ético a Sócrates y a Diógenes. Para él, estos dos personajes representaban el modelo del sabio estoico, conocedor de la verdad, imperturbable, siempre acertado en sus juicios y sus comportamientos. Zenón resumió la ética en dos grandes principios de inspiración asimismo cínica: vivir de acuerdo consigo mismo y vivir de acuerdo con la naturaleza.

La obra de Zenón se perdió íntegramente, pero estudió la física, la lógica, la ontología y la ciencia política. De hecho, sabemos que en el siglo I (a. C.) su República era más apreciada que la de Platón. La política estoica aplicaba fuertes dosis de realismo al objetivo de lograr la máxima libertad de obrar. Zenón estimaba que el ser corpóreo deslindaba lo real de lo imaginario y era la libertad la que permitía asumir la condición social del hombre. Y las instituciones políticas no eran arbitrariedades coactivas, sino plasmaciones públicas establecidas para dar satisfacción a los deseos de libertad y seguridad. La base del derecho estaba en el consentimiento, articulado en un sistema de normas para permitir la autonomía de la voluntad.

Los estoicos fundamentaron el cosmopolitismo presocrático y cínico, definiéndolo en relación con la divinidad, que vivifica al mundo y configura las cosas singulares. Al igual que la vida del hombre, la physis (la realidad) está ordenada y regulada por la potencia omnisapiente de la divinidad. Por tanto, el obrar moral debe someterse a los dictados del destino asignado por la divinidad al hombre. Idea que implicaba la condena de la esclavitud. Los estoicos no la consideraron “natural”, a diferencia de Aristóteles. Para los estoicos, por “naturaleza” los hombres son libres y la esclavitud es de orden convencional. También los estoicos reivindicaron la igualdad en la educación para las mujeres

La consecuencia más importante del principio de igualdad esencial de los hombres, fundada en su común racionalidad, fue la teorización estoica del Derecho Natural. A la comunidad universal de los seres humanos corresponde un derecho también universal. Un derecho fundado en principios éticos dimanados de la misma naturaleza humana, es decir de la Razón Suprema que rige el universo y a los hombres, por la participación que tienen en esa divinidad los hombres. El estoicismo estableció así el precedente inmediato de la posterior teoría cristiana de la Lex Naturalis emanada de la Lex Aeterna. Las aportaciones estoicas alcanzaron también al desarrollo de la lógica y al inicio de los primeros estudios de gramática y de lingüística.

Al igual que epicúreos (leer Epicuro de Samos, replanteado) y escépticos (leer El escepticismo revisitado), los estoicos centraron su ética en la serenidad de ánimo y en alejarse de todo lo que pueda perturbar la serenidad del alma. Alcanzar la imperturbabilidad, la ataraxia (ἀταραξία), consistía para los estoicos en seguir el camino de la virtud. Una virtud que huía de todo exceso y miraba con desconfianza los placeres puramente sensoriales como vía hacia la felicidad. A la virtud podía acceder cualquiera que obedeciese la voz interior de su conciencia. La virtud, para los estoicos, es el único bien de los seres humanos.

La virtud estoica aspira a una felicidad que se alcanza prescindiendo de los bienes materiales, practicando la tolerancia, el autocontrol y la sabiduría, así como tratando a los demás de manera justa y equitativa. Una virtud que se basa en el dominio y control de los hechos, fenómenos y pasiones que perturban la vida, que se puede lograr mediante la razón y la fuerza del carácter personal. Como ser racional el hombre debe vivir conforme a su naturaleza, para ser capaz de aceptar la vida tal como se presenta, sin dejarse dominar, ni por el deseo del placer, ni por el miedo al dolor y a la muerte. El sabio debe usar su mente y su voluntad para conocer y comprender el mundo, así como para contribuir con su acción al plan de la naturaleza.

A diferencia de epicúreos y escépticos, los estoicos sí consideraron importante participar en la vida pública y en la política. Cierto que ya no era el marco de la Polis o de la Cívitas el ámbito donde se desarrollaba la política. La muerte de Sócrates (año 399 a. C.) se produjo en momentos inmediatamente previos a la aparición de los nuevos despotismos que sucederían a la experiencia democrática de la política griega clásica. Primero fue el Imperio Macedonio (leer Demóstenes y el fin de la libertad griega), al que siguieron las monarquías helenísticas y, finalmente, el Imperio Romano. Ese fue el entorno político en el que se desarrolló la vida del mundo antiguo, desde el siglo IV (a. C.) hasta su caída en el siglo V de nuestra era.

En la nueva realidad de las grandes monarquías despóticas, el “sabio” ya no sería el legislador o el político que pudo ser en el origen del pensamiento griego. Las escuelas socráticas propusieron que el camino de la sabiduría era accesible para cualquier hombre. Éste podrá ser rico, noble, rey o conductor del pueblo, y hasta podrá rivalizar con los dioses. Pero de lo que realmente disponía el sabio no era del poder efectivo, o de la sabiduría activa en relación con las cosas. El sabio dispone de autonomía moral, es decir, de independencia respecto a los poderes externos capaces de dominarlo. Al no tener poder sobre el mundo o sobre los hombres, el sabio no puede cambiar las cosas, pero sí dominar la acción de las cosas sobre él.

Los estoicos recuperaron el ideal platónico del “gobierno de los filósofos” como “gobierno de los sabios”. Pero esa recuperación del ideal de “gobierno de los filósofos”, rebajaba las pretensiones de Platón y se adaptaba a las tiranías griegas o romanas dominantes en el mundo antiguo desde mediados del siglo IV (a. C.) hasta su disolución a partir del siglo V. El sabio estoico no aspiraba al ejercicio efectivo de los poderes de gobierno, sino a aconsejar e inspirar a los gobernantes de las monarquías helenísticas, primero, y del Imperio Romano después. Cicerón (106-43 a. C.), Cónsul Romano, adoptó la ética estoica como propia. Séneca (4-65) fue consejero de emperadores y Marco Aurelio (121-180) fue emperador.

Bajo el Imperio Romano, predominaron las escuelas y sus diferencias, por encima de la creación. Junto a la Academia platónica y el Liceo aristotélico, destacaron las escuelas, epicúrea, escéptica y estoica. Escuelas que terminaron en el anquilosamiento doctrinal. Los académicos se convirtieron en escépticos, los peripatéticos en puros empiristas, los altivos estoicos en resignados funcionarios y el casi revolucionario epicureísmo mutó en una ideología más bien acomodaticia y conservadora. Simultáneamente, resurgieron con fuerza los elementos místicos a expensas de una especulación filosófica cada vez más declinante.

Filón de Alejandría

De inspiración platónica, pero también estoica, está la importante figura de Filón de Alejandría (20 a. C.-40). Filón fue el primer autor que abordó la tarea de interpretar el Pentateuco (los cinco primeros libros de la Biblia) a la luz de la filosofía griega. La obra de Filón es filosófica, aunque sugiera (y algo más) que las “revelaciones divinas” contenidas en el Pentateuco son verdaderas. Para Filón, el mundo fue hecho por Dios, lo que constituye una tesis teológica más que filosófica. Filón ha devenido en autor fundamental para entender el largo y complejo proceso de asimilación de la tradición filosófica greco-latina por el incipiente cristianismo. Una asimilación que se completaría con el neoplatonismo y con San Agustín (354-430).

La influencia posterior del estoicismo ha sido muy grande, quizá a la altura del platonismo y del aristotelismo. Preparó el camino para el neoplatonismo de Plotino (205-270), que combinó la filosofía de Platón, la aristotélica y la estoica. Plotino, Porfirio (232-304) y Proclo (412-485), fueron filósofos en sentido estricto, es decir, pensadores que intentaron analizar lo real con conceptos adecuados. Pero otros neoplatónicos predicaron un espiritualismo místico apoyado en rituales extáticos, revelaciones angélicas, magia, ascetismo y secretismo, que cada cierto tiempo descubría un nuevo ser intermedio entre lo “Uno absoluto” y el más acá. La doctrina de la eternidad del alma y sus transmigraciones fue una constante de todo el neoplatonismo.

También proporcionó el estoicismo los elementos primarios de doctrina, así como los modos elementales de expresión filosófica, a los primeros apologistas cristianos. Y también aportaron los estoicos los criterios básicos para la elaboración de la incipiente teología cristiana, que se empezó a formar con Clemente de Alejandría (muerto entre 215 y 216). Y aún llegan los ecos del estoicismo hasta Boecio (480-525), que adoptó la ética estoica en su De Consolatione Philosophiae. Una obra que, junto con las de Cicerón y las de Séneca, mantuvieron la filosofía estoica viva durante la Edad Media.

En el Renacimiento, el naturalismo y la moral estoicos tomaron nuevo auge, al tiempo que el platonismo se escindía definitivamente en una línea mística y en otra científica. Erasmo de Rotterdam (1466-1536), potenciaría la renovación ética, sobre bases estoicas, reivindicando la figura de Sócrates. Erasmo, el gran humanista renacentista, culminando la tradición cristiana medieval, que había otorgado a Sócrates la corona de mártir precristiano, le incluyó audazmente entre los santos cristianos y hasta propuso componer una oración al sabio ateniense. El escepticismo de Michel de Montaigne (1533-1592) se nutrió de temas estoicos y sus Essais (Ensayos) hubieran sido imposibles sin el estoicismo de Séneca.

Desde el siglo XVI, el neo-estoicismo ya no sería una corriente filosófica más, pues se constituyó en referencia del espíritu moderno para definir la autonomía del sujeto moral y defender la independencia de la razón respecto a usos y tradiciones, en la línea socrática de los estoicos. También las ideas de religión natural y de derecho natural se remontan al estoicismo, al que se recurrió como referente en la ética moderna, desde Descartes (1596-1650) a Kant (1724-1804), pasando por Spinoza (1632-1677).

Prácticamente toda la modernidad tomó elementos del estoicismo, especialmente de su ética. Una presencia permanente del estoicismo en la filosofía, antigua y moderna, casi quizá definitiva, que acredita la universalidad de su doctrina.

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